Kenneth Noland, maestro de la abstracción
Sus lienzos eran círculos dentro de círculos, rombos, triángulos, cubos, colores; ni un solo gesto humano
El artista de los círculos concéntricos, del color y la forma, Kenneth Noland, murió en su casa de Maine, en Estados Unidos, el pasado 5 de enero, a los 85 años de edad, a causa de un cáncer de riñón. "Yo quise que el color fuera el origen de la pintura", explicó al Washington Post en 1977. "Traté de neutralizar el diseño, la forma, la composición... Quería hacer del color la fuerza creadora".
La de Noland es, de hecho, la lírica del color, dentro de lo que los críticos han bautizado como la escuela de la abstracción colorista. En los años cincuenta vivió en Washington, donde enseñó arte en la Universidad Católica de América. Allí conoció a otro artista, Morris Louis, en 1952. Ambos se hicieron amigos. En un viaje a Nueva York, en 1953, tuvieron la oportunidad de ver el lienzo Montañas y mar, en el que Helen Frankenthaler había combinado unos trazos de colores sobre un lienzo sin tratar. Sería aquélla la inspiración de su obra, que daría un paso más hacia la abstracción total.
"Yo quise que el color fuera el origen de la pintura", afirmó en 1977
El estilo de Noland era una rebelión consciente contra el expresionismo. Su arte era otro tipo de vanguardismo. Rechazó expresamente la inspiración en cualquier tipo de gesto humano. Sus lienzos no partían de la naturaleza para deformarla. Eran círculos dentro de círculos, formas autónomas, colores junto a colores, líneas, limpias a veces, yuxtapuestas a trazos gruesos y caóticos. Rombos y círculos. Triángulos y cubos. Ni un solo gesto humano.
De ahí nacieron sus muy célebres círculos concéntricos, pintados entre 1956 y 1962; sus rombos, entre 1964 y 1965, y sus líneas paralelas, entre 1967 y 1970. En 1965 la Galería Nacional de Arte Moderno de EE UU le incluyó, junto a Louis, en la exposición Pintura de color en Washington, que recorrería el país y consagraría a lo que se conoce como la Escuela de Color de Washington.
Por aquella época, el pintor describió, en una entrevista en New York Times, cuál era el efecto que buscaba: "Imagínese a sí mismo mirando al otro lado de la calle a un grupo de peatones. De repente, uno de ellos le mira de vuelta. Una conexión de esa cualidad me gustaría que la tuvieran los colores, pero de forma abstracta".
Noland, junto con otros maestros abstractos, abriría el camino al pop art, con su factura impersonal y su rechazo a añadir contenido ideológico evidente a los lienzos. Como decía la crítica y profesora de arte Victoria Combalía en ese mismo diario en 1983, los temas de Noland eran varios: "La tensión entre formas cerradas y abiertas, la interacción del color según las normas de la Gestalt, el juego entre imagen pintada y formato, etcétera". En aquel mismo año, la Galería Joan Prats de Barcelona le dedicó una exposición, y Combalía habló con él.
"Escribí entonces que era un artista glacial, y lo sigo pensando", dice ahora. "Los pintores norteamericanos de su generación eran fríos. Nunca querían hablar del contenido, no se preocupaban por cosas como las ideas o las emociones. Noland era así. Cuando le pregunté por el sentido de muchas de sus obras, se militaba a decirme: lo que ves es lo que ves".
Nacido en 1924 en Carolina del Norte, Noland fue soldado, taxista y estudiante de música con el mismísimo John Cage, antes de ser pintor. Su éxito le llegó en los años sesenta y setenta, antes de caer en el olvido en los ochenta, cuando precisamente se le criticaba la impersonalidad de sus obras. La década pasada le vio resurgir, con una decena de exposiciones en Nueva York, Houston, Londres y Bergamo, entre otras ciudades. Su obra se exhibe ya en las colecciones permanentes de más de 30 museos de arte moderno de todo el mundo.
En 1988 dio un discurso en la Universidad de Hartford. Entonces parecía sentirse incomprendido. No es que no quisiera que el arte reflejara a la vida real. Esperaba que el arte, en sí mismo, cambiara el mundo.
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