La mala y la buena esperanza
Ciudadanos se enfrenta a un muro, el PP de Galicia, que confirmó que Feijóo será padre
El pasado sábado, después de un acto electoral en Lugo, el coche de la candidata de Ciudadanos, Cristina Losada, regresaba a A Coruña por la A-6 cuando el vehículo que llevaba delante giró bruscamente y empezó a circular en sentido contrario. Se fueron, ella y la jefa de prensa, al arcén mientras la primera llamaba a la policía. El resto de vehículos comenzaron a echarse a un lado para esquivar la furgoneta que conducía a toda velocidad un chico de 21 años, que terminó con la vida de un hombre de 41, con el que chocó frontalmente. También murió el propio kamikaze.
El accidente ha relativizado las pequeñas desgracias de Ciudadanos en campaña, que como toda pequeña desgracia, suele ser viral y demoledora. Por ejemplo, el ridículo de su autobús electoral, en el que optan por el bilingüismo con una frase en castellano y otra en gallego; la frase en gallego tiene tres palabras: una está mal. También lleva dibujado su caravana electoral un corazón que incluye tres banderas: la española, la gallega y la de la Unión Europea; la gallega está mal, colocada al revés.
Ciudadanos cuenta con poco predicamento en Galicia. Tiene una concejal en Pontevedra, María Rey, de la que se supo que había aparcado durante años en una plaza de discapacitados gracias a una tarjeta fraudulenta, una fotocopia en color de una original; este tipo de escándalos, mayor aún que el de no haber registrado sus empresas en la declaración municipal de actividades, suele acabar con alguna cabeza cortada. No la pidió su partido ni siquiera cuando la edil dio explicaciones: dijo que no hablaba de su vida privada y que la denuncia obedecía al miedo a su partido. La imagen de Rivera está en todas partes, también en el famoso autobús, y las papeletas de Ciudadanos se envían a los domicilios en sobres con el rostro del presidente del partido, no de la candidata.
Las encuestas dejan a Ciudadanos peleando por entrar en el Parlamento por un escaño. Las razones hay que buscarlas a su lado, la formidable máquina electoral del PP. El partido, su entorno, sus medios afines, han estado siempre presentes en el hostigamiento a Ciudadanos y han sabido golpear en el talón de Aquiles del partido: la identificación con Galicia, uno de los fuertes del PP, que ha tratado siempre de integrar aquel galleguismo de Xosé Cuiña (Galicia, terra nai e señora, Galicia, tierra madre y señora) despojándolo de autenticidad y adaptándolo a la mercadotecnia electoral.
El resultado para el PP en Galicia es que devora a Ciudadanos y a Ciudadanos le queda lo que está intentando transmitir Rivera: tienen que ser la fuerza que controle al partido de Feijóo, que este lunes confirmó que va a ser padre, en Galicia. No hay aspiración de gobierno sino de muleta, y errores de bulto como los del autobús dejan al partido, a falta de lo que haya ocurrido en el debate de anoche en la TVG, en una posición extremadamente incómoda. “Somos el voto útil” es la última defensa del partido de Rivera ante los avisos del PP: votar al partido a Ciudadanos, dicen sus candidatos, es hacerle el juego a BNG y En Marea.
El mismo sábado en el que al coche de Ciudadanos se le vino encima un kamikaze, la familia del PP se felicitaba en Pontevedra. El mitin de la plaza de toros de San Roque fue el acto simbólico con el que un desengominado Feijóo inició la reconquista de Galicia en 2009 para las huestes del PP más arruinado políticamente, el que acababa de perder las segundas generales con Zapatero. Desde entonces las campañas de la derecha tienen allí una cita, nunca tan exitosa como esta última; la mano derecha de Feijóo, Alfonso Rueda, pidió disculpas por haber dejado a 2.000 personas fuera de un recinto en el que caben, arena incluida, 12.000. Disculpas necesarias cuando el partido, para garantizar el lleno, pone en marcha su formidable red de captación de público mediante el flete de autocares de todos los puntos de la geografía gallega.
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