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eurovisión
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Eurovisión 2024: una cadena de despropósitos

La organización ha sido incapaz de gestionar la presencia de Israel, dejando de ser incluso la plataforma en la que se ha reivindicado la libertad de expresión y los valores europeos

Nemo, representante de Suiza, con el micrófono de cristal este domingo en Malmö.Foto: JESSICA GOW (EFE)
Lluís Pellicer

Nemo culminó este sábado su segunda actuación de la noche, la que ofrecía ya como ganador de Eurovisión, con un fugaz ruido de cristales rotos. El ansiado micrófono de cristal acababa de romperse. Más tarde, en su rueda de prensa, admitió que el trofeo se había partido, pero le quitó hierro. “Se puede arreglar. Puede que Eurovisión también necesite algunos arreglos”, acertó a decir el representante de Suiza. Nemo, procedente del país más neutral de Europa, ponía el dedo en la llaga. El festival este año ha salvado los muebles tras la victoria del mejor intérprete de la noche, pero ha estado a un paso del desastre. Europa esperaba que Suecia, los reyes de Eurovisión, dieran un nuevo impulso al festival en el 50º aniversario de la victoria de Abba. Sin embargo, las televisiones públicas europeas fueron incapaces de gestionar la presencia de Israel en el certamen, convirtiéndolo en un auténtico despropósito.

La extensa literatura sobre geopolítica eurovisiva necesitará una nueva revisión tras el festival celebrado en Malmö (Suecia). Los estudios que se habían efectuado desde las universidades minimizaban las posibles razones políticas en el voto de los países y ponían énfasis en las migraciones y los lazos culturales o lingüísticos entre países. Si Alemania daba sus 12 puntos a Turquía o España se los entregaba a Rumanía era por la amplia comunidad de ciudadanos de esos países, y si Chipre otorgaba su máxima puntuación a Grecia, y Portugal hacía lo propio con España se debía a la cercanía cultural entre esas naciones. Sin embargo, tras las votaciones de esta edición, esos factores parecen ir diluyéndose: ni los douze points de los chipriotas fueron a sus vecinos, ni los portugueses prestaron interés a una Nebulossa que devolvió a España al furgón de cola.

Eso no significa que en Eurovisión no hubiese política. Pese al empeño de algunos sectores para ridiculizarlo, el festival logró revitalizarse al convertirse en una válvula de escape para varios colectivos asfixiados en sus países y sociedades, que acabaron hallando en él una plataforma para denunciar su situación y expresarse libremente. Eurovisión entronizó a Dana International o Conchita Wurst, reivindicando la tolerancia frente a los sectores más ultras de sus países; encumbró a Verka Serduchka, de Ucrania, con su ingenioso adiós a Rusia, aplaudió a unas t.A.T.u que por aquel entonces daban visibilidad a un colectivo LGTBIQ+ tan castigado por Moscú, o dio alas a una agenda que iba desde el acoso escolar y la salud mental hasta el empoderamiento de la mujer.

Lo ocurrido esta semana en Malmö va completamente en la dirección opuesta. La Unión Europea de Radiodifusión (UER) decidió que Israel podía participar tras rechazar dos canciones y aceptar su tercer intento. La UER se justificaba en que nada tenía que ver la televisión pública israelí con la rusa, que fue expulsada en 2022 tras los ataques de Rusia a Ucrania. Y tras adoptar una decisión política, la UER quiso proteger a Eurovisión de la política. Fue a partir de ahí cuando llegó la cadena de despropósitos que deslucieron el espectacular festival que habían preparado los suecos.

Eurovisión dejó de ser la plataforma en la que se reivindicaba la libertad de expresión y los valores defendidos siempre por Europa y quedó secuestrado por la participación de Israel, que sigue acrecentando el malestar de la comunidad internacional por su desproporcionada e inhumana respuesta al ataque de Hamás. La organización exhibió una total impotencia y permitió que todo discurriera en un ambiente caótico. Solo algunos ejemplos reportados por los periodistas que estuvieron en Malmö: se reprendió al exparticipante sueco Eric Saade por llevar un pañuelo palestino en el brazo; se trató de silenciar las protestas del público; se acalló a cantantes como la irlandesa y se permitió que se intimidara a periodistas. El malestar de los cantantes —que dedican medio año de su carrera por acudir al festival— fue notorio, algunos amagaron con retirarse y la representante de Irlanda incluso mandó a la UER a tomar viento cuando pasó todo.

Nemo tuvo que colar la bandera que representa a las personas no binarias ante el extremo control de la organización sueca. Ese escrutinio fue tan ridículo que, como contó Héctor Llanos en estas páginas desde Malmö, incluso se prohibió la entrada de banderas europeas, lo cual no ha pasado desapercibido en Bruselas. Antes de alzarse con la victoria, Nemo tuvo que pasar por la odisea que recoge su letra: fue al infierno, volvió y rompió los códigos impuestos. Su incontestable victoria sin duda habrá permitido respirar a la UER, que deberá dar explicaciones de todo lo sucedido en este caótico festival.

Por lo demás, ganó el mejor, Ucrania se confirmó como una gran potencia del festival, Portugal volvió a encandilar a los jurados e Israel logró aunar en el televoto los apoyos suficientes para auparse hasta la quinta posición. Ahora es Suiza, el país que albergó el primer festival europeo en 1956, la que tiene un año para buscar la fórmula para pacificar a la familia europea y frenar posibles deserciones.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.
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