El Caronte de la inmigración

Cuando se aborda a través de una película un tema mayor, uno de los que siempre están a la cabeza en la clasificación de los asuntos que más preocupan a los ciudadanos en las encuestas del CIS, la elección del punto de vista resulta primordial. Y Chus Gutiérrez ha dado en el clavo para hablar de inmigración en Retorno a Hansala. Ha elegido una figura original pero señera, de las que nunca salen en los telediarios, aunque con vital importancia en la estructura dramática del enjambre de sueños cumplidos, pateras, ilusiones rotas, papeles, dudas y certidumbres alrededor de la inmigración clandestina: el dueño de la funeraria que va a recoger los cadáveres cuando se produce un naufragio con muertes, un Caronte de los nuevos tiempos.

Está en este lado pero tiene intereses en el otro. Su actividad es, por supuesto, legal, aunque sus deseos comerciales choquen con determinada ética del pensamiento. Es como un verdugo con contrato por obra en un Estado con pena de muerte. "Alguien tiene que hacerlo, ¿no?", pregunta retóricamente el excelente José Luis García Pérez. El personaje, además, le da pie a Gutiérrez y a su coguionista, Juan Carlos Rubio (candidatos al mejor guión en los pasados premios Goya), para establecer un rosario de paralelismos entre las enfermedades de la sociedad del segundo mundo (Marruecos) y las del primero (España). Así, a la pobreza, el hambre y la ausencia de expectativas se contraponen la soledad, la (obligada) adicción al trabajo o el consumismo. Además, tanto el funerario como la mujer marroquí que ejerce de espejo tienen varias caras, aspectos de los que enorgullecerse y de los que avergonzarse, nunca parecen personajes de una pieza, algo en lo que suele cojear el cine social español cuando se aproxima a temáticas mayores.

Es posible que algún corte en fase de montaje no le hubiese venido nada mal (el piropo a la mujer en el hotel marroquí...) y que la decisión sobre la devolución del dinero se acerque más a la condescendencia que a la cruda realidad, pero Gutiérrez ha compuesto una estimable película de carretera, muy bien interpretada, y con un tono perfectamente medido, a medio camino entre el desaliento y la esperanza.