Lo que se perdió la tele y lo que ganó la literatura
Cuenta Andrés Trapiello en su magnífico ‘Madrid’ que la realidad le alejó del deseo de una carrera en TVE

La democracia –como la vida, como las ciudades, como la obra que cada autor va levantando– está hecha de fracasos. No hablo del voluntarismo de aquella cita de Samuel Becket convertida hoy en lema de camisetas y tazas ñoñas (“prueba otra vez, fracasa otra vez, fracasa mejor”), sino de cómo la realidad se impone siempre a los deseos. Por suerte. La democracia es un sistema que impide que un grupo alcance la plenitud de sus objetivos. Siempre tendrá enfrente otros grupos que se lo impedirán, y eso permite que todos respiremos y seamos felices incluso cuando los energúmenos toman la iniciativa en el Congreso. En la vida de cada cual, la realidad y los otros también actúan como contrapesos benditos sin cuya acción seríamos lo que nos propusimos ser. Qué horror.
Cuenta Andrés Trapiello en su colosal y magnífico Madrid (y no meto más adjetivos para no sonar exagerado, aunque me quede corto), que la realidad le alejó del deseo de una carrera en TVE, donde trabajó a las órdenes de Paloma Chamorro, factótum del mitificado (y no mítico) La edad de oro. La fortuna quiso que lo despidieran de aquel despiporre, y aprovechó la ocasión para dimitir también de la noche y de la Movida. Lo que perdieron la tele y el Rockola lo ganó la literatura, y sus rendidos lectores deberíamos poner una vela a santa Paloma del Pelo Cardado en gratitud.
Al dejar la noche, dice Trapiello que descubrió lo mucho que se había estado perdiendo y lo aburrido que era pegar la hebra cada madrugada con los mismos en los mismos garitos. Me identifiqué mucho con ese pasaje, pues yo no sería este yo indeseado si no me hubiese retirado de la golfería, y pensé en todos los que descubren ahora, por decreto, una vida inesperada lejos de las boîtes cerradas de estas ciudades tristes.
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