El Cid Campeador, perro gallego
Lo peor de las crisis económicas es la indiferencia que pueden generar hacia todo lo que no sea estrictamente económico. Así, podemos comprobar un día y otro como sectores de opinión poco propicios a ciertos temas políticos, simbólicos y culturales de la Constitución (autonomías, lenguas autóctonas, nacionalidades, sobre todo) relanzan una intensa campaña para deslegitimar el texto constitucional y, en sus actuaciones políticas concretas, como en Galicia, se transgrede de forma clara y sin rebozo alguno la norma constitucional, bien sea para negar al gallego su carácter constitucional-estatutario de lengua propia con sus derivaciones de protección, promoción y respeto, bien sea para negar de hecho el carácter constitucional-estatutario de "nacionalidad histórica" para Galicia, un viejo reino al que se ha negado históricamente cualquier autoexplicación (negadas y hasta ridiculizadas sus pretensiones de hacer su propia historia) para sustituirla por el legendario ajeno, que nos hace muy sabios en lo que le ocurrió a Guzmán el Bueno (¿) , que Dios guarde, o al Cid Campeador, "perro gallego", como le llamaban al de Vivar los árabes del sur, para los que todo el norte era Gallaecia, cuando aquí sólo había España (el valle del Guadalquivir, sobre todo), la Gallaecia histórica bajo diversas extensiones, formas y reinos, y algunos enclaves menos conocidos.
Las fuerzas contra el gallego carecen de freno en un momento en que la economía lo ocupa todo
También Pelayo era "galaico" para los árabes, por similares razones a las de Rodrigo. Y así, esta Gallaecia y su continuidad reducida, el Reino de Galicia bajo diversas administraciones, apenas es conocida por los escolares, que siguen considerando que los celtas eran una fantasía romántica y que Vivero viene de ibero. A muchas de estas tonterías hemos colaborado nosotros mismos, jibarizadas nuestras cabezas pensantes por magos venidos del oriente del Telón de Grelos, cuyas teorías xenófobas fueron asumidas por algunos magos autóctonos sin mucho trabajo. Se culminaba así el proceso de disolución simbólica de un territorio cuya rara magia primigenia, sin embargo, aún está esperando a ser leída e interpretada por los augures de un futuro mejor para esta tierra que, pese a todo, subsiste y se divisa entre las brétemas, más allá de las hermosas extensiones castellanas, que nos preparan para el misterio del viejo reino mágico.
Ahora la RAG (Real Academia Galega) recupera la memoria de nuestro país y defiende nuestra lengua con toda coherencia. Ahora puede hacerse. Durante los años de plomo los académicos no tenían ni para pagase el tren a A Coruña, y carecían de cualquier posibilidad de acción lingüística, y no digamos política. Ahora sí, ahora es posible tomar como base el texto constitucional y estatutario y partir de ahí para recuperar nuestra lengua sacándola del sumidero en que nos la habían dejado. Desterrado el ahora innecesario heroísmo de la gente que en plenas purgas profesionales y físicas logró mantener el fuego sagrado bajo mil recursos indecibles (algún día habrá que hablar de ese heroísmo y de esa oscuridad), es el momento de que una Real Academia Galega nacida sobre el sacrificio de sus ancestros, emerja como autoridad moral y lingüística y ocupe el lugar de la eficiencia. No fueron muchos los que lucharon activamente para oponerse al terror del viejo régimen franco-fascista, y los que lo hicieron lo pagaron muy caro. Muchos lo hicieron en el interior de Galicia y sin exhibicionismo alguno, y entre ellos muchos de aquellos resistentes de posguerra a los que nadie debe ofender bajo ningún concepto desde el desconocimiento de la historia de ese tiempo. Gracias a aquellos y a estos académicos, y muy poco a poco, vamos recuperando nuestra prehistoria, nuestra historia antigua y nuestra historia a secas. También recuperaremos nuestro idioma si sabemos luchar por él. No es gratis. Las fuerzas que se oponen a ello son institucionalmente poderosas, y carecen de cualquier freno judicial o moral en un momento en el que la economía lo ocupa todo y la gente está muy pendiente de sus puestos de trabajo y de su sobrevivencia en el mercado laboral. Es lógico y necesario que sea así.
Pese a todo ello, son cientos de miles las personas que apoyan, se manifiestan, hablan y debaten sobre los problemas que la actual Xunta, con Feijóo al frente, crea a nuestra lengua, que pasa quizá por el peor trance de su historia si tenemos en cuenta su velocidad de pérdida de hablantes efectivos. El objetivo técnico de cualquier política lingüística (en la enseñanza y en todos los ámbitos) debe ser el progresivo desanclaje del gallego como lengua de contexto (familiar y rural, sobre todo) para convertirse en lengua de oportunidad (profesional, de progreso personal y colectivo). Acertar en las políticas prácticas es vital para la vieja lengua de nuestra "nacionalidad", que es una forma académica (y, ahora, jurídica, bajo el amparo del Estatuto y la Constitución) de hablar de nación.
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