La fiesta de aquel día
Se publicó el 29 de diciembre, no el 28, para evitar que se confundiera con una inocentada
Estuve allí en el palacio del Congreso, aquella mañana lluviosa del 27 de diciembre de 1978, una fecha que ya se estudia en el bachillerato, cuando después de 15 meses de azaroso trayecto el texto constitucional llegó a las Cortes para ser sancionado por el rey Juan Carlos con una solemnidad bien acordonada por las fuerzas de seguridad, que habían tomado todas las bocacalles de la Carrera de San Jerónimo. La Constitución había regresado un poco malherida de un referendo en el que muchos que ahora la defienden a cara de perro la votaron en contra y otros se abstuvieron. No obstante, dentro de una esmerada liturgia aquella mañana obtuvo todos los sellos, lacres y palabras sagradas que convierten la forma en sustancia y finalmente fue rubricada por el monarca con una pluma de oro Christian Dior.
El acto de aquel día 27 de diciembre de 1978, de feliz memoria, tuvo una solemnidad breve y discreta, sin abusos de maceros y gualdrapas. El presidente de las Cortes, señor Hernández Gil, abrió la sesión con una oración medida, bien ensalivada, con la que sancionó la Monarquía, glosó la belleza jurídica de la democracia y engarzó los anhelos del pueblo con la libertad política, como un jardinero que corta sutilmente rosas en el jardín de Ronsard.
Se publicó el 29 de diciembre, no el 28, para evitar que se confundiera con una inocentada
El hemiciclo del Congreso ofrecía los mejores destellos de una gran fiesta social. Los diputados y senadores vestían paños de buena calidad gris marengo y algunos lucían las primeras corbatas detonantes. En los palcos abarrotados había cardenales, altos mandos militares con profusión de uniformes y medallas, algunas damas muy elegantes exhibían visones y vestidos con campánulas y bajo un perfume caro que convertía el espacio en un delicado envase, todos los invitados, amigos y enemigos de la Constitución aplaudieron cuando el monarca, después de un discurso sin ambigüedad en el que se puso al frente de esta empresa democrática, declaró formalmente que la soberanía había vuelto a los ciudadanos.
La Constitución había recorrido un largo camino desde aquel 22 de julio de 1977 en que se abrieron las Cortes Constituyentes. Fue un tiempo lleno de sangre, de miedo, de dudas y presiones, de ruidos de sables, pero al final llegó sana y salva a las Cortes ante cuya escalinata, en presencia de los dos leones, una representación de los tres ejércitos y de las fuerzas de orden público desfilaron en señal de adhesión. La Constitución se publicó en el Boletín Oficial del Estado el 29 de diciembre, no el 28, día de los Santos Inocentes, para evitar que se confundiera con una inocentada. Después de 40 años gritar ¡viva la Constitución!, pese a todo, es volver a hacerlo por la libertad, contra las cadenas, que al parecer están otra vez a la vuelta de la esquina.