Rivera: Una adolescencia entre waterpolo y las motos
La doble condición de político y padre marca al rojo vivo la agenda diaria del líder de Ciudadanos
Un día de 2007, Albert Rivera recogió un sobre, lo abrió y encontró dentro una foto suya en la que habían dibujado un círculo ensangrentado y una bala. Nada resume mejor lo que ha cambiado su vida desde que se dedica a la política. Es un rostro mediático que no puede dar un paso por la calle sin que le pidan autógrafos y selfies. Su equipo rediseña estos días los actos callejeros matutinos de Ciudadanos porque el candidato tarda minutos eternos en recorrer unos pocos metros, rodeado de curiosos y cámaras. Todo ha cambiado para Rivera: mientras su moto Yamaha Fazer 1000 acumula polvo, él descuenta segundos en el AVE, siempre entre Madrid y Barcelona.
En la capital se aloja en hoteles que orillan con La Castellana, pasea por el barrio de Las Letras y cada vez se deja ver menos por La Latina, donde todos reconocen al chico de la tele. Sus visitas son de trabajo. Cortas. Concretas. Con agenda marcada. En seguida echa de menos el mar, porque se siente “mediterráneo”, y bromea con que se contenta con ver el Retiro y su lago. Su casa está en Cataluña. Allí, en L’Hospitalet, comparte un piso de 50 metros cuadrados con Beatriz, su novia. A veces se olvida, pero Rivera (Barcelona, 1979) está separado y es el padre de Daniela.
Oye a Loquillo y a Sabina y lee desde ‘El factor humano’ a ‘La chica del tren’
Esa doble condición de político y padre marca al rojo vivo la agenda diaria. Según Fernando de Páramo, secretario de comunicación del partido, se levanta normalmente entre 6.45 y 7.00; acude a entrevistas radiofónicas y televisivas a primera hora; asiste luego a la reunión del comité de estrategia del partido; y parte su jornada con una comida. Ahí la política se convierte en tema tabú. Terminados los postres, se reactiva la agenda frenética, que incluye mítines, actos institucionales, sesiones con su coach Maria Àngels Casanovas, y al menos dos días de deporte a la semana (natación, spinning y carrera) para matar el gusanillo incubado durante una adolescencia dividida entre el waterpolo y los estudios.
Rivera, según cuentan en su equipo, solo tiene tres líneas rojas: las 23.00, cuando suele dejar de atender llamadas y mensajes; intentar dormir entre siete y ocho horas; y el celoso respeto a los días en los que le toca estar con su hija, de cuatro años.
Días intocables
“Esos días son intocables. Sagrados. Ya puede acabarse el mundo que…”, dice De Páramo. Si es entre semana, Rivera coge el coche y recoge a su hija en el colegio concertado en el que estudia, que es el mismo en el que estudió él. Juntos comparten juegos y cuentos. “Duerme sola, pero le gusta que me ponga 10 minutillos con ella, aunque a veces me quedo frito, y que le cuente historias”, suele contar Rivera, que tiene seguro médico privado y que también acude a la sanidad pública.
“Viene del deporte y es ganador, ganador, ganador”, dice un compañero
¿Cómo le ven sus compañeros? “Viene del deporte y es ganador, ganador, ganador. Y valiente”, dice Inés Arrimadas, líder del partido en Cataluña. “Es una persona optimista, positiva, con una visión siempre hacia adelante. Comunica muy bien. Cuando está, por ejemplo, en un bar, tratando de decidir qué hacer, por la noche, siempre demuestra valor”, cuenta Luis Garicano, coordinador del programa económico. “Cuando tenemos un problema, no elije el camino más fácil”.
Quizá nadie en Ciudadanos mantiene el ritmo vital de Rivera. Cuando no está trabajando, se dedica a sus aficiones. Escucha a Sabina y a Loquillo. Va a conciertos, por ejemplo, de Miguel Poveda. Lee, desde El factor humano a La chica del tren. Participa en programas televisivos, incluido uno en el que compitió en el rally de la baja Aragón y acabó dando un par de vueltas de campana. Y viaja.
Viaja, por ejemplo, siguiendo sus intereses, como hizo en 2009, cuando se fue a estudiar un curso de Marketing Político a la Universidad George Washington (EE UU), donde cuentan que hubo risas cuando unos alumnos mexicanos descubrieron por el profesor que aquel compañero había aparecido desnudo en un cartel electoral. Este verano, en vacaciones, se desplazó a Cádiz y se alojó en Sanlúcar de Barrameda, donde vio las famosas carreras de caballos en la playa de la localidad. No comió, como siempre, ni olivas ni setas, porque no le gustan. Y devoró cada jornada.
Rivera vive al esprint. En su equipo, donde nadie ha olvidado aquel episodio de la carta en el buzón, las amenazas de muerte en las redes sociales ni los cuchicheos malsonantes que a veces le rodean en las aceras catalanas, ya le han dicho que no puede entrar en los sitios por las bravas, sin preocuparse. Él, mientras tanto, sigue haciendo bueno uno de sus lemas: “El objetivo es ser feliz”.
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