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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Un botón para editar tuits? No, gracias

Se usará para el mal, incluso con todos los límites y precauciones

Elon Musk en una imagen de 2019.
Elon Musk en una imagen de 2019.MIKE BLAKE (REUTERS)
Jaime Rubio Hancock

Tenemos elefante nuevo en la cacharrería: Elon Musk ha comprado un 9,2% de las acciones de Twitter, días después de haber insinuado que quería montarse su propia red social, pero con más libertad de expresión. Lo primero que ha hecho es volver a insinuar cosas, porque la libertad de expresión también incluye el derecho a no hablar claro. En este caso, ha dejado caer que podría usar su posición en el consejo de administración de la red social para impulsar un botón que permita editar tuits.

Esta es una de las reclamaciones históricas de los usuarios de Twitter, hartos de ver cómo se comparte miles de veces ese tuit en el que han olvidado una tilde. Pues bien: Twitter ha anunciado que está en ello. Finalmente. Y que hará pruebas con los usuarios de Twitter Blue, que pagan a cambio de algunas ventajas. Y que esta decisión no tiene nada que ver ni con Elon Musk ni con su encuesta.

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A pesar de todo, es una idea horrible. Tradicionalmente, Twitter se había negado a dejarnos editar los tuits con un argumento razonable: esta función se puede usar para el mal. Por ejemplo, en 2021, el guionista Juanjo Rodríguez Mascaró publicó un hilo, recuperado esta semana, en el que imaginaba qué pasaría si Twitter permitiera hacer estos cambios: políticos, empresas y ciudadanos se dedicarían a reescribir sus publicaciones para hacerlas más o menos polémicas, según conviniera y, de paso, destrozar cualquier posibilidad de debate racional porque nadie sabría quién dijo qué, llegando a lo que Rodríguez Mascaró bautiza como “neoposverdad”. No solo eso: Pedro Sánchez podría corregir sus tuits de hace una década y ya no pondría “ser malos! Buenas noches colegas”, sino un aburrídísimo “sed malos. Buenas noches, colegas”. Y, si eso pasa, ya no merecerá la pena tener internet.

Es verdad que hay medidas que podrían ayudar a contener este caos. Primero, limitar el tiempo durante el que uno puede hacer una corrección. Hay gente que habla de uno o dos días, pero también podrían ser minutos. Segundo, dejar visible un histórico de la edición para que todo el mundo pueda consultar los cambios. Tercero, notificar a todos los que hayan compartido o comentado el tuit, sean 15 cuentas o cinco millones. Esto último nos daría más trabajo: el de comprobar qué se ha cambiado por si hay que deshacer el retuit o rehacer el comentario.

El problema es que todo esto contiene los problemas, pero no los evita. Imaginemos una conversación en la que se edita el tuit principal y luego 80 comentaristas hacen lo mismo con sus respuestas. O una campaña en la que cientos de personas comparten un mensaje para luego editarlo todos a la vez. O las discusiones que lleguen a “lo cambiaste, pero primero dijiste otra cosa, aquí tengo el pantallazo”. No, por favor. Me duele la cabeza solo de pensarlo.

Es decir, a cambio de añadir una tilde olvidada nos exponemos a una dosis innecesaria de caos que nadie había pedido. Y no compensa. Hay que recordar que, nos guste o no, Twitter sigue marcando gran parte del debate público diario, a pesar de ser una red social mucho más pequeña que Facebook, Instagram o TikTok. Y, al contrario que en esas otras redes, la edición de publicaciones es menos transparente y tiene un alcance potencial mayor. Mejor tuitear con calma y repasar bien antes de publicar. Y así a lo mejor nos ahorramos algún insulto.

Además, si el botón de editar sale adelante, Elon Musk se apuntará el tanto y se volverá aún más insoportable. Y eso puede ser lo peor de todo.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.

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