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Columna
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El mejor

Sentí en algún momento la humedad en los párpados viendo en Movistar el documental ‘Michael Robinson. Good, better, best’

Michael Robinson, en una imagen de 2019. En vídeo, tráiler del especial sobre el exfutbolista y comentarista deportivo: 'Good. Better. Best.'Vídeo: SAMUEL SÁNCHEZ
Carlos Boyero

Cuentan que llorar es liberador, una válvula de escape de la pena, la respuesta fisiológica a lo que te toca el corazón o las entrañas. Hace mucho tiempo que las lágrimas se niegan a invadirme. Algo debe de estar muy atrofiado. Pero anoche sentí en algún momento la humedad en los párpados. Viendo en Movistar el documental Michael Robinson. Good, better, best.

Su protagonista reía mucho, hacía reír a los demás, podía reírse de sí mismo, poseía en grado superlativo algo tan necesario para andar por este mundo o para sobrevivir, llamado sentido del humor. E inteligencia, clase, seducción, generosidad, voz propia. Conocedor de su letal enfermedad confiesa: “A mí me ha llovido la suerte. Tengo 61 años. Me los he pasado amando y sintiéndome amado, con sonrisas de oreja a oreja, con risas totales. No cabe más felicidad y fortuna. Si se trata de eso, creo que tengo 130 años”. Su esposa cuenta que cuando se conocieron le dijo: “Vamos a vivir la vida en colores, nunca en blanco y negro”. Y que ella pensó perpleja que este hombre seguía creyéndose que era Peter Pan. Al tirar sus cenizas al mar asegura que esa vida en colores existió algunas veces.

Era tan listo y tan honrado Michael que confiesa no haber sido un futbolista de talento, pero que siempre dio en el campo todo lo que poseía. Y cuando sus ligamentos están destrozados, cuando sabe que no podrá jugar más, rompe su contrato con el Osasuna diciéndoles: “Si no trabajo, no quiero seguir cobrando”. Se reinventa haciendo un oficio genial como comunicador, delante de las cámaras, comentando partidos, poniéndose al frente del inolvidable El día después y posteriormente, tras una breve época de tinieblas y alcohol desbocado, inventándose el insólito y magistral Informe Robinson. Y, cómo no, sonrío cada vez que te recuerdo, Michael.

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