Volver a las raíces: la moda apuesta por cultivar como antes para garantizar un futuro respetuoso
La moda no solo se inspira en la Naturaleza, parte de nuestra ropa se cultiva en grandes extensiones de tierra. La industria de la moda ha tomado nota y ha convertido la agricultura regenerativa —con cultivos rotatorios, libre de químicos y que cuida los nutrientes naturales— en uno de los puntos clave de la Agenda 2030. El objetivo: una producción que permita reducir su huella de carbono y lograr una mayor resistencia del entorno
La agricultura regenerativa está despertando el interés del sector textil. Carece todavía de una definición estandarizada, pero todas las prácticas que engloba persiguen el mismo fin: recuperar el equilibrio de la naturaleza para asegurar la salud del suelo y, en consecuencia, el futuro de la industria. “Se basa en un planteamiento holístico que busca la armonía de todos los agentes que intervienen y respeta los ritmos estacionales de la tierra”, apunta Paloma G. López, directora de The Circular Project y presidenta de la Asociación Española para la Sostenibilidad, la Innovación y la Circularidad en Moda (SIC Moda), que destaca sus posibilidades para transformar el actual modelo extractivo por uno que, basándose en la salud y necesidades de la tierra, sea capaz de afrontar los futuros retos climáticos. “Engloba una serie de procesos centenarios que vuelven a nuestras raíces, a como se hacían las cosas antes de la revolución industrial, cuidando los nutrientes de la tierra y evitando el uso de fertilizantes, con cultivos que van rotando, en armonía con la biodiversidad y la ganadería autóctona del entorno”.
Frente a la agricultura convencional, responsable del 24% de emisiones de carbono según el último informe de la Unión Europea, estas prácticas de origen indígena prometen mejorar gradualmente la salud general del suelo. Los agricultores trabajan sobre las características naturales de su ecosistema, apostando por la rotación de cultivos y plantas hermanadas que se benefician de forma sinérgica, promoviendo la renovación de nutrientes del suelo y frenando la extensión de plagas. Porque en las granjas regenerativas los insumos se maximizan y se utilizan como compost, aspirando a dejar atrás la dependencia de fertilizantes y químicos. Frente a la erosión y el desgaste del suelo, otro de los problemas asociados a las prácticas convencionales, se evita el uso del arado y las extensiones se protegen con cultivos de cobertura que mejoran la resistencia del terreno con sus raíces y sirven como fertilizante natural. Una visión holística que apuesta también por el pastoreo rotativo planificado, con el que consiguen limpiar y abonar de forma natural los terrenos, dejándoles margen para recuperarse.
Son técnicas tan sencillas como efectivas medioambientalmente. “Está demostrado que la agricultura regenerativa es capaz de retener dióxido de carbono y, al mismo tiempo, conseguir unos campos vivos, con nutrientes y reservas de agua, mucho más resistentes al clima”, apunta la experta Paloma G. López, apoyándose en datos del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de Barcelona (CREAF). Durante tres años, un proyecto piloto de agroalimentación regenerativa en una finca de Girona, logró aumentar la capacidad del suelo para capturar carbono hasta 30 veces más que uno convencional y en un 20% su capacidad de retener agua. En otras palabras, contribuiría a los esfuerzos que están haciendo las firmas para reducir su huella de carbono y alcanzar la neutralidad climática de la Agenda 2030. Al fin y al cabo, una gran parte de nuestra ropa, viene de la tierra. En concreto, el 36% de las fibras de la industria son fibras naturales procedentes de la agricultura, el pastoreo o la agroforestería.
Un campo resiliente
Desde Textile Exchange defienden la transición hacia la agricultura regenerativa como una senda para seguir construyendo cadenas de producción más colaborativas y resilientes. Porque el cambio climático pone a prueba el abastecimiento de materias primas: se estima que, en 2040, la mitad de los campos de algodón del planeta –la materia natural más empleada– podría quedar altamente vulnerable ante las adversidades climáticas, como aumentos de temperatura o la escasez de lluvia. «Los enfoques agrícolas regenerativos pueden desempeñar un papel clave para ayudar a los agricultores a desarrollar sistemas de producción más resilientes, mitigando el riesgo a lo largo de la cadena de suministro», apuntan desde la organización que destaca también cómo la buena salud del suelo permite obtención de fibras más resistentes y de mayor calidad.
Tampoco hay duda de que la agricultura regenerativa tiene importantes beneficios en la lucha frente al cambio climático, pero, como advierten desde Textile Exchange, «no puede tomarse como la única solución posible. Debe ir de la mano de reducciones generales de efecto invernadero, así como de esfuerzos para impulsar resultados positivos en materia de biodiversidad». La industria ha tomado nota: por un lado, revisando cada paso de su cadena para reducir su huella medioambiental; por otro, impulsando proyectos que buscan recuperar la biodiversidad del ecosistema. Un ejemplo de este plan holístico lo encontramos en The Fashion Pact, una alianza creada en 2019 entre numerosas compañías de moda y textiles de diferentes textores –en la que también se incluyen proveedores y distribuidores–, comprometidos con tres objetivos fundamentales: detener el cambio climático, restaurar la biodiversidad y proteger los océanos.
Para cumplir con esos ambiciosos objetivos, uno de los paso a seguir es obtener los materiales de forma sostenible. En este sentido, las fibras celulósicas, como la viscosa, el rayón, el caucho, procedentes de las explotaciones forestales, están ganando mayor popularidad como alternativa a las fibras sintéticas. “La demanda está creciendo porque tienen grandes ventajas: si lo comparamos con el algodón, solo necesitan un 30% de energía para producirlo, el uso del agua es hasta 60 veces menor y permite obtener una gran cantidad de fibra de una forma bastante sostenible, ya que los árboles capturan carbono en toda su etapa de crecimiento”, apunta Ana Belén Noriega, secretaria general de PEFC España (Asociación para la Sostenibilidad Forestal Española). “El reto en el que trabaja la industria textil es responder a la demanda sin poner en peligro la salud del bosque: cuidando que las especies de las plantaciones son propias del terreno, que se llevan a cabo prácticas regenerativas y que se respetan los derechos de todos los trabajadores implicados”.
Certificaciones como la etiqueta PEFC – ofrece un marco legal y auditable con directrices ambientales, sociales y económicas que, según la norma UNE, en el caso de España, deben cumplir las superficies forestales gestionadas de forma sostenible–, o las etiquetas FSC del Consejo de Administración Forestal –poseen tres etiquetas, FSC 100%, FSC Reciclado, FSC Mixto, que describen el origen y composición del material de origen forestal empleado–, son la herramienta para que tanto firmas como clientes puedan conocer el origen de sus fibras y tomar decisiones informadas. Aunque en el caso de las prácticas regenerativas todavía no existe un sello oficial –Noriega asegura que los parámetros recogidos avanzan en esa dirección–, los proyectos de agroforestería regenerativa están proliferando. “Las familias y pequeños propietarios del entorno rural siempre la han practicado, diversificando sus actividades según el ritmo estacional: el monte, la agricultura, la ganadería… Es una circularidad que también deberíamos tener en cuenta”, puntualiza Noriega.
Para la ambientóloga Gemma Salvador, fundadora de Llanatura, el reto al que se enfrenta la moda no es tanto la escalabilidad del modelo, sino encontrar la forma de incluir estos pequeños agentes y prácticas en la magnitud de la industria. Desde esta pequeña fábrica circular mallorquina se encargan de recoger la lana de los rebaños de ovejas locales de la isla que de otra forma se tiraría y, mediante técnicas artesanales, producen un fieltro de gran calidad con el que se pueden hacer abrigos, alfombras o hasta obras de arte. “Se trata de aprovechar las materias primas de las que disponemos y proporcionarle a los ramaders (ganaderos) una diversidad económica de sus ingresos”, defiende. “La lana tiene una complejidad y unas propiedades increíbles: es un material biodegradable, con una gran durabilidad y posee hasta un 30% de absorción de rayos UVA –algo que no tiene ni el algodón ni el lino–. Y, sin embargo, la estamos tirando”.
Otro de los argumentos a favor de la lana regenerativa es que procede de pequeños ganados de ovejas, destinados para consumo propio y limpieza y abono de los campos, cuya actividad agrícola compensa su huella de carbono. “Al contrario que lo que ocurre con las vacas, con un ciclo de carbono muy complejo debido al metano, está comprobado que las ovejas captan más dióxido de carbono del que devuelven, tanto con la comida como con la lana o los excrementos”, señala la ambientóloga, apoyándose en estudios como el desarrollado por la Organización Internacional de Textiles de Lana (IWTO). Para Salvador,“el objetivo de la agricultura regenerativa es que el campo sea un medio de futuro también a nivel social y económico”. Bien lo sabe la industria de la moda, que ha fijado entre sus objetivos volver a cuidarlo como antes para garantizar una producción más sostenible.
Aspiraciones regenerativas
Desde Textile Exchange han establecido una serie de pautas que todos los programas regenerativos deberían perseguir:
Reducir la labranza para preservar la riqueza y salud del suelo.
Minimizar y eliminar gradualmente el uso de transgénicos, herbicidas y pesticidas, aprovechando los insumos de la granja.
Integrar el pastoreo siempre que el tipo de cultivo lo permita.
Apuntar y monitorizar un conjunto amplio y holístico de resultados que incluyen la salud del suelo, la biodiversidad, el bienestar animal, la justicia social y el bienestar económico de los agricultores y las comunidades.
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