Leonor Lavado: “Somos como hablamos: la voz es nuestro ADN psicológico”
La actriz es una de las escasísimas mujeres imitadoras de políticas, periodistas y celebridades, a las que clava en forma y fondo sin necesidad de hacer sangre
Leonor Lavado (Puente Genil, Córdoba, 35 años), la chica de la foto, no es, no todavía, un rostro tan popular como para que la reconozcan por la calle. Así que llega a la cita en la Casa Encendida, centro cultural en Madrid, y parece una más de las jóvenes urbanitas que abarrotan el lugar un martes a media tarde. Alta, espigada, morenísima de ojos negros, extremadamente amable, su ligero acento andaluz desaparece cuando habla de los personajes cuyas voces imita. Entonces, se transmuta y una no solo cree estar escuchando a Isabel Díaz Ayuso, María Jesús Montero, Susanna Griso, Rocío Monasterio, Tamara Falcó o Carmen Lomana. Cree estar viéndolas. El hechizo se esfuma en cuanto la actriz vuelve a su ser, aunque funciona y te deja con ganas de hacerle una entrevista en profundidad a cada una de sus imitadas. Empecemos por la imitadora.
Desde que en 2014, estando en paro, grabó un vídeo con voces de famosas, no ha parado de trabajar. ¿Encontró su sitio?
Ese vídeo fue mi salvación. Tenía 27 años, estaba en paro como actriz, había pasado ese verano trabajando como ama de llaves de una mansión inglesa tipo Downton Abbey y, aunque cobré una pasta y me trataron genial, eso me sirvió para saber lo que no quería hacer con mi vida. Entonces tenía una pareja que era guionista y decía que yo clavaba a la gente imitándola. Pensé que imitadores había muchos, pero no imitadoras, y vi una posibilidad. Me encerré en casa dos meses a estudiar los personajes, me lo tomé como una oposición, lo subí a internet, se hizo viral y me contrataron, sí. Soy hija de YouTube [ríe].
¿Ama de llaves de un casoplón británico a los 27? Qué exótico. Eso sí es una película.
Mi madre es profesora de inglés, siempre tuve oído para los idiomas, y me presenté a la oferta. Mi jefa, una tía lindísima y riquísima, me eligió entre muchas porque le dije que sabía peinar y hacer las uñas. Yo era jefa del servicio de una mansión de 16 habitaciones, 15 baños y mucha gente entrando y saliendo. Tenía que tenerlo todo organizado e impecable. Y la verdad es que lo logré. No querían dejarme ir, pero eso no era lo mío.
Menudo observatorio humano tuvo que ser aquello.
Sí, aquello me sirvió, aparte de comprobar que hay mundos en los que al niño se le estropea el coche y, en vez de arreglárselo, se le compra otro, para aprender mucho de la naturaleza humana. Siempre me he fijado mucho en la gente, en los gestos, en las voces, en los matices. Detrás de cada voz hay una psicología muy fuerte. Somos como hablamos. La voz es nuestro ADN psicológico. Se nos ve todo.
También se puede impostar.
Es muy difícil. Se trasluce la emoción, los nervios, la edad, la tranquilidad, la autoestima, las ganas de llorar. Cuando preparo los personajes, estudio entrevistas suyas, los interiorizo. Soy una persona muy espiritual y, creo que, además de la voz, que es algo al fin y al cabo técnico, se trata de captar la energía, el aura, el alma del personaje. Cuando los estudio, me lo planteo como tener una cita con ellos. A algunos los calo en la primera. Con otros, hace falta insistir, hasta que te los comes y los haces tuyos.
¿Y cómo los digiere? ¿Cuándo da una nueva voz por válida?
Normalmente, se lo doy a oír a un par de amigos que me dicen la verdad, aunque, íntimamente, hay un momento en que tú misma dices ‘Lo tengo’. A veces, yo misma me asombro de cómo las clavo.
¿A quién cree clavar mejor?
A Tamara Falcó, a Isabel Díaz Ayuso, a Susanna Griso, a Gloria Serra. Cierro los ojos escuchando y dudo si soy yo o ellas mismas.
De hecho, adopta sus gestos. ¿En la radio también lo hace, aunque no la vean?
Sí, es que forma parte de la imitación. A veces el gesto te lleva a la voz, y a veces, es al revés. Tú ves esto [pone los ojos en blanco, menea la cabeza y tuerce el morro] y ya estás en modo Belén Esteban, por ejemplo. O esto [sacude la melena y ríe de medio lado] y casi tienes a la ministra Montero. O esto otro [estira el cuello y sube una cuarta las cejas] y ya casi eres Carmen Lomana, con ese cuajo y esas eses eternas. No puedo imitar sin gestos. Es como que el personaje te posee.
¿Se le ha caído algún mito o creado alguno estudiándolos?
De los que se te caen no hablaré. Algunas influencers son exactamente lo que parecen: nada. Pero, por ejemplo, Alaska me fascinó. Yo, por mi generación, tenía una imagen muy estereotipada de ella, y conocí a una mujer cultísima, inteligentísima e interesantísima. Una cosa buena de este oficio es que no dejas de aprender. Para imitar a un personaje, también tienes que conocer su historia, y lo que hace día a día. Para que funcionen, hay que actualizarles el discurso.
Siempre alude a las eses. ¿Qué tiene una ese que no tenga una eme?
Es que las eses nos retratan muchísimo. Tú, por ejemplo, tienes las eses muy líquidas. La reina Letizia y su hija Leonor, a quienes estoy estudiando para incorporarlas al repertorio, las tienen muy sonoras. Y las eses de Rocío Monasterio, y sus ummmm, son casi un género en sí mismas, dan información subliminal: de que está pensando muchas más cosas de las que dice.
¿En qué se parece una política del PSOE a una del PP o de VOX?
En que, al final, tienen un discurso muy comedido, muy institucional, muy de argumentario. Entonces, también, sacarles los pies del tiesto es divertido. Como cuando hago parecer a [Isabel Díaz] Ayuso más chulapa aún de lo que es
¿Por qué hay tan pocas imitadoras?
Yo aproveché el nicho. Ahora hay más imitadoras. Alguna, incluso, copia alguno de mis personajes y visita mis vídeos. No me molesta en absoluto. Al revés, si alguien te imita, al final, es un halago. He aprendido en la vida que no quiero competir con nadie. Siento que tengo un camino, y lo sigo. Es como yo con los personajes. Si imitas a alguien es porque, al final, hay una complicidad con él, una admiración, aunque seas consciente de sus puntos flacos
¿Y a usted, se le ha molestado alguna de sus imitadas?
Yo soy una persona muy blanca y no me gusta que nadie salga herido. Renuncio a ser mordaz de más. Esa es mi línea roja. No quiero hacer daño. Reírse de los defectos es muy fácil y puede que efectivo, pero a mí no me compensa. Me consta que hay a quien le ha molestado que la imite, pero es gente que no tiene sentido del humor, o que no me conoce.
Los imitadores varones imitan a mujeres. Si usted imitara a hombres doblaría el repertorio.
No imito a hombres porque una sabe la garganta que tiene y conoce su instrumento. Yo puedo hacer de la A a la Z, pero dentro de mi timbre. Los hombres que imitan a mujeres, más que imitar las remedan. Es más una parodia que una imitación, lo cual es estupendo, pero no es lo que yo hago. Aún hay muchas mujeres estupendas a las que imitar.
Y si no, siempre podría volver de gobernanta a Downton Abbey.
Es un plan B. De hecho, sigo en contacto con la señora de la casa. Pero no. Siempre he sentido que soy la dueña de mi trabajo. Soy mi producto y me dedico a sembrar. Si esto se agota o ya no gusta, ya me inventaría otra cosa. Ya he dicho hija de YouTube y las redes sociales. Volvería a hacer otro currículo con otra cosa.
De autoestima vamos bien servidas.
Mira, ahora mismo creo que la tengo en un ocho. En otros momentos la he podido tener muy baja. Soy una persona que ha sufrido. Cada seis meses hay un momento de crisis, esta es una profesión muy inestable. Con la madurez aprendes que, más que la autoestima, hay que tirar de amor propio y seguir adelante, y de eso voy bien servida.
Por cierto, habiendo sido ama de llaves de una mansión, tendrá su casa organizadísima.
Todo lo contrario. En casa del ama de llaves, desastre general.
OÍDO, OLFATO, VISTA, GUSTO Y TACTO
Leonor Lavado (Puente Genil, Córdoba, 35 años) siempre supo que quería ser actriz. Desde pequeña, con sus muñecas, con las que jugó hasta bien entrada la adolescencia -"cambié las muñecas por el novio", confiesa, divertida- recreaba voces y roles para montarse sus propias películas. Hija de profesores de idiomas, estudió dos carreras: Historia del Arte y Arte Dramático, antes de lanzarse a la imitación de celebridades como posible salida laboral, dada la escasez de mujeres imitadoras. Su facilidad de oído, su tacto y empatía con el personaje, su vista y olfato a la hora de elegirlos y su gusto por el detalle le ayudan a clavar las voces de algunas de las mujeres más influyentes de España en la tertulia de humoristas del programa Más de uno, en Onda Cero.
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