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Columna
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La locura valenciana

En la leyenda en letras góticas que acompaña a un pequeño y hermoso cuadro de El Bosco del Museo del Prado (Extracción de la piedra de la locura), Tejón Castrado, su protagonista, suplica a un supuesto galeno: "Maestro, quítame pronto esta piedra". Y llama maestro a un loco, un individuo que lleva en la cabeza un embudo invertido. El embudo no simboliza la sabiduría, como algunos creyeron, sino la locura. El Bosco quiso así ilustrar un proverbio flamenco: "Las cosas van mal cuando el sabio va a operarse de su locura a casa de los locos". Tejón, que por supuesto no llegó a conocer a Goya, había descubierto ya que "el sueño de la razón genera monstruos". Ahora, ante la desconcertante realidad de cada día en el gran teatro político de la Comunidad Valenciana, cualquier cuerdo corre el peligro de acabar como Tejón Castrado.

Camps adopta el papel de personaje ensimismado que lo sitúa en el ámbito del esperpento

Y no digo que todos los socialistas estén cuerdos, líbreme Dios, pero de los que andan obsesionados con el cese como presidente de la Diputación de Castellón de un caballero que ha dejado de ser el político ejemplar que Mariano Rajoy supone, dijo hace unos días el coordinador del PP en aquella provincia: "Yo de ellos me lo haría mirar". Esta es una recomendación que se ofrece a quien tiene alguna dolencia y no va al médico, pero más específicamente a quien sufre un trastorno mental y no acude al psiquiatra o al psicólogo, que es lo que debe haberle ocurrido a los socialistas castellonenses que no reconocen en Carlos Fabra a un político honrado. A Francisco Camps le pasa otro tanto: percibe a los que no lo ven como él quiere hechos un Tejón Castrado. Ha pasado por eso de ser una figura real y adopta el papel de personaje ensimismado que lo sitúa en el ámbito del esperpento, del realismo mágico o de la comedia berlanguiana más que en el de la novela reportaje. Su regocijo y su ensoñación, su esperanza en medallas planetarias y su manera de envolverse en la senyera lo convierten en una criatura de La corte de los milagros, que ríe y ríe, venga o no a cuento.

La senyera envuelve más el cuerpo de los muertos que de los vivos, como toda bandera, pero tal vez quiera Camps dar razón a quienes lo consideran un cadáver político. No obstante, solo a un personaje así se le ocurre elegir entre el Código Penal y su bandera; entre otras cosas porque no hay bandera que tenga sentido sin Código Penal. Y mucho menos se atreve un representante del Estado a dejar a otros la ley y quedarse con la bandera, como hizo él en las Cortes, para hacerse un traje con la senyera. Ya sé que la palabra traje asociada a Camps es muy evocadora, pero no otra cosa que un vestido es una bandera cuando envuelve a alguien. Esperanza Aguirre se vistió con la de Madrid, creo que ayudada por Agatha Ruiz de la Prada, que gusta de las banderas para la costura, pero lo hizo en un traje rojo con las estrellas madrileñas de su enseña y se exhibió de esa guisa en una fiesta de la revista Telva.

No pierdo yo la esperanza, a la vista de cómo avanza el disparate, de ver a Rita Barberá con una senyera convertida en traje de falda y chaqueta: la cuatribarrada abrigando sus pechos y el festón azul en las mangas de la blusa o en el remate de la falda. La alcaldesa de Valencia supera toda caricatura que pueda hacerse de ella, cualquier ninot indultat que la represente. Si no difícilmente se explica uno, no ya que insulte a Zapatero del modo en que una señora maleducada puede hacerlo, y llamarlo ignorante, inmoral y miserable, sin esperar que esas palabras puedan revertir en su contra, sino que se atreva a referirse a la mujer del presidente, y de una teórica hartura de su marido, sin temer a que le pregunten cómo está de harta su pareja con ella, si es que la tiene, o por qué razón carece de pareja que pueda hartarse de ella. Se evitó llamarle borracho, no porque a ella el olor de la ginebra le sea ajeno, sino porque ya un correligionario suyo se había ocupado de eso días antes. De todas maneras, puesta a disculpar a su presidente de la debilidad por los regalos, que antes no existieron, pura falsedad, y ahora son lo de menos, la alcaldesa de las anchoas, bolso en mano, pidió que tirara la piedra aquella autoridad o funcionario que no haya recibido al menos un jamón. Creo que se está haciendo en España una recolecta de prendas interiores regaladas -bragas rojas monísimas y sujetadores con encajes- para coincidir con ella en que nadie, por supuesto, se vende por unos calzoncillos.

Ah, y a este propósito se me olvidaba contarles que al final no había piedra en la cabeza de Tejón Castrado, que lo que le sacó el falso cirujano del cuadro fue un tulipán lacustre. Pero El Bosco no dejó de tener en cuenta que el tulipán lacustre era la representación del dinero que terminó en la bolsa bien repleta que le pintó al loco extractor de la piedra de la locura. De eso se trata en Valencia, tantos siglos después; no de los vestidos, del tulipán lacustre.

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