Encuestas ¡ar!
Las encuestas son coercitivas. Te fuerzan a darles la razón. Cuando eras joven tenías que ser aficionado a deportes extremos y asiduo de las discotecas. Aunque no lo fueras, ahí estaba la encuesta para recordarte que el equivocado eras tú. Los votantes parecen dispuestos a cumplir con las encuestas, en algo hay que creer. Quizá lo más chocante del estudio publicado el domingo era ver que el 95% de la gente califica la situación económica de muy mala, pero el 40% reconoce, en el apartado siguiente, que su situación económica particular es muy buena. Saquen sus conclusiones.
En ambiente de brazos caídos, es preciso observar tres progresiones políticas. Mariano Rajoy ha impuesto su calma. En anteriores elecciones perdió por la urgencia de los más extremistas, que le empujaron a una propuesta basada en la antiintelectualidad, la confrontación en temas de terrorismo y la teoría conspirativa. Sofocó todos los incendios de su partido con una misma manguera y aguardó los errores del contrario.
En el caso de Gallardón, la trayectoria es tan larga que parece contemporáneo de Romanones. Siendo joven aprendió, bajo el rigor de la batuta de Manuel Fraga, que la resistencia tiene premio. Aunque la dinámica crecida de algunos compañeros de partido, por llamarlos con ese eufemismo, despreció su bagaje y buena imagen, ha sabido imponerse como valor seguro. Con una ejemplar falta de sectarismo para lo que se estila, es el conservador que menos inquina despierta en los votantes de la otra acera. Llegará al gobierno de los recortes, pese a presentar una tremenda deuda municipal y una dolorosa presión recaudatoria sobre los vecinos de Madrid, que en plena crisis han recibido bofetones por cobro de basuras o la revisión al alza del catastro mientras los bancos valoraban la misma propiedad a la baja.
Y la llegada de Ana Botella a la alcaldía de Madrid ejemplificaría las nuevas sagas de poder, algo distintas a digamos los Kennedy. Pero es más sólido su andamio que el de muchas carreras esforzadas. Todo ello si la gente obedece a las encuestas en una campaña donde habrá un solo cara a cara televisado, al que se empeñan en llamar debate, pero que en realidad es un monólogo alternativo de los candidatos, con un moderador encargado del minutero.
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