Vivir como un cura ya no es lo que era
La rutina de un sacerdote rural con 15 parroquias es frenética
“Vivo en un Opel Astra”, dice Teo Nieto, cura rural. Nieto lleva 15 parroquias él solo en la comarca de Aliste (Zamora). Es el sacerdote con más iglesias a su cargo en toda la diócesis. Su Opel Astra lleva 154.922 kilómetros en 3 años y 18 días. Son 138 kilómetros diarios de media. Nieto hace seis misas los fines de semana -dos el sábado y cuatro el domingo- más otra media docena entre semana. Suman al menos 624 misas al año para sus 1.300 parroquianos. “Hago más”, dice Nieto.
Nieto no es solo cura rural, también es el profesor de Religión del instituto en la cabeza de comarca, Alcañices. Tiene 17 horas lectivas a la semana, como algunos de los otros maestros. La diferencia es que Nieto por la tarde trabaja y los fines de semana no descansa. En una semana normal, no tiene ningún día libre: “Me tomaré unos días para desconectar entre el 27 y el 31 de diciembre y luego ya para Carnaval”, dice. “Siempre que no haya un entierro”, avisa. Nieto claramente no vive como un cura, según el dicho.
Esta tendencia al pluriempleo y a administrar varias parroquias no es única de Zamora. En el resto de diócesis del centro de España -Salamanca, Cuenca, Segovia, Burgos o Ciudad Rodrigo, por ejemplo-, los curas rurales reparten su jornada entre varias iglesias. La media suele ser aún menos de 10 pueblos por cura y a menudo compartidos entre dos sacerdotes, pero si las vocaciones no dan un vuelco, la tendencia crecerá. En esta zona de España es sobre todo la despoblación española la que fuerza a muchos curas a vivir en la carretera.
Desde 2012, Nieto ha bautizado a 10 niños que viven en sus pueblos y ha enterrado a 231 personas. También bautizó a otros 56 bebés, pero son hijos de familias que emigraron y vuelven al pueblo de vez en cuando. Con los ancianos también hay alguno que vivió sus últimos años en casa de sus hijos en la ciudad. En estos últimos cinco años, ha oficiado solo tres matrimonios de gente que se ha quedado a vivir en sus pueblos.
En España crece la secularización: en el 2000, 7 de cada 10 matrimonios eran en la Iglesia; en 2015, solo 3. Los bautizos también descienden más rápido que la natalidad. En 2013 hubo un 21% menos de bautizos que en 2005, según la Conferencia Episcopal, que es una caída superior a la natalidad. Pero, al contrario que en las ciudades, la secularización no es el problema principal de Zamora, sino la despoblación: en los próximos 15 años, Castilla y León perderá un 10,7% de sus habitantes y será, junto a Asturias, la comunidad cuya población bajará más, según una proyección del INE. Entre 2010 y 2015, los municipios de Castilla y León de menos de 100 habitantes no han dejado de aumentar (de 542 a 648), según el padrón continuo del INE. Y en 2012 había más castellanoleoneses de 75 a 85 años (252.124) que de 0 a 10 (210.012), según datos de la Junta.
En el Instituto de Alcañices donde Nieto da clase había 300 jóvenes hace 15 años. Hoy quedan 136. Más de 20 de sus 27 profesores vienen cada día desde Zamora. No es que el instituto esté abandonado. Está a la última: Nieto hace un examen con una pizarra digital y recoge las respuestas con el móvil mientras los niños le enseñan una tarjeta con la respuesta.
Nieto cobra su sueldo como profesor de la Junta y, como es más dinero que otros sacerdotes, da un porcentaje estipulado a la diócesis. El obispado solo le paga un fijo por gasolina y le ayuda a comprar el coche con un crédito sin intereses en los dos primeros años. La casa donde vive es parroquial, pero el inquilino asume los gastos.
Tiene pinta de un Joaquín Sabina rural y conserva una media melena ochentera como Serrat o Camilo Sesto en la época. Ahora es canosa, como la barba. “Nunca me la he quitado”, dice. Cuando llegó a Aliste, fue de visita a una residencia de ancianos. Una mujer, cuando lo vio, dijo: “Tan joven y ya pidiendo un bocadillo”. Nieto nació en 1969 y su aspecto es de joven de la Transición: “Y eso que antes vestía más desharrapado”, dice. Nieto suma a su aspecto el pañuelo en el cuello y media docena de pulseras de cuero y tela. No solo es la imagen. En su habitación, detrás de la puerta, tiene un póster del Che.
La sotana aleja
Nunca va con sotana: “No tengo, ni tampoco clergyman”, dice. La sotana es un uniforme que aleja y distingue, y Nieto vigila los detalles que le separan de su comunidad. En su casa recibe las visitas en la mesa camilla de la cocina, con el brasero, no en su despacho: “La mesa y la silla dan impresión de autoridad y no vivo en una Iglesia en la que haya que separar clero de laicos”, dice.
Nieto es un cura enrollado. En la fiesta de Santa Lucía en Grisuela, da el sermón en el pasillo de la Iglesia y pregunta a los fieles por qué creen que la imagen de la santa tiene cuatro ojos, dos en su cavidad y dos en un platillo. (Es por su martirio.) Sus fieles no son exactamente modernos: por tradición se sientan las mujeres delante y los hombres detrás. Hay aún tres abuelas con el pañuelo negro. Pero Nieto cuida cada detalle. Si hay mayoría de mujeres, se refiere a la congregación en femenino: “Que la paz esté siempre con vosotras”.
La jovialidad de Nieto no es para hacerse el simpático -que también-, sino porque cree que es como debe ser su labor como sacerdote: “Mi tarea no es solo hacer misa, sino animar, dar formación, transmitir esperanza”, dice. La liturgia es solo una parte de su labor.
Su visión del mundo rural es poco previsible. En la Iglesia también puede hacerse carrera y los pueblos son el destino más humilde. Nieto le ha pedido al obispo que si le cambia de trabajo le mande a otros pueblos. “¿Pero no te van a traer a Zamora?”, le preguntan a veces por la calle. La ciudad es subir de escalón, pero Nieto ha optado por el campo.
Nieto conoce a todos sus parroquianos. “Aunque soy malo para los nombres”, dice. En la misa en Grisuela, por ejemplo, advirtió que tenía a dos “intrusos” de San Vitero. Nieto lleva 20 años en estos pueblos. Antes tenía algunos menos y los compartía con otro sacerdote. Ahora solo le ayuda una monja, Avelina. Entre los dos cubren cada fin de semana las misas de 12 de los 15 pueblos. Nieto deja siempre la homilía escrita y hostias consagradas para que Avelina o la laica que llevan la celebración puedan dar la comunión.
El cura Teo Nieto no se queja de su trabajo. “Todo depende de los ojos con qué se mire -le dice a su congregación en misa-, igual que si preguntas quién ha jugado mejor después de un Barça-Madrid”. Hay menos fieles en cada parroquia, pero los pueblos tardan mucho en desaparecer. Siempre que queda un grupo el cura debe ir. El pueblo más pequeño de Nieto es Tolilla y tiene 9 habitantes. A Nieto no le supone un problema: “Yo estoy a su servicio”, dice. Mientras haya un parroquiano, tendrá a su cura.
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