Últimos coletazos
En Cataluña se está acercando el final de una etapa. Son excesivos y demasiado burdos los errores que comete el Gobierno de la Generalitat
![Francesc Homs, Raúl Romeva y Artur Mas este febrero en el Tribunal Supremo.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/IVFJYRQRZTYJUGEDBX56AB3YVU.jpg?auth=7d2d7bf4732fdc16a568bc32535bb754250e6ea136a5b6dc04ecfe11a267c0e7&width=414)
En Cataluña se está acercando el final de una etapa. Son excesivos y demasiado burdos los errores que comete el Gobierno de la Generalitat. Nadie sensato puede pensar que en la Europa de hoy un territorio puede separarse de un Estado democrático de derecho, sin razones ni apoyos suficientes y contra las reglas jurídicas más elementales.
La argucia de modificar el Reglamento parlamentario para aprobar las llamadas "leyes de desconexión", sin debate y por sorpresa, tal como ayer admitió a trámite la Mesa del Parlamento catalán, sería cómica si no fuera por sus funestas consecuencias. Han fracasado y lo saben, han enrarecido la convivencia y lo saben, adoptan decisiones antidemocráticas y lo saben. Serán responsables de la frustración de buena parte de la sociedad catalana, y lo saben. Lo que en estos momentos no saben es como salir del maldito embrollo en el que andan metidos.
En el origen está el nacionalismo identitario, una ideología sentimental que en pequeñas dosis puede más o menos controlarse pero que suministrada con dosis de caballo, como es el caso, resulta letal. Fue la ideología de los gobiernos Pujol pero no llegó a penetrar de forma suficiente. Con Esquerra Republicana en el gobierno —de la mano de socialistas y ecologistas de izquierda— se le quiso añadir al nacionalismo identitario otro de distinto tipo.
Ya no bastaban la lengua y la cultura, la historia y la tradición, todo ello bien manipulado por los intelectuales del régimen, para sostener que Cataluña era una nación totalmente distinta de España. Entonces se añadió el argumento económico: estamos discriminados, España nos roba, no nos sirve, nos perjudica. Conclusión: debemos separarnos. Muchos se dejaron convencer, tal era la presión social, estar en el rebaño siempre es confortable.
Vinieron las promesas: la independencia es sencilla, Europa y el mundo nos apoya, tenemos derecho a decidir. Además, se decía, la mayoría de los catalanes quieren separarse de España. Todas estas promesas eran falsas: balanzas fiscales falsas, razones jurídicas falsas, nunca se demostró una mayoría social favorable. Se ha llegado al ridículo. El consejero de Asuntos Exteriores Raúl Romeva solo ha conseguido que lo reciba un ministro extranjero: el de Asuntos Sociales de Camboya.
Los finales son peligrosos. Están derrotados pero pueden dar, y seguramente darán, los últimos coletazos. Aunque será inútil. Ahora sólo les queda la razón emocional: muchos catalanes, centenares de miles, los que han creído en las promesas de los falsos profetas, conservan la ilusión sentimental de una Cataluña independiente de España. Su frustración será colosal y deberán, ante todo, pedir responsabilidades a quienes les han engañado.
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