Instrucciones para justificar la violencia
La distancia entre una chica golpeada por llevar una pulsera de la bandera española y una neonazi golpeada por dedicarse a dar las mismas palizas es una distancia moral
Hace dos meses, en Murcia, un grupo de personas pateó a una chica tirada en el suelo y yo justifiqué la paliza. Lo debí de hacer además públicamente, porque lo leí en periódicos, artículos y decenas de mensajes recibidos en las redes. Era algo extraño, porque yo había dicho en la Ser que esa paliza no tenía justificación. Volví a escuchar el audio por si estaba equivocado y efectivamente, lo estaba: no lo dije una vez sino dos. Ni siquiera recordaba la despedida de Pepa Bueno: “Puedes estar tranquilo, nadie va a utilizar lo que dices fuera de contexto”.
¿Qué había ocurrido? Un proceso sumarial según el cual uno empieza pidiendo información y acaba en los titulares justificando la violencia. Se había producido por una creencia íntima: las imágenes no se explican por sí mismas. Las imágenes, hasta las más escabrosas, necesitan información alrededor. La distancia que hay entre una chica golpeada por llevar una pulsera de la bandera española -la versión comprada urgentemente por mero alivio ideológico- y una neonazi golpeada por dedicarse a dar las mismas palizas es una distancia moral; una distancia que el lector tiene que recorrer no para justificar la violencia, ni para reprobarla ni para celebrarla, sino para formarse un juicio.
El mecanismo que dirige buena parte de la opinión pública consiste en convertir rápidamente la información en opinión, de tal forma que si uno reclama contexto se está posicionando. Le preguntan “¿para qué quieres saber eso?”, que quizá sea la pregunta más insólita de este oficio. Es un funcionamiento perverso que ha encontrado en las redes su mejor hábitat. En una información inane de 140 caracteres cabe una ideología entera y sus consecuencias. Y si una noticia falsa se reproduce a velocidad viral, esa versión se impone por tóxica que sea. Todavía quedan soldados japoneses que creen que unos titiriteros interrumpieron su función en Madrid para sacar un cartel de Gora ETA a los niños.
Lo que sorprende es que la verdad, aun reconociéndola como tal, sea sospechosa y proscrita
En internet ganan los diarios que cuentan antes una verdad y los diarios que cuentan antes una mentira; como la demanda es ideológica, no importa en qué consiste la oferta sino cuándo llega. Esto es conocido. Lo que sorprende es que la información contrastada, aun reconociéndola como tal, sea sospechosa y proscrita. Lo primero que se hace al ver a una chica apalizada es sentir repugnancia; lo siguiente, querer saber qué ha pasado. El problema se produce cuando tras la reacción humana viene sin solución de continuidad la política: de ésa ya no se vuelve. Ni la policía que informó de las vinculaciones neonazis de la joven agredida, ni el abogado de la chica ni ella misma, que reconoció “errores” en el pasado, podían cambiar ya la sentencia original: fue agredida por española y quien aporte más información se alinea con los violentos y anima a pegar a más gente. Ahora, cuando ya es imposible evitar la realidad, como ocurrió esta semana con la detención de la chica -Lucía García de la Calzada- por darle una paliza a otra joven, se pasa discretamente a otro asunto alegando una suerte de derecho al olvido que no es más que el derecho recurrente al ridículo.
Es signo de los tiempos que los defensores de las víctimas encuentren agravios en los que las víctimas no reparan. Entre el hecho y su falsificación pasa tan poco tiempo que, en el caso de una paliza, avisar del montaje es incluirse entre los agresores. Pero la información no es opinión, sólo ayuda a formarla. Cuanta más información se tenga más responsable es uno de lo que opine. La aproximación al “porqué” ayuda a posicionarse moralmente y a distinguirse, entre otros, de los que quieren convencerse a sí mismos de que su reacción sería la misma si agresores y víctima fuesen distintos. Sin contar con improvisados defensores de la mujer escandalizados de que se relativice la agresión a una chica por sus ideas. Sin reparar en que la noticia es que defiendan a una por ellas.
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