Convertir una residencia en un hogar
Los nuevos modelos para este tipo de centros de cuidado propugnan unidades de convivencia pequeñas y familiares, una atención personalizada y respetuosa con la historia de vida del residente y una relación fluida con las familias
A sus 83 años, lo que más le gusta a Otilia Mantas de la residencia en la que vive en Cartagena (Murcia) es el movimiento que hay y las personas que la atienden: “Bailamos, escuchamos música, hacemos gimnasia. Lo pasamos bien. Y la gente es estupenda”. Por su parte, de lo que más se alegra Marta Matías, de 47 años e hija de una residente de 84 años en Lleida, es de la relación natural que mantienen como familiares con el centro: “En ningún momento hemos sentido el paso a la residencia como un corte de relaciones. Al contrario, podemos estar a su lado y ella se siente como en casa”.
Las vivencias de ambas mujeres desde dentro y desde fuera son una muestra de un paradigma que ya funciona en varias residencias de España y al que deben tender, según los expertos, las casi 5.600 que hay en todo el país, según datos del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Centros con una atención personalizada, abiertos a las familias, comprensivos con los hábitos del residente y estructurados en pequeños grupos afines. La Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, uno de los principales actores del sector, precisa aún más estas nociones: entre otras cosas, que las familias puedan acceder a la habitación del residente y comer con él cualquier día, que al menos el 75% de las habitaciones sean individuales o que se reduzcan las sujeciones físicas y farmacológicas.
Simular un hogar
José Manuel Millán, delegado de Servicios Sociales de Clece en Asturias, Cantabria y Castilla y León, afirma que se está produciendo un cambio en el sector residencial, tanto en el funcionamiento como en la consideración externa: “Hasta hace pocos años, las residencias se percibían como una especie de internado, con horarios muy rígidos y pautados. Hoy está entrando con fuerza la atención centrada en la persona, que no es otra cosa que hacer que el usuario se sienta en casa”.
Otilia Mantas reside desde hace siete meses en el centro privado CleceVitam Carmen Conde de Cartagena. Ella misma decidió alojarse allí. Se levanta a las nueve, la hora a la que acostumbraba a hacerlo antes de ingresar: “Estoy a gusto. Puedo hacer las cosas que hacía en casa, pero me siento como en un hotel. Mis hijos vienen mucho a verme y están encantados”, relata. La residencia de Mantas cuenta con cuidados asistenciales, sanitarios y hoteleros, y con extras como podología, peluquería o manicura y estética.
Por su parte, la madre de Marta Matías vive en otro centro de la misma empresa, ubicado en la localidad leridana de Ponent. Matías subraya la atención por el detalle, el “tono de las cosas”: “Al comer, por ejemplo, siempre ponen la mesa con mimo, como lo haría mi madre en casa. Los estándares no caen en picado. Hay mucho respeto por la persona”.
Esta consideración con la identidad del usuario en el diseño del día a día es clave, entiende Guillermo Fouce, profesor de Psicología Social en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y presidente de Psicología Sin Fronteras: “Es bueno y necesario que los internos sean escuchados. Que puedan decidir sobre su día a día: qué comidas les gustan más, qué horarios se ajustan a su vida, qué actividades van con sus preferencias”.
Decisiones cotidianas que no son meros detalles prácticos, sino que marcan la diferencia entre un espacio aséptico o un entorno cálido que se asemeje al propio hogar. De hecho, Otilia Martos y la madre de Marta Matías han podido decorar las habitaciones de sus residencias con sus propios muebles y efectos personales, una posibilidad que potencia la sensación de estar en casa. Y contribuye, entiende el psicólogo Fouce, a suavizar el choque del ingreso y hacer la transición más llevadera, ya que, “en general, no se acepta bien este paso porque siempre se pierde una parte de autonomía y libertad”.
Pequeñas familias
Agrupar esas rutinas y hábitos es la base de las unidades de convivencia, uno de los estandartes de este nuevo canon. En la práctica, estas unidades se estructuran en grupos de entre 15 y 20 residentes con capacidades y necesidades afines. Comparten espacios y actividades como si fueran familia o amigos. Los centros también intentan que los profesionales que los atienden –gerocultores, terapeutas, psicólogos, sanitarios– sean los mismos a lo largo de la estancia y se conviertan en una referencia. Como explica José Manuel Millán, de Clece: “Los estudios indican que así conservamos mejor la calidad de vida y los niveles de actividad [de los residentes]. Es una vía para evitar la soledad y la desconexión”.
Adecuar el día a día a las preferencias de usuarios con vidas tan largas y hábitos tan arraigados impacta en su bienestar. Así lo afirma José Augusto Navarro, geriatra y presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG): “Hay que luchar contra los cuidados en serie y despersonalizados. Afecta mucho al estado físico y mental de los residentes”. Para que esta atención individualizada se extienda a todos los centros residenciales, los distintos actores del sector demandan más financiación estatal para mantener plantillas bien dotadas, cualificadas y remuneradas: “El gran hándicap de este modelo es que requiere tiempo y personal formado. Necesitamos más gerocultores, fisioterapeutas o enfermeros”, insiste.
Comunicar a usuarios y familiares
Antes de ingresar en una residencia, hay una labor preparatoria que a menudo se desdeña y que es determinante en cómo el residente encara esta transición. Lo explica el psicólogo Guillermo Fouce: “Desde el punto de vista psicológico hay que hacer entender al usuario qué va a ocurrir. Explicar con claridad que el objetivo es que estén mejor y cubrir todas sus necesidades básicas”. Con frecuencia, el cuidador es la figura más difícil de convencer de que el cambio es adecuado: “Tras años de cuidado se sienten culpables. Sucede con matrimonios en los que un cónyuge desarrolla demencia –la prevalencia es del 5% en mayores de 65 años–. Es difícil hacerles ver que necesitan más manos. Pero hay que afrontar esta comunicación de forma proactiva”, desarrolla Navarro.
Los expertos, aun así, abogan por mantener al usuario el máximo tiempo posible en su hogar antes de acceder a un centro. La receta, subraya Guillermo Fouce, pasa por “potenciar la ayuda a domicilio e impulsar la teleasistencia de nueva generación”. Un ejemplo de estos avances tecnológicos son los asistentes virtuales en el hogar, que permiten al usuario comunicarse con los auxiliares en cualquier momento del día.
En 2050, el 30% de los españoles tendrá más de 80 años, estima la Fundación CSIC. Garantizar su bienestar, entiende José Manuel Millán, de Clece, pasa por una combinación de cuidados domiciliarios robustos y un sistema de cuidados en las residencias como el que poco a poco se abre paso: “Todos queremos estar en casa, sí. Pero las residencias tienen que existir. Y cuando llega el momento de ingresar tienen que ser lo más parecidas a un hogar, a una casa con unas nuevas necesidades”.