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Columna
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La democracia y las formas

Hubo un tiempo en que ciertos cenáculos de izquierda renegaban de la "democracia formal". Una vieja corriente originada en Rousseau y su idea de la "democracia directa", pasada por el marxismo, incurría en ese engaño ideológico. Ya no es el caso. La experiencia histórica y la complejidad de las cosas iluminan la certeza de que la democracia es formal por definición. O dicho de otra manera, que la democracia, o es formal o no es democracia. Induce a la tristeza ver cómo bracea la izquierda en las Cortes Valencianas para hacer valer los mínimos de una cuestión tan obvia frente a una derecha burdamente ajena a la importancia, simbólica y real, que la dimensión procedimental tiene en el juego democrático.

La presidenta del Parlamento autonómico, Milagrosa Martínez, seguramente no ha oído hablar de Norberto Bobbio y casi con seguridad jamás lo ha leído. Tampoco el vicepresidente Rafael Maluenda. Pero el teórico italiano ya explicó en su día que la norma y el poder son dos caras de la misma moneda. No puede uno cargarse las normas desde el abuso de poder sin poner en jaque la sustancia misma del sistema político. Martínez perdió las formas, al delatar una parcialidad escandalosa a favor de Rita Barberá en el tumultuoso pleno del miércoles pasado. Maluenda las perdió al expulsar con un autoritarismo vergonzoso al portavoz socialista, Ángel Luna, y Juan Cotino se cubrió de gloria al agredir verbalmente a la diputada de Compromís Mònica Oltra.

La igualdad, la dignidad de las personas y los derechos fundamentales son condiciones previas al ejercicio del debate democrático. Si la oposición achucha, incluso con agresividad, va en el sueldo y la condición de quienes ejercen el poder, cuya responsabilidad es mantener la respuesta en los márgenes de un respeto escrupuloso a las técnicas de garantía articuladas para que la relación entre la forma y la sustancia de las decisiones no se desequilibre. Es muy preocupante que el PP llegue a extremos como el de esta semana desde su concepción omnipotente de la mayoría, que entiende la democracia como un frontón y no como una forma de institucionalizar la confrontación política para producir decisiones colectivas con el máximo de consenso y el mínimo de imposición.

Aunque, bien mirado, cómo acogerse a sutilezas sobre el papel de la deliberación en la calidad de la democracia, cuando las formas han llegado al extremo de que el jefe de recursos humanos de la televisión autonómica ha reinado 15 años sobre la empresa pública con la convicción de poder ejercer sin recato el derecho de pernada. Dicen que a Vicente Sanz, ahora destituido tras las denuncias de acoso de tres trabajadoras, sólo le faltaba pasearse a caballo por los dominios de Ràdio Televisió Valenciana. Tales son los monstruos que alimenta la concepción de la democracia como una simple coartada del poder.

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