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Así empieza lo malo

Desde Roma a hoy no hay más que un paso. Lo ha dado Podemos con ese autobús que es secuela del otro extremo, aquel Hazte Oír de la vergüenza que tenía a Dios como pretexto

Pablo Iglesias, ante el autobús en Madrid.Foto: atlas | Vídeo: Víctor Sainz
Juan Cruz

El fantasma de un autobús recorre España. Es fácil: preparas a la ciudadanía con suculentos nombres propios, dices a la gente que en esos nombres reside la trama de lo peor que le pasa a la sociedad en la que estamos y luego paseas sus caricaturas para que el pueblo haga diana. Desde Roma a hoy no hay más que un paso. Lo ha dado Podemos con ese autobús que es secuela del otro extremo, aquel Hazte Oír de la vergüenza que tenía a Dios como pretexto.

Está todo inventado. Los que hacen el dibujo previo no saben a ciencia cierta si lo que insinúan con el trazo grueso es verdad o mentira. Pero no importa, qué va a importar: lo dice todo el mundo y ellos le explican a la gente, preparada para creer que hay culpables sueltos, lo que esta ya quiere oír. “¡Queremos culpables!” Ellos los brindan en un autobús superpoblado, este fantasma en el que se alojan las identidades de cada uno de los bandidos seleccionados para la ocasión. Habrá más, anuncian como si estuvieran en aquel circo romano. Y ríen, la ocurrencia va a funcionar. Han hecho de la política un saloon del Oeste y en la confusión reciben el aplauso, e incluso la contrita condescendencia, de los que cuidan su ego desde asientos mullidos en los que se mecen sus complicidades. “Mientras no me den a mí, je je”.

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“Si nada es verdad, todo es espectáculo”, escribe Timothy Sneyder en Sobre la tiranía, un libro que estos caricaturistas de la política deberían tener de cabecera para no repetir causas generales y desvergüenzas que ya tiñeron este país, Europa y el mundo cuando se pintaron otras dianas para satisfacer el ansia vengativa que anida en las sociedades tristes. Lean a Brecht; tengan cuidado con el justiciero que anida en la conducción de este autobús fantasma. Nadie sabe cómo se carga de razón un hombre hasta que no lo ves escupirle a otro por la calle. Que se desconozca la realidad es conveniente para oscurecer el camino: aquellos a los que ellos dibujan forman parte de la trama. El pueblo está preparado para percibir como real aquello que se diga en voz alta, cuanto más horrísona mejor. Los que habitan en los flancos de ese autobús son los malos, los culpables de lo que pasa. ¿Todos? ¿Uno a uno y todos? ¿Quién lo dice?

Lo dicen ellos, los que ya tiñeron de cal el Congreso, los que decidieron que el lenguaje les pertenecía y podían torcerlo en el hemiciclo, los que son capaces de elevar a verdad lo que ni siquiera ellos mismos han investigado. Consumen el pescado que obtuvieron otros y, aunque ese pescado se haya podrido en manos de los que lo divulgaron, lo siguen marcando como fresco. Y ellos saben que el pescado caducó. Ellos no son sólo los que hacen la caricatura y los que llenan el autobús de la diana floreada con la que despiertan a la ciudadanía al grito antiguo: “¡Son estos, son estos! ¡A por ellos!”. No son sólo los caricaturistas: son también los que les han reído la gracia hasta que llega el día en que en este país asoma, como reza el título shakespeariano de la novela de Javier Marías, a esta evidencia largamente masticada por los que frecuentan el saloon: Así empieza lo malo.

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