‘¡Sálvese quien pueda!’: café para los muy cafeteros
¿Dónde iban a parar los colaboradores de ‘Sálvame’ si no es a Miami Beach? Es su ecosistema, su santa sede. El programa se goza, se ríe y se llora si es usted de esas personas que ha visto a sus protagonistas mucho más que a algunos miembros de su familia
La mujer que atiende en el mostrador del aeropuerto de Barajas tiene ensayada la frase y pone cara de que lo que está ocurriendo es algo normal en su día a día. Y lo normal es que Teresa Lourdes Borrego Campos, Terelu para toda España y ahora para Miami en su conjunto, quiere facturar el retrato de dos por dos que hacen a los presentadores estrella de Mediaset y enviarlo a Estados Unidos junto con su maleta. Porque ella sin ver su carita bien iluminada (y sin su ColaCao) no sabe vivir.
Mientras, el resto de sus compañeros (los Kikos, Matamoros y Hernández, María Patiño, Lydia Lozano, Belén Esteban, Víctor Sandoval y Chelo García Cortés) intentan a su vez facturar el pulpillo —una especie de atril gigante con escaleras— que ha servido para dar las mejores exclusivas y las mejores risas del difunto Sálvame. La mujer que les atiende en el mostrador del aeropuerto de Barajas sonríe un poquito ante semejante disparate. Y así, señoras y señores, comienza ¡Sálvese quien pueda!, recién estrenado en Netflix.
Los tres primeros episodios son un ejemplo casi perfecto de lo que hay que meter en un reality ambientado en Florida. Todos los colores posibles reunidos en un vestido, gafas de sol enormes y siempre puestas en interiores. Extensiones, pestañas postizas, rellenos faciales luchando contra la flacidez, injertos capilares, toxina botulínica y ácido hialurónico en cantidades industriales. Logos bien visibles, tatuajes, muchos tatuajes. Gimnasio y quirófano. Edificios grandilocuentes, coches gigantes y contaminantes. ¿Dónde iban a parar los colaboradores de Sálvame si no es a Miami Beach? Es su ecosistema, su santa sede, su líquido amniótico. Fantasía, eso sí, para los muy cafeteros.
Los colaboradores de televisión hacen lo que pueden con los guiones. Quizá los creadores son conscientes, como lo sería cualquier espectador, de que a semejantes criaturas no se las puede dejar desbocadas, así sin ton ni son. Pero es precisamente dejarlas sueltas y sale petróleo. Cuando recién aterrizados en el aeropuerto de Miami, mientras viajan en el autobús de camino al hotel, se produce la magia. Cuando María Patiño mira embobada por la ventana y dice: “Miami me recuerda a Australia. Es muy playa”. Y Belén, Belén de España y de donde le dé la gana, responde: “¡Pero si tú no has estado en Australia! Pues a mí Miami me recuerda a Paracuellos”. Detalle: Paracuellos del Jarama es la localidad donde vive la princesa del pueblo y reina de nuestros corazones.
Desde el principio, queda demostrado que por mucho que hablen español en la ciudad donde se crio Enrique Iglesias, entre su cultura y la nuestra hay mil y una diferencias. Para empezar, en el lenguaje, porque los personajes de Sálvame son aquí “panelistas”, y no colaboradores. Porque les advierten, en esa excusa que sirve de eje del reality, la de encontrar trabajo en vez de pedir la vez en una oficina del SEPE, que ojo con lo que se dice, porque aquí las demandas judiciales y los abogados van en serio y no se admiten rumores, sino certezas. Y para triunfar hace falta mucho más que la receta que le ha funcionado a Kiko Hernández desde que salió de la segunda edición de Gran Hermano: “Dialéctica y mala hostia”.
Personajazos
La columna vertebral del programa es María Belén Esteban Menéndez, despojada ya desde hace siglos de esa timidez de la primera entrevista que le hizo María Teresa Campos en televisión, cuando parecía que sería la primera mujer de torero a la que su marido había puesto una tienda de bolsos para pasar el rato. Tiene ahora otra cara, otro cuerpo y un marido conductor de ambulancias, una hija que no quiere ser famosa y un millón de amistades nuevas. Le encanta hacerse fotos con otros famosos como a muchísimos españoles, insaciables ante la posibilidad de fardar luego con los colegas y sobre todo con los enemigos. Aunque Belén lo defina como “echar” o “tirar” fotos. Es de una pureza que asusta, capaz de ser la más ordinaria de todas y también la más sensible. Como cuando consuela a María Patiño mientras esta llora recordando a sus padres o regañando a Víctor Sandoval por el rencor que perdura en él tras su fallido matrimonio con Nacho Polo. Otro detalle: tras el divorcio le dedicó una canción que consistía básicamente en repetir de forma muy rápida dos palabras, “Nacho Polo”. Y así sucesivamente.
Sandoval, por cierto, es una persona que acabaría con la paciencia de Job, pero es un personajazo televisivo que llora, que exagera, que dice que la casa de Miami en la que vivió durante ocho años está maldita porque la antigua propietaria enterró a sus hijos en el jardín. Y así, de esos polvos vienen toda esta serie de desgracias que le ocurren sin parar, incluida aquella vez en la que le picó una araña y casi le hace cerrar sesión. “¿Pero tú eso de la antigua dueña cómo lo sabes?”, le preguntan. “Me lo contó Cristina Tárrega”, responde muy en serio. A esta España sí que habría que amnistiarla.
Las tramas en programas locales de televisión resultan irregulares, por muy buenas que sean las intenciones. Solo Belén sabe quién es Jenni Rivera (no sólo lo sabe, se sabe todo de ella y de sus familiares), Anuel (“el que fue novio de la Karol G”) y presume de su amistad con Rosalía. El resto de sus compañeros tienen más actitud de estar de vacaciones, algo comprensible en aquel Benidorm a lo bestia que es Miami. Y los panelistas de allá tienen escaso recorrido en una tele como la española, aunque a algunos de ellos los hayamos conocido en el también difunto Cuentos chinos de Jorge Javier Vázquez.
El programa se goza, se ríe y se llora si es usted de esas personas que ha visto a sus protagonistas mucho más que a algunos miembros de su familia. Si sabe, por ejemplo, de la facilidad de Lydia Lozano para el llanto, de que los dos Kikos unidos jamás serán vencidos, de que a Chelo García Cortés se le acusa de pasividad y se le llama Chelordomo por su actitud servil con Isabel Pantoja en una edición de Supervivientes. Si sabe que Terelu tiene fama de altiva, que Patiño fue a Miami como dueña de dos chinchillas y se le acaba de morir una. Si llora de risa cuando Belén le dice a María en medio de una fiesta a bordo de un yate: “Se llama José Luis, ¿no? Que no le quiero llamar El Puma”.
Tan maravilloso como indescriptible. Es muy playa.
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