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Reportaje:ARQUITECTURA

Arte no occidental al rescate de Chirac

Los reyes, emperadores y presidentes franceses han querido que sus súbditos o conciudadanos les recordasen gracias a la arquitectura, ya fuesen los castillos junto al Loira, los enormes palacios, los ayuntamientos y estaciones de ferrocarril o los grandes museos. Pompidou impulsó la creación del centro que lleva su nombre, Giscard puso en marcha las obras del Museo d'Orsay, Mitterrand renovó el Louvre con la célebre pirámide de cristal además de ordenar que se levantase la última gran biblioteca mientras el mundo entraba en la era de Internet, que París dispusiese de una ópera "popular" -ése era el origen de la Bastilla-, de una ciudad de las ciencias, otra de la música y favoreció una eclosión de equipamientos culturales por todo el territorio francés. La presidencia de Jacques Chirac, aunque habrá sido larga -12 años-, ha conocido una sucesión de reveses políticos y de pérdida de influencia de Francia en el ámbito de la construcción europea y del mundo de la cultura. Los libros sobre la decadencia del país se acumulan con entusiasmo masoquista en las librerías y todo el mundo cuenta los días que le quedan de mandato a Chirac para escapar de un pesimismo pegajoso.

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El capricho cultural de Chirac

El próximo 23 de junio se abre, en París, frente al Sena, la obra por la que Chirac espera pasar a la Historia o, cuando menos, borrar en parte lo que la Historia debiera recordar de su desafortunado doble mandato. Se trata del Musée du Quai de Branly dedicado a "las artes y civilizaciones de África, Asia, Oceanía y las Américas". El edificio es obra del arquitecto Jean Nouvel. Ha costado -oficialmente- 232,5 millones de euros. Se inaugura con tres grandes exposiciones: Nos hemos comido el bosque, que remite a la estancia en Vietnam, entre 1948 y 1949, del etnólogo Georges Condominas; Ciwara. Quimeras africanas, en la que se presentan figuras surgidas del arte de la máscara bamana, en Malí; ¿Qué es un cuerpo? es una exposición de antropología en la que se aborda la manera de tratar los muertos en África del Oeste, el peso de la divinidad en Europa occidental, el otro sexo en Nueva Guinea, y la importancia del mundo animal en la Amazonia.

Lo más interesante del edificio

de Nouvel es su carácter camaleónico. De entrada, uno de sus muros, el de los servicios administrativos, es vegetal; luego, el de la zona dedicada a los visitantes, los cristales son serigrafiados con formas que remiten a los bosques tropicales, y la vegetación del jardín hace que el inmueble aparezca "como un mero refugio sin fachada en medio de un bosque", en palabras del propio Nouvel. Si desde el exterior las paredes se confunden con árboles y plantas eso no sólo se debe a los cristales y a la naturaleza misma del jardín real sino también a que las grandes cristaleras de camuflaje se alternan con cubos de distintos colores y materiales que remiten a un paisaje de cabañas. Luego, en el interior, esa voluntad de ocultar la concepción estrictamente racional de los espacios para privilegiar la sensación de que es el azar quien lo rige todo se repite debido a que las columnas que sostienen la construcción aparecen colocadas de manera aleatoria y están recubiertas de una amplia gama de materiales diversos, manera de convertirlas en algo mucho más próximo a un tótem que a un mero y funcional sostén y distribuidor de peso.

Nouvel ha querido una obra que negase en apariencia -sólo en apariencia, claro está- las referencias arquitectónicas occidentales, tanto la idea del cubo de cristal como la obsesión por poner barreras entre cultura y naturaleza. Todas las explicaciones que puede obtener el visitante se le suministran a través de un mueble de cuero que serpentea, irregular y caprichosamente, de una sala a otra. En él se ocultan todas las funciones de información multimedia propias de un museo moderno. El conjunto tiene 40.600 metros cuadrados útiles edificados, a los que hay que añadir 18.000 metros cuadrados de jardín. En el techo de la quinta planta está una gran terraza que acoge un restaurante.

Nouvel ha querido que colores, formas y materiales fuesen distintos para cada una de las funciones del museo. Queda dicho que la pared vegetal o jardín vertical oculta la administración y que la cristalera serigrafiada alternada de cubículos de distintas maderas es el lugar de los visitantes. El almacén y las salas de lectura y consulta son de acero y cristal, y quedan en el centro del conjunto, invisibles desde la calle, accesibles a través de pasarelas suspendidas. Por último queda la parte del museo que da a la calle de atrás, que respeta la alineación con los otros edificios. Ahí está el hall así como los talleres de restauración. Desde la calle, a través de grandes cristaleras, se ven los techos de los diferentes pisos que han sido decorados por artistas contemporáneos aborígenes australianos.

Buena parte de las obras

-más de 300.000- que se expondrán o que constituyen las colecciones del nuevo museo proceden del antiguo Musée de l'Homme. Pero en su antiguo destino estaban allí para ser estudiadas y presentadas desde un criterio en el que los valores antropológicos y científicos eran los determinantes. El espectador accedía a los secretos de las reliquias ngoulou o de las estatuillas bamileké a partir de una exposición que las ligaba a prácticas religiosas o sexuales, a ritos precisos correspondientes a épocas que no lo son menos. Ahora el principio rector es la belleza. "Y no me parece mal. Puede ser la más inmediata y atractiva forma de acceso a los secretos de una obra", dice Claude Lévi-Strauss, opinión indiscutible en la materia. Pero antes de que él sentenciase, la polémica estuvo a punto de hacer zozobrar el proyecto, pues los antropólogos no querían que la historia del arte fuese la nueva dueña de la lógica coleccionista. Nouvel ha asumido el cambio de orientación y organizado el espacio de exposición como una sucesión de plataformas abiertas, unidas por rampas, cada una de ellas dedicada a uno de esos continentes o subcontinentes a los que los occidentales, en materia de arte, acostumbrábamos a tratar con paternalismo colonial.

Fachada del Musée de Quai de Branly, de Jean Nouvel, que abre sus puertas el viernes 23 de junio.
Fachada del Musée de Quai de Branly, de Jean Nouvel, que abre sus puertas el viernes 23 de junio.ANTONIN BORGEAUD

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