Un día en el servicio de ayuda a domicilio

En la ciudad de Valladolid, 3.800 personas reciben apoyo en las tareas más básicas del día a día, una prestación cada vez más tecnológica y cercana. Así es la jornada de Mercedes Molina, una auxiliar que lleva 17 años asistiendo en sus casas a aquellos que no se valen por sí mismos

La auxiliar de ayuda a domicilio Mercedes Molina, de 57 años, acompaña a la usuaria Nicolasa Santana, de 92, a un centro de día en Valladolid.
La auxiliar de ayuda a domicilio Mercedes Molina, de 57 años, acompaña a la usuaria Nicolasa Santana, de 92, a un centro de día en Valladolid.Jacobo Medrano

Aún no ha amanecido en el vallisoletano barrio de La Rubia cuando Mercedes Molina, de 57 años, sale del portal de su casa, recorre un par de calles y llama al telefonillo de Luis Carlos García, de 65 años, uno de los 325 habitantes del vecindario que no se puede valer por sí mismo y necesita ayuda cada día. A las 8 en punto, Molina atraviesa el umbral y acerca su móvil a una pegatina puesta en el telefonillo. La pantalla se pone en verde: “Así queda constancia de que ya estoy aquí”, explica. Acto seguido se ilumina con las tareas de la jornada: aseo, compra, limpieza, orden… Hay otras muchas no definidas, pero también fundamentales, como la conversación y la compañía. Son las que alejan la soledad no deseada: “A veces somos las únicas personas con las que se relaciona el usuario”, afirma.

Molina lleva 17 años empleada en el servicio de ayuda a domicilio (SAD), una ayuda que reciben las personas dependientes en las tareas más básicas y cotidianas. Es una de las 800 auxiliares en Valladolid de una prestación que ha dado un gran salto en los últimos 20 años. Lourdes Valencia, responsable y coordinadora de las auxiliares del SAD de Clece en Valladolid, la empresa que presta este servicio desde hace 12 años, ejemplifica este cambio con Asisto, la joya de la corona, el programa informático de control de presencia que, en la práctica, se asemeja a una pantalla de vuelos: “Cambia por completo la forma de orquestar el servicio, que requiere de gran capacidad de reacción. Sabemos en todo momento si el usuario está atendido y cómo está atendido. Es una garantía”, detalla.

Molina sale de su domicilio para comenzar la jornada. Su madre también trabajó en el SAD y le propuso, cuando era joven, que probase. Al principio no le atraía esta ocupación, pero al poco tiempo le apasionó. Recuerda que, para curtirse, siempre pedía los casos más complicados: "Todo ha cambiado mucho. Antes no te daban ninguna formación. Lo hacíamos todo por intuición y a pulso. Ahora aprendemos continuamente. Y tenemos equipamiento que nos facilita la vida”, explica.
Molina sale de su domicilio para comenzar la jornada. Su madre también trabajó en el SAD y le propuso, cuando era joven, que probase. Al principio no le atraía esta ocupación, pero al poco tiempo le apasionó. Recuerda que, para curtirse, siempre pedía los casos más complicados: "Todo ha cambiado mucho. Antes no te daban ninguna formación. Lo hacíamos todo por intuición y a pulso. Ahora aprendemos continuamente. Y tenemos equipamiento que nos facilita la vida”, explica.Jacobo Medrano

Por las ventanas del salón de Luis Carlos García, el primer usuario que atiende la auxiliar, se aprecia un día gris y lluvioso. El mal tiempo le ha privado estos días de su paseo diario. Enfermero de 65 años, García vive solo y tiene una discapacidad reconocida del 45%. Molina le ayuda desde hace siete años y conoce sus rutinas al dedillo: “Pienso que, para que este servicio funcione, hay que organizarse y tener iniciativa. Se trata de que tengan la casa como tú tienes la tuya”, compara. Hoy hará la comida –salmón con naranja y purrusalda– y bajará al supermercado a por carne para la cena. Otros días limpia la casa, hace la colada o plancha. “Todo muy metódico, siempre”, interviene con una sonrisa García.

A Luis Carlos García le gusta leer, estudia Psicología y Derecho en un programa universitario de aprendizaje para personas mayores de 65 años y pinta cuadros al óleo que decoran su salón: "Con Mercedes charlo de las cosas de la vida, le cuento mis proyectos, lo que estudio. Me hace la vida más fácil”, afirma.
A Luis Carlos García le gusta leer, estudia Psicología y Derecho en un programa universitario de aprendizaje para personas mayores de 65 años y pinta cuadros al óleo que decoran su salón: "Con Mercedes charlo de las cosas de la vida, le cuento mis proyectos, lo que estudio. Me hace la vida más fácil”, afirma.Jacobo Medrano

En España, unas 193.000 personas con dependencia reconocida siguen a la espera de prestaciones a las que tienen derecho, como puede ser una plaza en una residencia o el propio SAD. Conforman el llamado limbo de la dependencia, que se amplía con casi 125.000 personas más que están pendientes de valoración.

Sin embargo, Rafaela Romero, concejala de Servicios Sociales en el Ayuntamiento de Valladolid, explica que en su ciudad, donde una de cada cuatro personas es mayor de 65 años, la lista de espera para la atención a domicilio es inexistente: “La receta es poner dinero. Nuestra prioridad era que no hubiese nadie sin atender. Vivimos solos, es la realidad. Y la gente quiere estar cuidada y permanecer lo máximo posible en sus casas”, enfatiza.

José Vicente Ortega, director de Operaciones de Clece en Noroeste, la adjudicataria que presta el servicio, incide en otro ingrediente de este buen hacer: “Además de invertir, es fundamental que la empresa tenga la capacidad para buscar a personas adecuadas y formadas que cubran esta demanda. Un personal estable que varíe lo mínimo en el tiempo”.

Además de su utilidad práctica, el SAD es también una de las herramientas principales en la lucha contra la soledad no deseada, un fenómeno que asola a gran parte de la población con más edad y acentúa el deterioro físico y psíquico. Gestionado mediante colaboración público-privada, en los últimos años las solicitudes de esta prestación no han dejado de crecer. En el caso de Valladolid, empresa prestataria y Ayuntamiento coinciden en que en un servicio de estas características debe primar la excelencia sobre la economía: “Se ha demostrado que cuanta más calidad ofreces, más demanda obtienes. Aquí funciona el boca a boca y se produce una especie de efecto llamada”, argumenta la concejala Romero.

Un servicio personalizado

De vuelta al barrio de La Rubia, Mercedes Molina cierra sus dos horas con Luis e indica en el móvil que ha terminado. Esa señal llegará al centro de control de Clece, una información con la que los coordinadores cuadran a diario el complejo puzle de las auxiliares, un cuerpo laboral mayoritariamente femenino en el que solo hay un 7% de hombres.

Su siguiente parada es el piso donde viven Nicolasa Santana, de 92 años, y su hija Belén, de 62. Son solo 10 minutos de paseo. Todos los domicilios a los que la auxiliar acude durante la jornada están a mano: así se reduce el tiempo en desplazamientos. Aquí el servicio es distinto, más corto. Molina recogerá a Santana y la llevará a un centro de día a pocas calles de distancia. Por la tarde volverá a por ella. Media hora de ida, media de vuelta.

Mercedes Molina empuja la silla de Nicolasa Santana, de 92 años. Cada día la conduce al centro de día del barrio de La Rubia. Por la tarde la recoge, la lleva a casa y la prepara para la cena y el aseo.
Mercedes Molina empuja la silla de Nicolasa Santana, de 92 años. Cada día la conduce al centro de día del barrio de La Rubia. Por la tarde la recoge, la lleva a casa y la prepara para la cena y el aseo.Jacobo Medrano

Esa ayuda da aire y no corta el día de Belén, la hija de Nicolasa, que hasta hace unos años se ocupaba a tiempo completo de su madre: “Iba a trabajar, volvía a casa a darle de comer, retornaba al trabajo... ¿Cómo lo hacía? Haciéndolo, no tenía otra”, resume. Un alivio logístico, pero también psicológico: “La libertad que te da es muy grande. Sobre todo con Merche, por la tranquilidad que me da poder despreocuparme”.

Tecnología e ‘islas’ de autogestión

Coinciden los expertos en que el reto ahora es mantener a las personas en sus casas el máximo tiempo posible en las mejores condiciones: “Además de que esta vía es más económica para el sistema de cuidados que una plaza en una residencia, por ejemplo”, incide José Vicente Ortega, de Clece.

Para ello, tanto el Ayuntamiento como Clece estudian formas de acompañamiento telemático las 24 horas, un paso que, combinado con la atención presencial, podría dar una nueva vuelta de tuerca al servicio.

Es una autogestión de la atención para hacerla más directa y precisa”, explica la coordinadora del SAD Lourdes Valencia

También se prueban proyectos como A tu lado, encaminado a crear islas de cuidados dentro de un municipio organizadas por las propias auxiliares a partir de sus horarios y las diversas necesidades de los usuarios, que pueden conllevar más o menos tiempo: “Es una autogestión de la atención para hacerla más directa y precisa”, detalla la coordinadora Lourdes Valencia. “El objetivo es empoderarlas. Sobre todo, con auxiliares como Mercedes, con tanto conocimiento del usuario. Son las personas más importantes del servicio”, aclara.

En el barrio de La Rubia se acerca la hora de comer. Tras dejar a Nicolasa Santana en el centro de día, Mercedes Molina atenderá a dos usuarios más esta mañana: Petra, de 92 años, a la que ayuda con el aseo, las tareas domésticas y la toma de medicamentos; y Santiago, al que prepara la comida y acompaña a citas médicas y burocráticas. Tras tantos años de servicio, la auxiliar ya es una cara familiar y necesaria en sus mundos: “Tienes que ser consciente de lo que significas para ellos. Te tiene que gustar. Al final, eres una persona que entra en sus casas y sus vidas todos los días”.

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