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Prince, el estafador más rentable

La Audiencia Nacional condena a la banda más sofisticada del timo de las ‘cartas nigerianas El grupo estafó 8,8 millones a 15 víctimas entre 2005 y 2010

Fernando J. Pérez

Tenían en las leyes de la probabilidad y en la codicia de la gente su mejor aliado. Pero sin una organización compleja y bien engrasada, en la que cada componente tuviera claro su papel, nunca hubieran llegado tan lejos en su estafa. La Audiencia Nacional ha condenado a penas de hasta 21 años de prisión a los 14 miembros de una banda dedicada al conocido timo de las cartas nigerianas, que consiste en realizar envíos masivos —cientos de miles— de correos electrónicos y postales en los que se anuncia al destinatario que ha ganado una herencia millonaria o un premio de lotería, evidentemente inexistentes, y en el que se pide la entrega de ciertas cantidades económicas para tramitar un pago que nunca llega.

La sentencia llama la atención por la magnitud del fraude. La trama estafó, entre 2005 y octubre de 2010, cuando fue desarticulada, un total de 8,8 millones de euros a tan solo 15 víctimas de seis países. Algunos afectados llegaron a abonar a la red de Prince Eneka Nwambu —el cabecilla del grupo— casi dos millones de euros. Es el caso del ciudadano noruego Odd K. V., que a lo largo de 2009, realizó 18 transferencias por valor de 1,86 millones a cuentas bancarias de la banda tanto en España como en Reino Unido convencido de que iba a recibir a cambio una herencia de 14 millones de euros. O el estadounidense Howard Alfred S., que abonó 3,8 millones de euros creyendo que iba a cobrar la mareante cifra de 580 millones de euros por un asesoramiento, que por supuesto nunca realizó, para la Corporación Petrolífera Nacional Nigeriana. Esta víctima llegó a pedir prestado dinero a sus amigos para para reunir la cantidad que le pedía Nwambu.

La mayoría de los cientos de miles de comunicaciones que remitió la banda fueron directamente a la papelera del destinatario. Pero basta un ínfimo porcentaje de éxito para captar un puñado de potenciales víctimas. Al contrario que otras redes dedicadas a la estafa de las cartas nigerianas, que operan desde locutorios telefónicos o domicilios de barrios deprimidos, el grupo de Prince Nwambu era mucho más sofisticado, tanto en la forma de tratar a sus víctimas como en el modo de blanquear el dinero obtenido ilícitamente.

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La banda, tras contactar con el incauto, le citaba en España para tramitar el pago del fabuloso premio. Para ello contaban con la colaboración de Pablo de la Mata, un empleado de una sucursal del Deutsche Bank en Madrid, que se reunía con las víctimas en la propia sucursal, lo que daba visos de seriedad al falso negocio. La entidad bancaria alemana, según la sentencia, es ajena a este fraude, que cometió el empleado a sus espaldas y queda exenta de cualquier tipo de responsabilidad civil subsidiaria, como pedían los estafados.

Cada paso que daba la víctima, movida por un deseo de dinero fácil, le suponía un desembolso económico. Cada uno de los miembros de la red asumía un papel ficticio: uno fingía ser responsable de la empresa de seguridad que custodiaba el premio, otro decía representar al Ministerio de Hacienda y se prestaba a agilizar el pago de impuestos por la falsa herencia... Los miembros de la organización tenían una perfecta división del trabajo: un grupo mantenía comunicaciones con las víctimas y adquirían y recargaban diversos teléfonos móviles; otro grupo elaboraba cartas; un tercero abría cuentas bancarias y retiraba el dinero que transferían las víctimas, otros alquilaban salas de reuniones y vehículos y falsificaban documentos públicos para dar apariencia de veracidad al engaño.

El fraude llegaba al extremo de mostrar al perjudicado cuando este llegaba a España una o varias cajas grandes repletas de billetes, también simulados, por supuesto. Y en todo el proceso, Prince Nwambu —con distintas identidades— se presentaba como amigo y confidente de las víctimas animándole a culminar el negocio. Ahora deberá pagar 21 años y dos meses de cárcel por asociación ilícita, estafa agravada continuada, blanqueo de capitales y falsedad documental.

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Sobre la firma

Fernando J. Pérez
Es redactor y editor en la sección de España, con especialización en tribunales. Desde 2006 trabaja en EL PAÍS, primero en la delegación de Málaga y, desde 2013, en la redacción central. Es licenciado en Traducción y en Comunicación Audiovisual, y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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