La letra c del abuelo Víctor
Después de levantar uno de los cancioneros más poderosos de España, Víctor Manuel vuelve a una timidez amorosa y esencial
Quizá lo mejor de El abuelo Víctor, el documental que Emilio Ruiz Barrachina ha filmado sobre su amigo Víctor Manuel y que se emite este domingo en el imprescindible Imprescindibles de La 2, sean las canciones que el propio Víctor canta en una cueva acompañado al piano por su hijo David San José. Con la voz casi desnuda, sin los arreglos de los discos, el cancionero revela todo su poder chamánico. Hay algo en sus versos que viene de las capas más profundas del suelo, por debajo de la planta catorce del pozo minero, y en esas versiones de cámara, sin la liturgia barroca de los estadios, vibran en otra frecuencia.
Entre los orgullos y alegrías que me ha dado mi vida de escritor destaca la ocasión en la que Víctor me presentó un libro. Era un libro que hablaba de mi abuelo, que no fue picador ni se llamaba Vítor ni fue asturiano, pero compartía con el de la canción el silencio, el tabaco de liar y el desdén humilde por un mundo que había sido igualmente desdeñoso con él.
En el documental, el nieto deviene abuelo, y Vítor se transforma en el abuelo Víctor, y en esa letra c añadida cabe la historia de un siglo: es la consonante que le creció cuando salió de Mieres y llegó a Madrid, donde había que escribir su nombre en las portadas de los discos. Una pequeña c que cambiaba todo y que, en su trazo curvo, intenta hoy cerrar el círculo de la vida de Víctor Manuel, que, después de levantar uno de los cancioneros más poderosos de España, vuelve a una timidez amorosa y esencial, fundiendo sus silencios sonrientes en los silencios secos de su abuelo. De todos los abuelos perplejos y tristes que se asoman a la tierra devastada que solían llamar país.
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