‘And just like that…’ sigue mancillando el espíritu de ‘Sexo en Nueva York’
Por intentar abrazar una diversidad que no estaba en su ADN, la serie de Sarah Jessica Parker ha perdido su propia identidad. El inicio de su segunda temporada confirma que no tiene remedio
En 1986, Newsweek se dirigió a una generación de mujeres con un artículo de portada que Nora Ephron citó en Algo para recordar: “A partir de los cuarenta una mujer tiene más posibilidades de morir en un atentado terrorista que de casarse”. La gráfica, hicieron una gráfica, porque para darle credibilidad a un disparate sólo hay que situarlo en un eje de coordenadas, era falsa —espero—, pero pavimentó los noventa de comedias románticas en las que mujeres atractivas y triunfadoras se comportaban como idiotas para llevar a cualquier botarate al altar. La propia Sexo en Nueva York fue una consecuencia de aquella lucha contra el reloj del fin del mundo (de las citas). Un mero macguffin porque lo mollar era la relación entre ellas, su amistad inquebrantable era el verdadero milagro de Sexo en Nueva York y no encontrar un piso de renta antigua en el Village.
No sería tan inexacto afirmar que lo complicado a partir de los cuarenta, y no digamos de los 50, es encontrar nuevas amigas. Amigas de verdad, a las que les puedes pedir que te ayuden con un diafragma atorado. La clase de amiga que era Samantha. Ella y no Mr. Big fue la verdadera pérdida de Carrie. Sam, Ms. Jones, Pollicienta, Follestein… se habría merecido una salida más digna, ¿un experimento de la NASA para estudiar el orgasmo ingrávido? No es más increíble que distanciarla del grupo por un tema económico, eso le sucede a los personajes de Belén Gopegui, no a los de Candance Bushnell.
Del espíritu de una de las series sobre las que HBO basó su prestigio queda tanto como de su título: nada. No podemos decir que nos hayan engañado. En And just like that… el sexo es escaso y parece más un mero trámite o una justificación para incluir bromas poco sofisticadas y la ciudad casi ha desaparecido, al menos la ciudad real. La “experiencia Bradshaw” que vendían decenas de “tours” era asequible, por apenas 5 dólares podías sentarte en Bryant Park con un cupcake y sentirte una neoyorkina triunfadora, siempre que no llevases coletero. Pocas podrán emular ahora el estilo de vida de mujeres que almuerzan en un bar donde los bolsos tienen su propio taburete. Las amigas que consideraban un acontecimiento colarse en una piscina gracias a un carnet falso hoy asisten a la gala del Met. Incluso con su ropa, otra de las señas de la serie que ha perdido identidad, todas parecen un catálogo viviente de la Semana de la Moda de Nueva York.
Para adaptarse a lo que las redes sociales dicen que son los nuevos tiempos incorporaron un elenco rebosante de diversidad racial y sexual, una anomalía en una ficción cuya protagonista huyó despavorida de una fiesta en la que había bisexuales como si hubiese visto al el reverendo Jim Jones preparando los cócteles. Albergaba la esperanza de que toda la pasada temporada hubiese sido un mal sueño de Carrie, si sirvió para Dallas y Los Serrano, ¿por qué no aquí? Desgraciadamente ahí siguen Seema, Lisa y Nya —no me pregunten cuál es cuál—. ¿Recordaremos dentro de cinco lustros sus historias como hoy recordamos al señor Semen Agrio?
A pesar de que por la pantalla pululan muchos cuerpos, las protagonistas están solas. Si en el final de la pasada temporada nadie acompañó a Carrie a París para despedir al amor de su vida, en el inicio de la nueva todas viven ajenas a su nuevo romance; tampoco nadie aconsejó a Miranda no acercarse a menos de un metro de Che, esa cansina versión de Hannah Gadsby, si es humanamente posible ser más cansina que Hannah Gadsby, al igual que ignoran su alcoholismo —¡venga ya, Michael Patrick King, esas mujeres le hicieron una intervención a Charlotte para salvarle de su adicción a un vibrador, jamás habrían dejado sola a Miranda—. La otrora cerebral abogada resulta irreconocible, tal vez habría que recordar a los guionistas que el lesbianismo no te obliga a comportarte como Harrison Ford en A propósito de Henry, no dejas de ser una adulta funcional. Charlotte se confirma como la única que permanece fiel a sí misma, y su relación con Harry —por favor, que lo que ha unido sufrir una gastroenteritis en una casa con un solo baño no lo separe la sala de guion— parece lo único real de una serie que en su segunda temporada es aún más fondant.
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