Cosmogénesis de un artista
Marcel.lí Antúnez plasma su visión del universo en instalaciones interactivas y performances mecatrónicas
En la última escena del documental autobiográfico El Dibujante, Marcel.lí Antúnez (Moià, 1959) sale de su estudio, en el centro histórico de Barcelona, con el cuerpo desnudo, totalmente pintado de blanco con arabescos negros. Mientras se aleja, acompañado de sus niños, la pequeña Adelaida le pregunta con cierto estupor: "¿Verdad que tienes permiso para hacer esto, papá?". La verdad es que no lo tiene y tampoco le hacen falta. Las callejuelas de El Raval barcelonés son su hogar desde 1979, los tiempos de las acciones tribales con La Fura del Baus, de la que fue fundador. La abandonó diez años más tarde, para emprender en solitario una senda de artista visual y performer, que ha derivado en obras de difícil clasificación, suma de elementos teatrales, plásticos, audiovisuales, digitales y robóticos, que le sirven para explorar la condición humana y sus pulsiones. Fue entonces cuando, cerca del piso donde sigue viviendo con su mujer, la artista Begoña Egurbide, encontró una finca prácticamente en ruinas, que había sido una fábrica de bolsas de papel. "Era lo que siempre había deseado", recuerda Antúnez, que se quedó con el ático y los bajos.
Arriba ha instalado el estudio, donde se hacen las animaciones gráficas, la posproducción de los audiovisuales y todo el trabajo organizativo, como pactar los bolos o montar simultáneamente diversas exposiciones. Antúnez no sólo crea, sino que gestiona su trabajo de forma totalmente independiente. Vive en una tormenta de ideas permanente, pero sabe lo que quiere y casi siempre encuentra los medios para realizarlo. A pie de calle tiene el taller donde ensaya sus performances mecatrónicas y conserva sus herramientas tecnológicas y biológicas, como el exoesqueleto de Réquiem, un intento de prolongar la vida del cuerpo más allá de la muerte; el dreskeleton que desde Afasia (1998) le permite controlar todos los elementos robóticos y audiovisuales en escena; y las grandes columnas de la instalación Agar, llenas de bacterias que van evolucionando y cambiando de color, bajo las luces permanentemente encendidas, que las mantienen vivas. En este taller pintó el gran mural que se proyecta en su última instalación, Metamembrana, que con la conferencia mecatrónica Protomembrana y la performance Hipermembrana, plasma la compleja representación cosmogónica del universo de Antúnez y materializa el papel del artista como interfaz entre las obras y el público. Hasta el 28 de junio, Metamembrana y ocho de sus principales instalaciones interactivas se pueden experimentar en Kultur Leioa (Bilbao), reunidas en la muestra Sala de Juegos.
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