‘La maldición del Windsor’, autopsia a un rascacielos para explorar el multiverso de soluciones a un mismo misterio
“Fue un incendio con fallos de guion. Si fuera una película, no sería verosímil para el espectador”, cuentan los creadores de esta miniserie documental que recopila las teorías en torno a uno de los sucesos más mediáticos de la historia reciente española
El siniestro de la torre Windsor, del que se acaban de cumplir 18 años, fue uno de esos momentos que inspiran la pregunta ¿qué estabas haciendo cuando...? A Víctor Morilla, encargado del argumento y del desarrollo de una nueva miniserie documental de cuatro capítulos que recuerda el suceso, le vino a la mente lo mismo que a muchos otros españoles cuando vio lo que ocurría por televisión: el 11-S. Raúl Calàbria, director y guionista del proyecto, cuya producción comenzó hace dos años, cree que desde el primer momento se convirtió en un acontecimiento memorable, antes incluso de que se desataran tantas conjeturas en torno a él. “Era hipnótico ver un edificio tan grande ardiendo, con la incógnita de qué iba a pasar”, comenta en conversación telemática desde Barcelona.
La maldición del Windsor comienza el primero de sus cuatro capítulos a las 23.21 del sábado 12 de febrero de 2005 en el número 79 de la avenida de Raimundo Fernández Villaverde de Madrid. Fue en ese momento cuando los bomberos recibieron el aviso del que ha sido el incendio más mediático de España. Un rascacielos que era sede de empresas como el poderoso bufete de abogados Garrigues y de la consultora Deloitte, un lugar que encerraba los secretos del Ibex 35 y del Estado español, quedó reducido a cenizas y escombros ante la mirada de millones de espectadores.
La investigación se cerró rápido, sin resolver muchas dudas. Y El Corte Inglés logró, tras años de anhelo, quedarse con un espacio privilegiado en una de las grandes zonas comerciales de la ciudad. Las teorías conspiratorias se dispararon de forma inevitable. Y esta miniserie, que ya puede verse al completo en HBO MAX y que DMAX emite en lineal a razón de dos capítulos en las noches del pasado domingo 12 y de los otros dos el próximo domingo 19 de febrero, explora casi todas ellas como si fueran universos paralelos.
Pudo ser una negligencia en cadena prendida por la colilla de un cigarro. O varias formas de un estudiado sabotaje que beneficiaba a las altas esferas del poder y el dinero. O todo a la vez en todas partes. “Fue un incendio con fallos de guion, al menos en la versión oficial sobre lo ocurrido. Si fuera una película, no sería verosímil; no te la creerías como espectador”, defiende Morilla, también desde Barcelona.
La propuesta de Producciones del Barrio (Salvados, Encuentros inesperados), la compañía de Jordi Évole y Ramón Lara, usa y abusa de forma deliberada de la infinidad de posibilidades, testimonios y puntos de vista para contar un relato basado en conjeturas, misterio y serendipia. El chicle se estira tanto como en su día lo estiraron los medios de comunicación.
En pantalla aparecen bomberos que participaron en las tareas de extinción, periodistas que cubrieron la noticia, políticos madrileños, empresarios, peritos y los arquitectos que diseñaron la torre. Todos ellos construyen puzles distintos usando las mismas piezas; analizan lo ocurrido y la larga vida que han tenido las leyendas urbanas en torno al suceso. “El que haya pasado el tiempo nos ayudó a congregar a tanta gente. Y el hecho de que no hubiera víctimas mortales nos ha permitido jugar mucho con la narración, intentando no caer en el sensacionalismo”, comenta Calàbria, quien admite haber añadido algo de sentido de humor al relato y permitirse explorar “vías narrativas muy paranoicas”.
En su rueda de posibilidades aparece hasta la de un parapsicólogo. “Es una manera de evidenciar, y en cierto modo de denunciar, que seguimos sin tener una certeza en torno a este asunto. Y si no tienes una respuesta coherente y verosímil sobre algo, tienes derecho a explorar cualquier otra. Nadie puede negar la posibilidad a otra opción si tú no das una que sea correcta”, comenta Morilla. “Recurrimos al método empírico. Exploramos todas las posibilidades para ir descartándolas, intentando aplicar seriedad y rigurosidad a las hipótesis. Lo hacemos sin validarlas, pero sin condescendencia ni paternalismo”, defienden ambos creadores.
Abrazan para ello principios filosóficos como la paradoja del gato de Schrödinger, en la que una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo, y la navaja de Ockham, en la que, en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable.
Villarejo entra en escena
En ese divagar sin la necesidad expresa de llegar a un punto concreto, la serie va encontrando situaciones esperadas y otras más sorprendentes. El ex comisario José Manuel Villarejo se sumó en 2019 a la lista de leyendas urbanas en torno al caso, como posible autor del incendio. Los responsables de esta producción intentaron que apareciera en cámara contando su propia versión de los hechos. Les dijo que no descartaba participar en ella, aunque más adelante. Los meses pasaron y ese más adelante nunca llegó. “No nos desmintió que estuviera involucrado. Su personaje no hace más que añadir otra capa de surrealismo que conlleva a esta historia”, comentan. En la trama múltiple, también aparecen Francisco González, expresidente del BBVA, Pajares y Esteso y el dúo cómico Martes y Trece.
Para Calàbria, el director de La maldición del Windsor, hay tantas personas como explicaciones posibles en torno a lo que ocurrió. “Lo curioso de esta historia es que hace un retrato de quienes lo abordan. Cada espectador que ha visto la serie o que ha seguido el caso por la prensa se aferra a unos aspectos distintos a los del resto para encontrar su propia versión de los hechos”, opina.
Además del misterio a medio resolver de los fantasmas del Windsor, esas figuras humanas que aparecieron en las ventanas de los pisos inferiores del edificio en llamas, la serie aborda la figura de los Reyzábal, los dueños del inmueble. Con ellos se establece el retrato de un imperio construido durante el franquismo a base de ladrillo y clubes de ocio nocturno, que era a su vez el de un modelo de España en decadencia. De todo este análisis metanarrativo, los creadores del documental confirman “la certeza de que, cuando no hay una certeza, el ser humano necesita buscarla”.
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