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Opinión
Columna
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El placer que no engorda, no enferma y no es pecado

En 2025 el café se puede convertir en una interesante herramienta diplomática latinoamericana ante la entrante Administración Trump

Marco Rubio bebe una taza de café en un restaurante de Las Vegas, Nevada, en octubre de 2015.
Marco Rubio bebe una taza de café en un restaurante de Las Vegas, Nevada, en octubre de 2015.John Locher (AP)

Se acabó este año y nos deja respuestas y también preguntas. Los analistas de todo tipo nos dirán qué fue lo mejor y qué lo peor y nos predirán elocuentemente lo que traerá el 2025. Unos acertarán y otros nos contarán luego el porqué de sus desatinos.

Estados Unidos, por su parte, empieza un ciclo que los pesimistas llamarán desastroso y nos explicarán que la Administración Trump es de bullies globales, mientras que otros nos dirán que por fin el país va a recuperar su grandeza perdida en los últimos años. Ya veremos quienes tienen razón y quienes no. Lo cierto es que —a diferencia de la vez pasada— Trump ha dejado de ser un celebrity metido en política, a ser un líder político con un pasado de celebrity. Y en este contexto, independientemente de la opinión que se tenga de él, la migración ilegal, especialmente de países latinoamericanos, casi todos productores de café, seguirá en la primera página de las discusiones.

Es que el café tiene muchas caras. Jerry Seinfeld es uno de los mejores comediantes de los Estados Unidos. Saltó a la fama con la exitosa comedia Seinfeld, que se produjo entre 1989 y 1998. Buena parte de la serie sucedía en una cafetería o coffee shop. Más adelante, en 2012, creó Comedians in Cars getting Coffee, o “Comediantes en Autos tomando Café”, en una plataforma de streaming. En él, Seinfeld desarrolla conversaciones con otros comediantes sobre diversos temas como sus vidas y sus carreras, en forma muy casual, siempre alrededor de una taza de café. Más recientemente, en una entrevista con Jimmy Fallon, decía Seinfeld que “el café es la parte más importante de la vida humana. Cuando llegues al final de esta vida, antes de pasar a lo que sea que siga, creo que es muy posible que tu último pensamiento sea: ese fue un buen café”, para añadir luego que “el café es lo único que está 100% de tu lado. Cada día. Cada taza”.

Su forma de hablar —gráfica y humorística— en realidad refleja lo que para muchos de nosotros es una taza de café. El momento de paz de la mañana, la ocasión de hacer sobremesa con la familia o compartir con los amigos, un café helado en el verano o el famoso Kaffee und Kuchen —café y pastel— una verdadera institución para los alemanes o en cualquier café en Viena y, hoy por hoy, en el mundo.

Además del placer que nos da el aroma y sabor del café mañanero, o un espresso o cortadito después del almuerzo o a media tarde conversando con amigos, ahora la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), incluyó al café dentro de su lista como alimento saludable. Es decir que, oficialmente, ahora el café tiene el sello de healthy. Y no es que no supiéramos por múltiples estudios que ese maravilloso grano tostado y molido, proveniente de África (de Yemen o de Etiopía, según a quien se le pregunte), era saludable. Pero el aval gubernamental del gobierno del mayor consumidor de café del mundo, es una buena noticia.

Lo saludable y social del café, sin embargo, no se queda en quienes solo lo toman. Las comunidades que lo producen son —en su gran mayoría— pequeños productores dispersos en más de 60 países, con cultivos promedio menores a dos o tres hectáreas. El café es un gran generador de tejido social. En Colombia, por ejemplo, estudios muestran que en las comunidades tradicionalmente cafeteras, la intensidad del conflicto armado fue menor. Las personas que lo producen son buenas, enamoradas de lo que hacen y de su tierra, aunque a veces el cultivo difícilmente les da para vivir.

Y es que no todo es color de rosa. La cadena de valor es altamente inequitativa: mientras otros eslabones, como tostadores, comercializadores, cadenas de cafeterías, etc., obtienen una muy buena rentabilidad, el ingreso de los productores no les permite a muchos prosperar. El cambio climático también hace de las suyas, afectando la producción y por ende el ingreso de los cafeteros, especialmente de la especie Arábica, cosechada mayormente en América Latina.

La volatilidad de los precios del café verde —generada entre otros por las condiciones climáticas que afectan la producción— dificulta aún más las cosas. La forma como se vende una gran parte del café en el mundo es a futuro, es decir, con acuerdos en que la industria compra a un precio acordado hoy, pero la entrega por el productor y el pago se realizan en una fecha futura que también se acuerda. Grandes movimientos en el precio hacen muy difícil que el productor —y su comprador— puedan programar adecuadamente. A manera de ejemplo actual, si bien en este momento el precio por libra de café arábica está por encima de 3,20 dólares, hasta el primer trimestre de 2024 estuvo por debajo de $2 y en febrero de 2020, antes de la pandemia, el precio estaba alrededor $1. También sucede lo opuesto. Es excelente que el productor reciba el mejor precio posible. Pero ojalá esta fuera la constante y no el resultado coyuntural de factores externos.

En América Latina, desde Brasil hasta México, prácticamente todos los países producen café. Algunos en el Caribe también. A su vez, el mapa de la migración ilegal desde Colombia hacia el norte, coincide en buena parte con países cafeteros. Y, si bien es difícil tener estadísticas exactas, muchos de los migrantes ilegales de países como Guatemala, El Salvador u Honduras, vienen de zonas cafeteras. ¿No será que una parte de la solución, si la Administración Trump quiere reducir el número de migrantes, es acompañar las medidas que vaya a tomar con apoyos a los países productores de café, especialmente a las comunidades que producen el grano?

Donald Trump no toma café, ni es latinoamericano. Pero Marco Rubio, su secretario de Estado, sí lo es, y seguramente en su casa el café se disfruta cada día, por su origen, por el ancestro colombiano de su esposa y por la importancia económica, social y política del grano en la región, que él seguramente entiende.

Rubio es un conocedor de los temas internacionales y especialmente latinoamericanos y tiene una historia familiar de dificultades y éxito como hijo de inmigrantes cubanos. Es, además, el latinoamericano con el cargo más alto en la historia y ya ha sido precandidato presidencial, y sin duda tiene aspiraciones de lanzarse de nuevo. Por eso, puede ser un buen interlocutor para América Latina. Como miembro de la creciente comunidad latinoamericana que representa hoy casi el 20% de la población de Estados Unidos, no es exagerado decir que el nuevo secretario de Estado se juega su futuro político en los próximos cuatro años. En todo el país: no solo con los cubano-americanos y no solo en la Florida.

Como decíamos al principio, este es un año de retos y sobrarán las predicciones y correcciones. Lo que definitivamente no es una predicción, sino una realidad, es que el café —además de todos sus demás beneficios— se puede convertir en una interesante herramienta diplomática latinoamericana. El café no solo debe ser sano para quien lo procesa o se lo toma: también lo debe ser para quienes lo producen.

No quiero cerrar esta columna sin enviar mis mejores deseos por un 2025 lleno de felicidad y prosperidad a mis lectores, pero especialmente a quienes producen nuestro café de cada mañana en nuestra región y en el mundo, y particularmente a los de mi Colombia natal.

Se dice popularmente que todo lo que da placer engorda, enferma o es pecado. Todo, a diferencia del café, que da gran placer, pero no engorda, no enferma y no es pecado. ¡Feliz y Próspero 2025!

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