¿Y si Sánchez ganara las primarias?
El depuesto líder socialista podría resucitar si logra conservar el fervor de la militancia
Desautorizado por su ejecutiva y derrotado por el comité federal, Pedro Sánchez no es todavía un político difunto. Podría reanimarse si la militancia considera que en la noche del 1 de octubre de 2016 se ha urdido un plan para derrocarle a cambio de facilitar la investidura de Rajoy.
Y esa era, al menos, la expectativa de los afiliados que resistieron hasta las diez de la noche en las puertas de Ferraz. Tanto gritaban e insultaban a los “golpistas”, tanto se consolaban los unos a los otros con abrazos y lagrimones, aferrándose al eslogan que los había identificado durante 12 horas de guardia: “Los militantes, son los que mandan”.
Y seguirán mandando cuando se convoquen las primarias, de forma que Pedro Sánchez podría resucitar de entre los muertos apelando a su reputación entre las bases. Más aún si la primera decisión del nuevo comité federal conlleva la abstención a la investidura de Rajoy. Sánchez ha prometido respeto y lealtad al rumbo de su partido, pero cuesta trabajo pensar que el ya ex secretario general del PSOE renuncie al dogmatismo del no, más aún si la discrepancia se convierte en el trampolín a las primarias y en su argumento de cohesión plebiscitaria.
La rueda de prensa de despedida no aludió a semejante posibilidad ni a la contraria, pero la iniciativa de presentarse a su propia reencarnación representa una posibilidad que anoche concedían sus allegados y que le exigían los militantes concentrados en Ferraz, esperando a que el decaído líder saliera del garaje a bordo de su coche negro, funerario.
Fue el epílogo de una jornada agotadora, tensa e intensa. Que no parecía tanto un Comité Federal como un auto de fe, hasta el extremo de que los cabecillas del motín contra Pedro Sánchez fueron insultados e intimidados como pecadores en el paseíllo que conducía a la sede de Ferraz.
Allí los aguardaban los militantes más ardorosos y beligerantes. Pocos al principio, un par de centenares después y en todo caso suficientes para cortar la calle y requerir un operativo policial que proporcionaba gravedad dramatúrgica a la guerra de las dos rosas. Sólo una de las dos estaba representada en las aceras. Pedro Sánchez había rogado contención a los militantes, pero unos cuantos decidieron acampar en Ferraz para ejercer el hooliganismo. Y no solo con inequívocas pancartas contra los traidores: ”Son golpistas, no socialistas”, sino con una violencia verbal y una coacción física que amortiguaron los críticos más valientes. Pues valor requería alcanzar a pie el portal del número 70.
“Pedro sí, Rajoy, no” les gritaban. E inauguraban el término "barón" como el peor de los insultos imaginables.
No quiso el secretario general en funciones mezclarse con su gente ni aprovechar la baza del fervor callejero. Entró por el garaje casi en la clandestinidad, “ejecutado” por las cámaras de televisión, alineadas como un pelotón de fusilamiento. Y muy susceptibles a la sobreactuación de los militantes en su desgarro.
Empezaron a amontonarse con aire de romería cuando se desperezó el barrio y tomaron posiciones los antidisturbios. Los afiliados de carnet antiguo se mezclaban con los vecinos, los runners y los curiosos, algunos de ellos asomados al balcón, como si estuvieran a punto de cantar una saeta en la pasión de la semana santa.
Puede que hubiera al principio más periodistas que manifestantes, excitando entre todos una desmesurada tensión informativa que se trasladaba a ardor de los militantes. Y no solo para insultar o para intimidar, sino para entregarse a los vítores y a los clamores. A Miquel Iceta estuvieron cerca de sacarlo a hombros. Y a José Borrell lo aclamaron como nunca hicieron con él “en vida”.
El contraste a la indignación predominante matizó una jornada caótico entre cuyos vaivenes se sucedieron momentos de romería, de asamblea callejera y de inevitable costumbrismo. Hubo frikis que rivalizaron entre sí para disputarse las cámaras, como intervino filantrópicamente una empresa inmobiliaria para repartir unas paellas. La sangría se despachaba en el Comité Federal.
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