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‘IN MEMORIAM’

José Guimón Ugartechea, protagonista internacional de la psiquiatría

Poseía una prodigiosa capacidad para conectarse emocionalmente con los pacientes y, al mismo tiempo, mantener la objetividad necesaria para evaluar su estado mental

José Guimón Ugartechea
José Guimón Ugartechea

Una mañana de septiembre de 1972 me encontraba trabajando en la unidad de investigación psiquiátrica del Hospital Bellevue de la Universidad de Nueva York cuando recibí una llamada del director del hospital: “Luis, tengo una buena noticia; acaba de llegar un nuevo Fellow de la Beca Fulbright… ¡y es español!”.

A los pocos minutos el doctor José Guimón Ugartechea entraba en mi despacho con una sonrisa tan natural como contagiosa. Conectamos automáticamente y, como la reacción química que ocurre cuando dos sustancias se ponen en contacto, ambos nos transformamos. A partir de ese día, trabajamos y convivimos en Nueva York durante un año; ciudad en la que, como solíamos decir, las metas te persiguen y no al revés. José, que era profesor de Psicología Médica de la Universidad de Bilbao en aquel entonces, me maravillaba por su prodigiosa capacidad para conectarse emocionalmente con los pacientes y, al mismo tiempo, mantener la objetividad necesaria para evaluar su estado mental y esa frontera difusa que separa la imaginación sana de las ideas delirantes. De su curiosidad, tan urgente como insaciable, surgían ideas geniales, mientras que su tenacidad alimentaba su inagotable motivación. Recuerdo que a las pocas semanas compartió su interés por investigar los efectos de la barrera de la lengua en la comunicación entre pacientes que no hablaban inglés —en su mayoría puertorriqueños— y psiquiatras que no hablaban español. Inspirados por su empeño, pusimos manos a la obra y en 1977 publicamos un par de estudios demostrando que cuando el paciente habla en una lengua que no domina es considerado por el psiquiatra más deprimido y ansioso que cuando la entrevista es en su lengua madre.

El profesor Guimón fue un protagonista internacional de la psiquiatría y dejó su rastro personal indeleble en las múltiples ciudades donde ejerció, Bilbao, Málaga, Barcelona, Madrid, Nueva York y Ginebra. Tolerante y flexible en sus análisis de las diversas teorías que han influenciado el mundo de la psiquiatría, fue uno de los pocos psiquiatras modernos que ha logrado armonizar las fuerzas biológicas y psicológicas a la hora de explicar la causa de los comportamientos humanos. Y sin ser dogmático, nos persuadió de que en el mundo de la ciencia, las verdades no se inventan, las verdades se descubren. Nuestra misión es comunicarlas fielmente con claridad. Estos valores tan sensatos se palpan a lo largo de su impresionante obra científica y literaria. José decía a menudo sentirse un artista fallido, lo que, según él, alimentó su interés por las artes plásticas y la literatura. Opinaba que la función de los artistas es embellecer el mundo. En este contexto, consideraba que las actitudes desvergonzadas y exhibicionistas eran el motor de movimientos artísticos vanguardistas.

José era una persona alegre, siempre abierto a celebrar cumpledías y disfrutar de esos placeres cotidianos tan valiosos. Quizá una faceta poco conocida sea su talento musical. Cantaba y tocaba muy bien la guitarra. Tenía un buen repertorio de canciones y actuaba con gracia y espontaneidad en reuniones y fiestas. En mi memoria permanece muy viva su emotiva interpretación de Ne me quitte pas, de Jacques Brel, una de sus baladas preferidas.

Soy testigo de que José era un gran mentor por naturaleza; siempre dispuesto a apoyar y a ser guía. Gracias a su apoyo y buen consejo somos muchos los que pudimos alcanzar nuestros sueños. Y pese a que sus colegas y discípulos vivíamos en partes distantes del planeta, José tenía el arte de mantenernos unidos. En mi caso, además, fue un ángel de carne y hueso que me ayudó a superar mi peor tormenta vital. Nunca olvidaré sus llamadas entrañables y preguntas intuitivas sobre mi estado emocional tras haber vivido en primera línea el fatídico 11-S en Nueva York. Sus conversaciones de apoyo, su comprensión, su aliento y su sublime capacidad para ponerse en mi lugar amortiguaron el impacto de aquel trauma y me ayudaron a superar la terrible experiencia.

En una de mis últimas charlas con el profesor Guimón salió a colación el tema del terrorismo y el perdón, y el hecho de que lo más humano y normal es resistirnos a perdonar a quienes nos dañan intencionadamente. El problema es que casi siempre tenemos que resolver el dilema del perdón antes de poder pasar página. Pensamos que quizá una fórmula pueda ser el perdón subjetivo privado que no requiere la participación de los culpables, ni les exime de su responsabilidad. El objetivo principal de este perdón es liberarnos del rencor enquistado para poder recuperar la paz interior y reinventarnos. Al final, los dos brindamos por el principio atribuido al obispo Desmond Tutu: “¡Sin perdón no hay futuro!”.

Luis Rojas Marcos es profesor de psiquiatría de New York University.

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