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Columna
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La crisis de los hijos del 15-M

De momento la demoscopia no detecta signos de desafección política, pero conviene estar vigilantes las próximas semanas, en las que el foco irá trasladándose a lo económico y social

Cristina Monge
Personas esperando a recibir una bolsa con comida en el Comedor Social de las Hijas de la Caridad en la calle Mart’nez Campos de Madrid.
Personas esperando a recibir una bolsa con comida en el Comedor Social de las Hijas de la Caridad en la calle Mart’nez Campos de Madrid.Luis De Vega Hernández

El actual Gobierno es hijo de la Gran Recesión. Unidas Podemos y Pablo Iglesias no hubieran existido sin la aparición del 15-M, producto de las políticas de austeridad y recortes de hace 10 años. La figura del presidente Pedro Sánchez es, también, en cierta medida, resultado de todo aquello. Sánchez hizo su particular 15-M dentro del PSOE, y una vez elegido secretario general, antes de la moción de censura que le otorgó la presidencia, no era raro oírle hablar de la necesidad de recuperar a esa generación que había salido años antes a las plazas, un electorado en buena medida en disputa entre los socialistas y Unidas Podemos.

Unos años después, quienes llegaron al Gobierno recogiendo de una u otra forma los mensajes de la indignación se van a enfrentar a una nueva crisis. De naturaleza y dimensiones desconocidas, su gestión les pondrá ante el espejo, con todos los riesgos que ello entraña.

Como ventaja van a encontrar a una Unión Europea que no parece dispuesta a someter a los Estados más débiles a la asfixia que se aplicó en el caso de Grecia. Lo que no significa, no obstante, que los vecinos europeos vayan a regalar nada. Máxime a un país como España, cuya presión fiscal sigue estando entre tres y cuatro puntos de PIB (entre 30.000 y 40.000 millones de euros anuales, grosso modo) por debajo de la media europea y de la OCDE.

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Entre los hándicaps, no debe olvidarse que esta vez llueve sobre mojado. A quienes quedaron peor parados en la Gran Recesión, aún no recuperados, hay que sumar esta vez a unas clases medias temerosas, tanto por el recuerdo de la sensación de vulnerabilidad que les produjo la anterior crisis, como por la incertidumbre que provoca el desconocimiento de lo que está por venir. Mención aparte merecen los jóvenes, electorado clave para Unidas Podemos, que van a encadenar dos crisis que les impiden acceder a los niveles de estabilidad y confort que se les había prometido.

Durante estas semanas la atención social, política y mediática ha estado muy centrada en la crisis sanitaria, pero las filas del hambre ya han empezado a crecer, y aunque silenciosas y sin cacerolas que golpear, pueden convertirse en una verdadera olla a presión. De momento la demoscopia no detecta signos de aumento de la desafección política, pero conviene estar vigilantes las próximas semanas, en las que el foco irá trasladándose —en el mejor de los casos— a lo económico y social.

El Ingreso Mínimo Vital que se aprobará los próximos días puede ser un bálsamo para los sectores más golpeados, pero no actuará como tal ante clases medias que apenas habían recuperado unos puntos de confianza en las instituciones, ni en los jóvenes que aún teniendo ingresos no pasarán de ser trabajadores pobres y precarios, ni entre los que están tan abajo que ni siquiera aparecen en las estadísticas, los invisibles.

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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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