“Eran ministros comunistas, no comunistas ministros”
Las alianzas entre socialistas y comunistas en Francia son un posible modelo, pero ni en 1981 ni en 1997 acabaron bien
Por fin, después de meses de negociaciones y del éxito de la izquierda en las elecciones legislativas francesas de 1997, llegó la hora de los nombres. Y, con ella, las tensiones. El líder socialista, Lionel Jospin, quería nombrar ministro al alcalde comunista de Saint-Denis, Patrick Braouezec, figura ascendente de los comunistas. Robert Hue, el secretario general del Partido Comunista Francés (PCF), veía a Braouezec como un competidor, y se negó.
“Hubo un debate bastante épico entre Hue y Braouezec”, recuerda Jean-Christophe Cambadélis, exdirigente del Partido Socialista (PS). Cambadélis fue el responsable negociar por su partido la izquierda plural que, con Jospin de primer ministro, gobernaría Francia entre 1997 y 2002, en cohabitación con el presidente neogaullista, Jacques Chirac.
La gauche plurielle o izquierda plural fue el segundo experimento en la V República, fundada en 1958, de gobierno con partidos de la izquierda comunista o radical. El primero se había formado en 1981, cuando el socialista François Mitterrand nombró a cuatro ministros comunistas tras su victoria en las presidenciales. Ambos gobiernos puede verse hoy como un modelo lejano —otro país, otro sistema, otro tiempo— en la resolución del rompecabezas de las alianzas en España.
La izquierda plural de 1997 incluía, bajo la hegemonía del PS, al PCF, a Los Verdes, al Movimiento de los Ciudadanos de Jean-Pierre Chevènement y al Partido Radical de Izquierda. La decisión sobre los ministros fue la culminación de un trabajo de hormiga que se había prolongado tres años. En este periodo los socialistas y sus socios tejieron, a partir de debates en las llamadas Asambleas de la transformación social, unos acuerdos que sirvieron para presentar candidaturas conjuntas en las legislativas de 1997 y para ganarlas.
“El debate sobre los cargos lo teníamos durante todo el tiempo, pero era discreto, nunca fue público”, recuerda Cambadélis, que más tarde sería primer secretario del PS. “Si se plantea el problema en términos de cargos, obligatoriamente lleva al bloqueo. ¿Por qué unos y otros van a aceptar en frío no tener cargos, o tener menos? Y da la impresión de que el problema no sean tanto las reivindicaciones o las aspiraciones de los ciudadanos, sino el arbitraje entre aparatos”.
El gobierno de socialistas y comunistas bajo Mitterrand, 16 años antes, también fue el resultado de una negociación larga. Todo empezó con el llamado programa común que comunistas, socialistas y radicales de izquierda suscribieron en 1972. En las presidenciales de 1974 presentaron un candidato único: Mitterrand. Paul Quilès, veterano ministro de Mitterrand, recuerda que la subida del PS en las municipales de 1977 inquietó a George Marchais, el explosivo secretario general del todavía poderoso y filosoviético PCF, que decidió abandonar la alianza del programa común.
Así que, en las presidenciales de 1981, socialistas y comunistas se presentaron por separado. “Ellos nos decían: ‘Vosotros, los socialistas, ya no sois realmente de izquierdas ’. Nosotros respondíamos: ‘Todavía estamos a favor del programa común”, explica Quilès, director de campaña de Mitterrand en aquellas elecciones. Marchais quedó eliminado en la primera vuelta con un resultado mediocre y no pidió el voto por Mitterrand en la segunda vuelta ante el entonces presidente y candidato del centroderecha, Valéry Giscard D’Estaing. “En la cabina electoral, que cada uno haga lo que considere”, dijo el líder comunista.
Mitterrand ganó —el primer presidente en izquierdas de la V República— y en las posteriores legislativas el PS obtuvo la mayoría absoluta de diputados. Pese a no necesitar al PCF para gobernar, nombró a comunistas en las carteras de Transportes, Función Pública, Sanidad y Formación profesional. El primer ministro era el socialista Pierre Mauroy.
“Para ser fiel al programa común y a la unión de la izquierda, puso ministros comunistas. Y pensaba que él se beneficiaría”, dice Quilès. La estrategia funcionó: la erosión del PCF ya fue imparable.
No hubo negociación sobre un programa, continúa Quilès. El programa, sobre el papel, era el común. “Los comunistas difícilmente podían negarse”. La posibilidad de que el secretario general Marchais entrase en el Gobierno, ni se planteó. “Era imposible. Era violento y no tenía el perfil para ser capaz de llegar a compromisos”.
Tampoco en 1997 se planteó que Hue, entonces secretario general del PCF, fuese ministro, recuerda Cambadélis. La idea era evitar que hubiese varias personas dirigiendo el gobierno a la vez. “Si el jefe del partido entraba en el gobierno, debería pedir garantías suficientes para que su propia base no lo cuestione”, argumenta el socialista. “Si se quedaba en el exterior, sería el garante del acuerdo y, al mismo tiempo, podría manifestar su desacuerdo sin que esto creara una crisis gubernamental. Y ellos estuvieron de acuerdo”.
El experimento concluyó con la desbandada previa a las elecciones presidenciales de 2002. Jospin quedó eliminado en la primera vuelta y, por primera vez, el ultra Jean-Marie Le Pen se clasificó para la segunda ante el presidente Chirac. Para la izquierda fue un trauma.
El primer experimento tampoco dejó satisfechos a sus participantes. En 1984, tras el giro económico a la derecha, el PCF decidió sacar a sus ministros del Gobierno. “Conociéndoles, habrían querido quedarse”, sostiene Quilès. “Jugaron el juego. Eran ministros comunistas, no comunistas ministros”.
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