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Columna
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La paradoja de las elecciones

Josep Ramoneda

Me decía el ministro de Cultura de Cabo Verde que ellos no hablan de crisis porque siempre han estado en crisis, luchando al límite por la supervivencia, tanto en lo individual como en lo colectivo. Cuando en 1975 consiguieron la independencia, las organizaciones internacionales decían que era un Estado inviable. Ahora es una de las pocas democracias estables de África y ha salido de los parámetros de los países subdesarrollados.

Es evidente que el concepto de crisis forma parte de la crisis. Hace tiempo que se abandonó el sentido de disyuntiva y de oportunidad que tenía la palabra crisis en el pasado. Ahora crisis se conjuga con miedo, que es la gran limitación que vive el primer mundo en estos momentos. Hemos vivido una década en que, mientras se alentaba el miedo a lo no occidental en el discurso de la lucha antiterrorista, se fomentaba el riesgo en las decisiones económicas personales sobre una promesa de prosperidad permanente. Teníamos que defendernos de amenazas exteriores que, según nos decían, ponían en peligro nuestro modelo de vida y ahora resulta que desde dentro del propio primer mundo se ha puesto en riesgo el bienestar de nuestros ciudadanos. Buscábamos el enemigo exterior y el peligro estaba en casa: en forma de estímulos desaforados al endeudamiento de todos. Pero la irrupción de esta debilidad estructural de una fase del capitalismo no puede ser reconocida porque podría despertar fantasías alternativas. Con lo cual hay que regresar a la estrategia del miedo. Y alimentar el pánico de los ciudadanos para justificar las medidas extremas que se están tomando. El éxito de la corrección económica es haber conseguido que la gente asuma que lo que ocurre es una fatalidad: responde a leyes inexorables del desarrollo.

Nuestros gobernantes son cautivos y han renunciado a cualquier alternativa a la corrección económica

A esta lógica responde la campaña electoral en ciernes. La corrección económica impone un camino único de salida de la crisis. De modo que estamos ante una campaña electoral sin propuestas de futuro, es decir, sin política, salvo la promesa cada vez más increíble, a la vista de los resultados, de que las políticas de austeridad nos devolverán a la justa senda y lo demás se dará por añadidura.

De ahí la paradoja de que las próximas elecciones generales se jugarán en el terreno de la confianza precisamente cuando menos confianza inspiran los políticos a la sociedad. Una confianza, por tanto, sin entusiasmo alguno, que la ciudadanía repartirá resignadamente, porque nadie le ofrece nada mejor. Parten con ventaja, por tanto, los que no gobiernan, por el elemental principio de que cuando las cosas van muy mal, por lo menos probar qué pasa cambiando el mando, y los que hace poco tiempo que gobiernan y todavía no han sufrido los efectos demoledores que todo gobernante padece en tiempo de crisis. Y lo tienen mal, por supuesto, los que han gobernado transmitiendo fundamentalmente impotencia y aquellos que han tirado su propia experiencia al vertedero jurando que nunca más repetirían el modelo, como es el caso del tripartito.

Y sin embargo, hay espacio para la política. Aun admitiendo la necesidad de la austeridad y de los recortes, hay maneras de hacerlos. Puede irse a por las grandes partidas y recortar en ellas porque así se consigue rápidamente reducir grandes magnitudes de gasto o puede hacerse un trabajo mucho más selectivo, presidido por una idea de eficiencia, no solo de eficacia. Porque es contradictorio, por ejemplo, decir que la educación es nuestro futuro y ponerse a cortar con tijeras de trazo grueso en ella. No tengo dudas de que se puede cortar y mejorar en muchos aspectos del gasto, pero sería interesante discutir las prioridades en campaña. Como sería interesante que se rompiera el tabú de los impuestos. La corrección económica pretende que la crisis se afronte con recortes y sin aumentos en los ingresos, lo que equivale a decir que quien menos tiene pague la crisis más cara que quien más tiene. En vez de lanzar ruido electoralista con una recuperación torpe del impuesto de patrimonio, estaría bien que alguien propusiera una reforma fiscal global mucho más equitativa.

Pero nada de esto ocurrirá porque nuestros gobernantes son cautivos y han renunciado a cualquier alternativa a la corrección económica. Ni siquiera habrá debate autonómico, porque el PP, con la mayoría absoluta al alcance, evitará provocar irritaciones y CiU no querrá asustar a los no soberanistas. En unas elecciones importantes que en España pueden entregar casi todo el poder político al PP, apenas habrá debate político. Hemos olvidado que una crisis puede ser una oportunidad.

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