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“La madre de Gema presumía de yerno; Jonathan le prometió reparar su casa”

El secuestrador de la niña de Almería embaucó a la madre y a la familia de esta El detenido aseguró que era rejoneador y organizaba corridas benéficas

En medio de una cosecha escasa tras un año inusualmente seco, entre vara y vara al olivo para agacharse después a recoger las aceitunas, unos gritos desgarrados en medio de la soledad del monte interrumpieron el trabajo de Miguel, el de la Cuestecilla, como lo conocen en el pueblo, pasadas las cuatro de la tarde del 20 de diciembre. Desde lo alto de la colina de su finca, abajo, junto a la carretera, Miguel y su esposa, agricultores de Alboloduy (Almería), vieron a una mujer desesperada, desorientada, descompuesta. Que intercalaba los alaridos con el llanto. Que apenas acertaba a decir: “Mi hija, mi hija, ¿dónde está mi hija? Se la ha llevado...”.

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El infierno de Gema Cuesta, vecina de La Palma del Condado (Huelva) de 32 años, acababa de empezar. Apenas le habían arrebatado a Miriam, su niña de 16 meses. Jonathan Moya, un joven de 25 años en cuyo coche viajaba y con quien mantenía una relación, se la había llevado tras simular una avería y pedirle que se bajara a empujar. Ocho días después, el pasado jueves, Miriam apareció muerta en el fondo de una balsa de riego de Abrucena, un pueblo a las faldas de la cara norte de Sierra Nevada, a 27 kilómetros al noreste de ese lugar. A escasos dos kilómetros de Torre de Marfil, el cortijo de la familia de Jonathan, su secuestrador confeso, donde este fue detenido.

Ante los alaridos de Gema, Miguel y su esposa corrieron monte abajo, hacia la carretera que bordea su finca, la A-451, que une la autovía A-92 con su pueblo. La encontraron junto al arcén. “Tenía el susto en la cara y todo el pelo alborotado”, recuerda Miguel. “Nos dijo que el chico la había dejado tirada y se había llevado a la niña y todo su dinero, y que había estado varias horas vagando por el campo”. Cuando logró tranquilizarse un poco, Gema les contó cómo había llegado hasta allí. Cómo había viajado en tren desde Huelva hasta Guadix (Granada) para reunirse con Jonathan con el objetivo de pasar unos días en lo que él dibujó como un sitio idílico. Un precioso cortijo con caballos en medio del monte.

Pero la realidad fue otra. “Ella se quejaba de que en el tiempo que pasaron juntos no pararon de discutir y que su bebé apenas había comido”, afirma la esposa de Miguel junto al cerco de su terreno. “Dijo que Jonathan la había maltratado y que, antes de que se la llevara, ya estaba muy preocupada por su hija”. Tras socorrerla, Miguel montó a Gema en su coche y la llevó a la Venta del Pino, un restaurante de carretera cercano. Desde allí, por teléfono, Gema denunció el secuestro.

Jonathan Moya, en una foto de su Facebook.
Jonathan Moya, en una foto de su Facebook.

Hasta ese momento, la madre de Miriam apenas había advertido que estaba en manos de un embaucador profesional. Un artista de los trucos capaz de hacerse pasar por policía para robar coches de lujo, lo que lo llevó a la cárcel el pasado junio. Alguien, que, según los conocidos, parecía creerse sus propias mentiras. Tras conocerla por internet, Jonathan viajó a La Palma para pasar unos días con ella. Así empezó el engaño. “Él decía que era rejoneador y se dedicaba a los negocios taurinos”, explica una amiga íntima de la familia que prefiere no dar su nombre. Asumía con tal convicción el bulo que logró convencer a toda la familia en cuya vivienda se había instalado. “Su suegra [la madre de Gema] presumía de yerno”, continúa la amiga. “Iba diciendo por ahí que Jonathan organizaba corridas benéficas”. “Él parecía entregado con la familia. Les decía que les iba a arreglar la casa e incluso llegó a hablar con un perito para pedir presupuesto”, prosigue. “Cualquiera puede cometer una locura así. Te crees que estás enamorada y haces cualquier cosa”.

Vestida de negro y el dolor en la mirada tras acudir al entierro de su niña, Gema prefiere no pronunciarse. “No voy a hablar con nadie, en estos momentos solo quiero pensar en mi hija”, afirma a las puertas de su casa. “Lo siento, no tengo ánimo para nada”, añade la madre de Miriam que permanece a oscuras, con el televisor encendido. “Está sufriendo mucho porque lo que le ha ocurrido no está pagado ni con la cárcel”, apunta un vecino.

Es ahí, en la cárcel, donde Jonathan se encuentra ya. La juez de guardia de Almería decretó ayer su prisión y la de su supuesto cómplice, Raúl Ríos. La autopsia reveló que, antes de ser arrojada a la balsa, Miriam recibió un fuerte golpe en la cabeza. Su secuestrador asegura que no la mató, que se le murió. Ahora la justicia tendrá que dirimir si es verdad o si no es más que un nuevo truco.

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