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Tribuna:OPINIÓN | APUNTES
Tribuna
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¿Leemos bien los rankings universitarios?

En los últimos años se han venido citando algunas clasificaciones de las mejores universidades del mundo. Es lógico que en un mercado cada vez más global como el de los estudios universitarios las instituciones quieran verse clasificadas entre las mejores en estos rankings. En símiles futbolísticos, se trata de ver qué universidades son de primera división o aspirantes a jugar en la liga de campeones.

Dos clasificaciones internacionales reconocidas y publicadas desde hace unos años son los Ranking Universitarios Mundiales elaborados anualmente por Times y por la Universidad Jiao Tong de Shanghai. Las dos clasificaciones difieren en su metodología, pues valoran distintas cualidades y con ponderaciones ciertamente subjetivas. En el primero se pondera mucho el resultado de una encuesta a más de 3 mil profesores de todo el mundo que opinan de la calidad de las universidades a las que no pertenecen. También se tiene en cuenta el promedio de citas en revistas académicas por artículo publicado, el ratio de alumnos por profesor o el porcentaje de alumnos y profesores internacionales. En la clasificación de Shanghai se consideran indicadores como los Premios Nobel que alumnos y profesores de la institución han ganado, el número de artículos publicados en ciencias naturales y experimentales, el número de los incluidos en revistas indexadas o de alto prestigio y el número de autores con mayor número de citas internacionales.

La universidad española sigue estando en estos rankings en una posición incongruente con su peso en la economía global. Sólo una universidad española, la de Barcelona, se encuentra en 2006 dentro de ambos rankings por encima del puesto 150 y por debajo del 200. Entre las 500 primeras sólo un 1,8% son españolas, cuando el peso de España en la economía global es el del 2,5%. No ayuda el hecho de que la investigación en el mundo tiene un idioma: el inglés, lo que sin duda contribuye a situar a las universidades anglosajonas en los primeros puestos. La situación de las universidades españolas tampoco sobresale en otro ranking, el Webometrics, que mide la visibilidad y el impacto de los contenidos de las páginas Web de las instituciones universitarias (sólo la Complutense de Madrid se encuentra entre las primeras 200).

Las dos universidades públicas de Valencia pueden estar satisfechas de estar clasificadas entre las top 500 del planeta. No viene mal que lo pongamos en evidencia, pero no abusemos de triunfalismo. Primero, por la subjetividad de las ponderaciones y los índices elegidos. Así, el ranking del Times es llevado por una empresa comercial que se basa en un 50% en encuestas a expertos que se autoinscriben en la base de datos. En el ranking de Shanghai el tamaño importa puesto pesan en el mismo de manera apreciable el número de artículos publicados en ciencia y tecnología, lo que margina a las universidades con producción artística y en ciencias sociales y humanas. En segundo lugar, las clasificaciones son muy sensibles a algunos indicadores. Es interesante ver, por ejemplo, qué es lo que hace que nuestras Universidades públicas estén situadas entre las 500. En el ranking del Times la fortaleza de las dos Universidades es su relativamente reducido ratio de número de alumnos/profesor. En el ranking de Shanghai, la Universitat de Valencia-Estudi General es favorecida por su número de artículos en revistas de prestigio (Citation Index) mientras que la Politécnica destaca por su abrumadora especialización hacia publicaciones tecnológicas. Ambas universidades cuentan cada una con un investigador entre los más citados del planeta.

Estos activos no se improvisan y responden a un esfuerzo de décadas. Los indicadores nos pueden ayudar a planificar nuestras universidades para evitar dependencias únicas y promover áreas de interés. Sin embargo, dadas las más que evidentes limitaciones, imperfecciones e incluso contradicciones de los citados rankings, deberíamos evitar en una institución académica incurrir en un exceso de confianza o simplificación pues pasar del cielo al infierno con tan débiles y subjetivos datos puede ser cuestión de muy pocos años.

José María García Álvarez-Coque es Catedrático de Economía Aplicada

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