Adiós, Charlie Cale; hola, vecinos del Arconia
No debemos vivir de espaldas a la realidad, pero es necesario encontrar refugios en los que coger fuerzas para afrontarla. Este otoño pásense una vez más por ‘Solo asesinatos en el edifico’

Confieso que esta semana estoy desconcertada; desconocía la pasión que los sectores más conservadores profesan por Eurovisión y el agujero que les causará en la agenda y en el corazón no escuchar a mediados de mayo si Guayominí nos otorga deux points. También me sorprenden los que, ante las protestas durante la Vuelta, piden que no se politice el deporte, porque son los mismos que no ven ningún problema en que tantos países de Oriente Medio utilicen petrodólares manchados de sangre para blanquear sus dictaduras con fastuosos eventos deportivos. Igual es que eso no es política también.
Pero por mucho que la actualidad venga frenética, sé que no puede vivir siempre en la lucha y que a veces es necesario abandonarse a la evasión. Ante los desbarres de Perico Delgado —que no llegó tarde solo a la contrarreloj de Luxemburgo, también al reparto de prudencia—, durante la última etapa de la Vuelta me refugié en Las cuatro plumas vía TCM. La buena, la de Zoltan Korda. Ya sé que su sustrato es el colonialismo, pero déjenme disfrutar de ese hermoso ejercicio de coraje y dignidad.
Podría caer en eso de que ya no se hace ficción como antes, pero este verano me han salvado de la realidad Charlie y su Poker Face. El personaje que interpreta soberbiamente Natasha Lyonne es una de las buenas —y a mí en el cine y en la vida siempre me han gustado los buenos— y también sabe mucho de coraje y dignidad. Charlie me ha masajeado las cervicales durante todos los capítulos, pero de elegir uno de esta temporada, me decantaría por el octavo, el de los estafadores, con la maravillosa Melanie Lynskey. Véanlo, no necesitan saber nada, no tiene un arco argumental significativo, ese cepo infernal de tantas series, y seguro que se enamoran. Se despide hoy, pero no lloraré, porque ya están aquí Mabel, Oliver, Charles y el acogedor (y mortífero) universo del Arconia. Solo asesinatos en el edificio también es terapéutica, huele a castañas asadas y chocolate caliente. Es una cálida caricia de otoño, un lugar seguro en el que prima la inteligencia, el humor y una melancolía que arrulla. Su segundo capítulo, el que cuenta la vida de Lester, es el abrazo que una necesita para sobrevivir al final del verano.
No debemos vivir de espaldas a la realidad, pero es necesario encontrar refugios en los que coger fuerzas para afrontarla. Este otoño, pásense una vez más por el Arconia; es la mejor receta para sobrevivir a este nuevo curso que empieza calentito.
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