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Columna
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Se largó

Uno de los días de mi vida en los que sentí la plenitud, el esplendor en la hierba, fue cuando vi a Maradona fabricar en el Bernabéu un gol inverosímil, belleza en grado puro

Maradona, en el centro, en su época en el Barcelona.
Maradona, en el centro, en su época en el Barcelona.
Carlos Boyero

Escribe mi amigo Enric González sobre la locura colectiva que se ha adueñado de Buenos Aires ante la defunción de su Mesías: “el héroe argentino murió solo pese a tantas amantes, tantos hijos y tantos supuestos amigos. Y no descansó en paz, pero ya no volvió a sufrir de soledad”. Ha robado el protagonismo durante tres días en todos los medios al coronavirus, lo más terrorífico ocurrido a la humanidad desde la II Guerra Mundial. Y el depredador debe relamerse de gusto. Se va a poner morado con las aglomeraciones y el caos, desprovisto de máscaras, que se han montado en Buenos Aires y Nápoles con la muerte de Dios. Cómo son los creyentes, qué solos nos sentimos los agnósticos.

Me cuentan que han aparecido memes, algo que ocurre en Internet. Y que un moralista o científico afirmaba: “Maradona llevaba muy mala vida y los excesos se pagan”. Con la contestación me parto de risa: “Que Maradona haya muerto y los Rolling Stones sigan vivos, solo constata que el problema no son las drogas, sino el deporte”. También me parece reveladora una anécdota que cuenta Cappa en la radio. Estaban Maradona y él viendo un partido de Jordan y Cappa expresó su asombro: “Jordan es genial, es único”. Maradona guardó silencio y contestó: “Estoy de acuerdo, es muy bueno. Pero él juega con las manos”.

Uno de los días de mi vida en los que sentí la plenitud, el esplendor en la hierba, fue cuando le vi fabricar en el Bernabéu un gol inverosímil, belleza en grado puro. Yo estaba acompañado de la mujer que quería y de mi amigo del alma. O sea, lo tenía todo: amor, amistad y arte en directo. Pero el maldito tiempo pasó. Mi amigo murió, aquella mujer y yo nos separamos y Maradona se largó a Nápoles. Jamás volví a verlo en persona. Ese día perfecto me acompañará a la tumba. Que me quiten lo bailado.

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