Cayetana, duquesa de rompe y rasga
Decidió que parte de sus cenizas se depositaran en el Cristo de los Gitanos Vivió en palacios pero siempre le gustó más pisar la calle
No le gustaban los hospitales y menos aún admitir que estaba enferma por eso una de las últimas cosas que pidió a su familia el pasado martes, antes de perder la consciencia, es que la llevaran a su casa, al palacio de Dueñas el lugar en el que fue más feliz y en el que ayer murió. Cuentan que sonrió cuando se vió, por fin, en su habitación. Cayetana Fitz-James Stuart y Silva dijo adiós a la vida a los 88 años rodeada de toda su familia, unida como hace tiempo que no lo estaba. Su tercer marido Alfonso Díez no se separó de ella en las largas horas de agonía a la que también asistieron sus seis hijos, muchos de sus nietos y hasta las que siempre consideró sus nueras aunque hace años que todos sus hijos casados se divorciaron.
Catorce veces Grande de España, era la jefa de la Casa de Alba y una destacada figura de la vida social, pero por encima de todo, un personaje único e irrepetible que no dejaba a nadie indiferente.
La duquesa nació en un palacio, el de Liria en Madrid, y murió en el de Dueñas, pero a ella lo que siempre le gustó fue pisar la calle y desafiar los convencionalismos. Lo hizo hasta el final de sus días. Fue una mujer de rompe y rasga que se agarró a la vida con todas sus fuerzas. Pero que también pensó en cómo quería morir.
Carmen Tello, su fiel amiga, desveló ayer que hace ya algún tiempo acompañó a la aristócrata a la Hermandad del Cristo de los Gitanos, en la antigua iglesia del Valle sevillana, para pedir que sus cenizas fuesen guardadas allí. “Si me llevan al panteón de Loeches, nadie irá a verme”, argumentó. Así que parte de ellas se quedarán allí, en una capilla de la Hermandad, con su Cristo, y el resto seguirá con la tradición de los Alba y descansará junto a sus antepasados.
Sevilla fue la ciudad que la duquesa eligió para morir y para vivir sus últimos años. Desde ayer sus habitantes la lloran, la extrañan porque ella vivía la ciudad todo lo que podía. Allí se casó la primera vez y también la última, un matrimonio que fue su último arranque de rebeldía.
“Si yo no me meto en la vida de nadie, que no se metan en la mía”, argumentó para poder casarse con el funcionario Alfonso Díez, con quien el 5 de octubre pasado celebró tres años de matrimonio. Un hombre inicialmente bajo sospecha pero que con el paso del tiempo demostró una devoción inquebrantable por su esposa por la que ayer se deshacía en lágrimas.
Y es que los hijos de Cayetana se opusieron inicialmente a que se casara por tercera vez y tan mayor. Lo aceptaron cuando los asuntos de la Casa de Alba estuvieron resueltos. Se fijó el reparto de los bienes, las sociedades, las tierras, las casas —valoradas entre los 600 y los 3.000 millones de euros–, y quedó claro que el duque de Alba consorte renunciaba a casi todo y se comprometía a cuidar hasta el final de sus días a la aristócrata, como así ha sido. A Alfonso Díez le queda una pensión y un dinero del patrimonio personal de su esposa, no de la Fundación.
Cayetana de Alba distribuyó la herencia de manera desigual entre sus seis hijos —Carlos, Alfonso, Jacobo, Fernando, Cayetano y Eugenia—. Todos ellos nacidos de su matrimonio con Luis Martínez de Irujo. También quiso que en sus últimas voluntades estuviera su nieto mayor, Fernando Fitz-James Stuart, segundo en la línea de sucesión de la Casa de Alba, al que dejó el palacio de Dueñas, su residencia más querida. Además, la duquesa estipuló que sus dos hijos mayores sean los principales encargados de la Fundación Casa de Alba, obligados a conservar y mantener todo su legado.
Cayetano, el menor de los varones, se queda con el palacio de Arbaizenea, en San Sebastián, y el cortijo de Las Arroyuelas, gran latifundio sevillano. Eugenia hereda la mansión de Ibiza y otro cortijo en Sevilla, mientras que Fernando y Alfonso contarán con la mansión de Las Cañas, en Marbella, y la finca, antiguo castillo, de El Tejado, en Salamanca. Jacobo fue el más perjudicado por el reparto, ya que solo le correspondieron unas fincas rústicas. Esta decisión provocó un distanciamiento entre madre e hijo, que finalmente resolvieron discretamente. Jacobo fue el último en llegar a Dueñas para ver a la duquesa.
Mantener el legado de la Casa de Alba fue una de las grandes preocupaciones de la aristócrata. En esta tarea encontró en Jesús Aguirre, su segundo marido, un gran apoyo. Hace dos años y con el apoyo del Ayuntamiento de Madrid, Cayetana de Alba mostró parte de su tesoro en una exposición bajo el nombre de El legado de la Casa de Alba. Mecenazgo al servicio del arte.
La reconstrucción del palacio de Liria de Madrid fue otra de las misiones de la duquesa tras recibir el testigo que le cedió su padre, muerto en 1953. En una habitación de ese palacio nació ella, un 28 de marzo de 1926. Fue la primera y única hija de Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, 17º duque de Alba, y María del Rosario de Silva y Gurtubay, décima marquesa de San Vicente del Barco. Tuvo como padrinos de bautismo al rey Alfonso XIII y a su esposa, la reina Victoria Eugenia. Desde muy joven fue una mujer de mundo y vivió mucho tiempo en el extranjero. Al estallar la Guerra Civil residió en París y luego en Londres, donde frecuentó a quien luego sería la reina Isabel II. Hablaba inglés, francés, alemán e italiano.
Debido a su intensa vida social y a su interés por el arte, Cayetana se relacionó con múltiples artistas y personalidades, desde Jackie Kennedy hasta Grace Kelly e Yves Saint Laurent. Ella misma contó que Picasso quiso que fuera su modelo para una nueva versión del cuadro La maja desnuda, pero el proyecto no prosperó por la oposición de su marido, Luis Martínez de Irujo. Eso sí, siendo niña fue retratada sobre un poni por Zuloaga. Una de sus grandes pasiones fue el flamenco y destacó por sus dotes para el baile teniendo como maestro, entre otros, a Antonio Ruiz Soler, Antonio El Bailarín, uno de sus grandes amigos.
Sus últimos días los pasó disfrutando del cine en una pantalla que le instalaron en casa. Frente a ella vio sus películas favoritas: Retrato en negro, de Lana Turner y Anthony Quinn; Gigante, con Rock Hudson, Elizabeth Taylor y James Dean, y Lo que el viento se llevó, con Vivien Leigh, Clark Gable y Olivia de Havilland. Aunque para película, su vida.
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