Javier Milei, la censura y el efecto Streisand

Los ataques del Gobierno argentino contra cuatro novelas de mujeres y otras expresiones culturales impulsan su relevancia

enrique flores

En los últimos días, aparece en mis redes sociales sin parar la portada de un libro. Es de color violeta, y su título incluye una sola palabra. Lo conozco bien, lo leí hace un par de años, y lo recomendé en el podcast que tengo con mi amiga Isa Calderón. Es Cometierra, de Dolores Reyes.

La aparición constante del libro en las stories de otras personas en Instagram no respondía a nuest...

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En los últimos días, aparece en mis redes sociales sin parar la portada de un libro. Es de color violeta, y su título incluye una sola palabra. Lo conozco bien, lo leí hace un par de años, y lo recomendé en el podcast que tengo con mi amiga Isa Calderón. Es Cometierra, de Dolores Reyes.

La aparición constante del libro en las stories de otras personas en Instagram no respondía a nuestra recomendación, como ha pasado en otras ocasiones, sino al señalamiento ocurrido hace unos meses a varias escritoras argentinas y sus obras por parte de grupos conservadores en su país. Como ya se ha publicado extensamente, se trata de Cometierra, de Dolores Reyes; Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara; Las primas, de Aurora Venturini, y Si no fueras tan niña, de Sol Fantin.

El señalamiento no es directo, al principio. Siempre son pasos tímidos, cobardes, pequeños. En 2022, una concejala de la ciudad patagónica de Neuquén calificó Cometierra a través de las redes sociales como “material pornográfico” y criticó su lectura en una escuela secundaria. Cometierra es una novela que trata de una joven que traga tierra y puede visualizar a mujeres desaparecidas. Este primer paso parece una anécdota, sí. Pero el primer paso es siempre un paso fundacional. Es el que permite que suceda todo lo demás.

Hace unos meses, se registró una denuncia en Mendoza, en el oeste del país, y después otra en la provincia de Buenos Aires, la más poblada de Argentina. Y la ultraderecha, que siempre está esperando la carroña, actuó: la vicepresidenta Victoria Villarruel, quien negó en el pasado el terrorismo de Estado cometido durante la dictadura militar y que defiende a algunos conocidos genocidas, escribió un mensaje en Instagram con dos supuestos párrafos de sexo explícito de Cometierra bajo los que reclamó: “¡Dejen de sexualizar a nuestros chicos!”. En realidad, el primer párrafo era de Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, novela finalista al prestigioso premio Booker. Pero eso no importaba. Villarruel señalaba y, por tanto, creaba un relato paralelo. Las novelas eran tachadas de pornografía violenta, y a las escritoras les comenzaron a llegar todo tipo de agresiones e insultos, acusándolas de pedófilas y pornógrafas.

Cuando la ultraderecha señala, algo más se pone en marcha. Y ahí se presentó una denuncia. La Fundación Natalio Morelli, vinculada a legisladores oficialistas de La Libertad Avanza, el partido que preside Milei, denunció penalmente al director de Cultura y Educación bonaerense, Alberto Sileoni, por el uso en los colegios de textos con “contenido sexual explícito”; tachó los libros de pura “degeneración” y exigió su retirada de las escuelas. Este tipo de medidas, como ya alertamos en este periódico hace meses, han servido en EE UU para amedrentar a bibliotecarios y profesores.

¿Por qué Dolores Reyes? ¿Por qué Gabriela Cabezón? ¿Por qué todas ellas, por qué sus libros? Las obras son tremendamente variadas, y en su ficción podemos encontrar los puntos de unión que deseemos a través de la pura especulación. Cometierra trata del don de una chica capaz de dar respuesta a los familiares angustiados de mujeres desaparecidas, generalmente por feminicidios. Está escrita de manera magistral, y en apenas unas páginas establece la solidez de una cosmovisión aterradora: cómo el miedo y la violencia moldean las experiencias de las mujeres de una comunidad.

Con las aventuras de la China Iron, Gabriela Cabezón Cámara refunda el libro más importante de la literatura argentina, el Martín Fierro, y cuenta la historia de su pareja, de La China, que en el Martin Fierro no tiene nombre y aquí es la protagonista. La China deja a los dos hijos que ha tenido con el gaucho y se va por ahí de aventuras, a vivir su propia vida, su propia sexualidad, su propio mundo. Es una obra maestra del lenguaje, de la invención, de la fantasía, en el que esta protagonista no sale a buscar a su hombre, sino que sale a buscarse a sí misma y por el camino encuentra experiencias y pasiones, conformando una de las novelas consideradas más importantes del siglo XXI por la crítica internacional.

Los libros no pueden ser más distintos entre sí. Pero, por alguna razón, Victoria Villarruel los mezcla. Y establece una línea que no parte de lo literario precisamente: tanto Dolores Reyes como Gabriela Cabezón Cámara han sido artistas comprometidas con el movimiento Ni Una Menos, que en Argentina busca concienciar a la sociedad sobre la violencia que se ejerce contra las mujeres y las niñas.

Sigamos con la trazabilidad del asunto: hace unos meses, como explica el diario Tiempo Argentino, se cerró sorpresivamente la muestra The Buenos Aires Affair: 50 años, dedicada a Manuel Puig, su obra y la persecución que sufrió durante la dictadura militar. La directora de cine Eva Dans, que alertó sobre el cierre intempestivo, declaró a ese medio que la dirección del centro había dicho que “la muestra no se alineaba con el pensamiento de este Gobierno y que por eso fue retirada antes de tiempo”. Puig, además de ser uno de los escritores argentinos más populares, fue también parte del Frente de Liberación Homosexual.

No parece casual que, recientemente, el presidente Milei hiciera unas declaraciones en el Foro Económico Mundial en las que vinculaba homosexualidad con pedofilia. La misma estrategia que había ejecutado su vicepresidenta unos meses antes con las escritoras feministas ya nombradas.

Eso sí, el Gobierno libertario no ha sido consciente de que ha puesto en marcha un conocido efecto rebote, el llamado efecto Streisand. La famosísima cantante Barbra Streisand intentó en 2003 retirar de una web unas imágenes de la costa de California, que estaban a disposición del público para alertar sobre la erosión costera, en las que aparecía su casa. Quiso retirarlas de internet alegando que atentaban contra su derecho a la intimidad. Consiguió que unas imágenes que apenas habían tenido seis descargas alcanzaran en pocos días más de 400.000. Y puso nombre a este fenómeno, en el que un intento de censura o encubrimiento fracasa o es contraproducente, ya que la información adquiere mayor visibilidad de la que hubiera tenido si no se la hubiese pretendido acallar.

En los últimos días, Milei está consiguiendo ampliar el efecto Streisand a espacios insospechados. Cometierra, un libro de mucho éxito y traducido a 12 idiomas, publicado en 2019, vuelve con fuerza a las librerías. La actriz Cecilia Roth, que ha sido muy crítica con la gestión actual del Gobierno, al que ha tildado de censor, fue atacada por Milei. Este, además de proferir varios insultos misóginos, se burló de Roth y la acusó en la red social X de no vender entradas de su más reciente obra de teatro, La madre. Desde que se hicieron públicos los tuits del presidente, el teatro está lleno a rebosar y Roth ha declarado: “Estamos llenos todos los días gracias a la publicidad que nos hizo Milei, así que gracias”.

La línea del poder está trazada contra el que disiente, contra el que se opone, contra el que imagina. Y no hay nada de bueno en esto.

Pero quién sabe si estos tiempos tan aciagos, podremos invocar cierto jolgorio, si podremos albergar como efecto colateral un mundo lleno de lectores de chicas que comen tierra, de traiciones de Rita Hayworth, de pubis angelicales, de mujeres llamadas China Josephine Star Iron, de primas irredentas. Y podamos escapar siempre clamando por todas ellas, por todos ellos, por toda esa cultura poderosa, rabiosa, divertida, escandalosa. En definitiva, clamar por toda esa cultura libre, sí, libre.

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