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'Mala calle' MANUEL DELGADO

Toda ciudad es una sociedad de lugares, unidos entre sí por una red de itinerarios que les permiten dialogar entre sí. En cada uno de esos puntos y trayectos hay implícita una memoria, un nudo que permite conectar el pasado con el presente. Las deambulaciones rituales que periódicamente conoce una ciudad son una prueba de esta puesta en significado de que son objeto constantemente sus calles y plazas. Las manifestaciones, cabalgatas, rúas, carreras populares, procesiones, desfiles, comitivas o pasacalles que recorren la trama urbana funcionan como coágulos humanos cuya homogeneidad relativa contrasta con la extremada versatilidad y fragmentación de la actividad cotidiana de la calle. Cada uno de esos actos-río es una colonización efímera, una conquista provisional de parte o toda una urbe por un sector de la sociedad que la mora.Quienes hacen que por un momento la calle sirva para una sola cosa de orden expresivo -sindicalistas, vecinos descontentos, ecologistas, gigantes y cabezudos, colla de diables, equipos de fútbol victoriosos, líderes políticos, séquitos religiosos, cortejos reales, masa de atletas...- elaboran un discurso cuyos factores son los lugares desde los que se sale, por los que se transcurre, en los que se hacen altos o en los que se desemboca. También es elocuente el hecho de que el flujo no ordinario producido suba o baje, entre o salga, dure más o menos, o distribuya de un modo u otro la relación de sus componentes entre sí o con quienes contemplan su paso... Cada segmento social reunido poetiza así a su manera los puntos del mapa urbano, crea con ellos su propia métrica simbólica, los ritma y los rima, al mismo tiempo que son los propios sitios resaltados los que se ocupan de interpelarse entre sí. Esa condensación súbita que se mueve por las calles establece una malla sobre el espacio público, genera un orden topográfico hecho de inclusiones y exclusiones en que se irisan identidades, sentimientos, proyectos o intereses presentes en la sociedad. El paisaje urbano se convierte así en un paisaje moral, sentimental e ideológico.

Toda deambulación simbólica extraordinaria suscita una sacralización o dotación de sentido especial y superior al ordinario de ciertos aspectos de la morfología urbana, como si la cristalización excepcional que se ha producido asignase una plusvalía a los espacios por lo que se transita, reconociendo el valor cognitivo o afectivo de que la memoria dota a los puntos y líneas involucrados en la acción. A su vez, la configuración de las rutas implica un consenso sobre qué significan los lugares que los reunidos manipulan simbólicamente con todo tipo de intervenciones acústicas y ornamentales. Esos usos excepcionales -verdaderas performances- sirven para que una colectividad socialice el espacio, se apropie de él para convertirlo en soporte para la creación y evocación de sentidos. Nunca se escoge al azar una preferencia espacial.

Barcelona es un ejemplo constante de ese tipo de recorridos supernumerarios que proclaman el vínculo de una fracción social con la ciudad. Con todo, se pueden observar querencias espaciales recurrentes que hacen, por ejemplo, que los actos de look tradicional prefieran el casco antiguo, las manifestaciones estudiantiles partan de la plaza de Universitat y las sindicales de la plaza de Urquinaona, o que los radicales tengan inclinación por las callejuelas de Gràcia. Hay calles y plazas que son muy subrayadas -La Rambla, Pelai, Via Laietana, paseo de Gràcia, plaza Universitat...-. Otras, en cambio, resultan más bien ignoradas, como la Rambla de Catalunya, Balmes o Ronda Universitat. Existen puntos muy enfatizados -Canaletes, monumentos como el de Rafael Casanovas, la plaza de Sant Jaume, ciertas esquinas como paseo de Gràcia con Aragò o Ronda Sant Pere, etcétera-, mientras que otros no se usan nunca. Si se observa, la gran mayoría de esos desplazamientos rituales se producen hacia abajo, hacia dentro y hacia el noreste, es decir en dirección montaña-mar, Eixample-Ciutat Vella y Llobregat-Besòs. Últimamente los grupos alternativos tienden a desentenderse de esas convenciones, subvierten los itinerarios tradicionales y encuentran en su relación intensa y creativa con el espacio público uno de sus rasgos más singulares.

De ahí las lecturas topográficas que impugnan o tratan de dulcificar la presencia del Ejército por las calles de Barcelona. Fue razonable que se descartara la Diagonal en su tramo central, arguyendo razones simbólicas asociadas a los empleos que hizo el franquismo de esa vía, en cierto modo su avenida, una mala calle para la memoria de la libertad. Se intentó suavizar la connotación llevando a las tropas a marchar por la parte de la Diagonal que atraviesa la Zona Universitaria, siguiendo un itinerario de salida, con lo que los ciudadanos podrían celebrar no que llegaran los soldados, sino que se fueran. Además, ahí está el monumento a los Caídos, con lo que las resonancias afectivas hubieran continuado siendo muy negativas. Después de un humillante peregrinaje por el plano de la ciudad, se ha optado con una parte del parque de Montjuïc asociada al Salón de la Infancia y la Juventud y a la Cursa de El Corte Inglés. Intento patético por carnavalizar el evento o hacerlo pasar por una especie de festival infantil. En cualquier caso, se ha levantado una viva polémica entre quienes consideran a los militares como extraños indeseables y quienes quieren cumplir con ellos con un elemental principio de hospitalidad, que pasa por sugerirles que molesten lo menos posible y se larguen cuanto antes.

Ya se verá como acabará todo. Pero, sea lo que sea lo que acontezca, el protagonismo le volverá a corresponder a la gramática que conforman las calles y las plazas, elementos básicos de ese lenguaje con que los habitantes de una ciudad proclaman mensajes y existencias, dirimen diferencias, escenifican conflictos o, en este caso, establecen quién es digno de hacerse cuerpo entre nosotros y quién no lo es.

Manuel Delgado es profesor de Antropología de la UB.

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