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100 días para la historia: Trump devuelve las relaciones con México al siglo XIX

El republicano rompe la sintonía comercial y humana que mantenía con el país vecino a cuenta de los aranceles y la discriminación

Trump Mexico
Carmen Morán Breña

En 1975, el reputado historiador Rafael Segovia publicó una encuesta sobre La politización del niño mexicano en la que se preguntaba a los escolares qué país les inspiraba menos simpatía y la mayoría respondió: Estados Unidos. Y si tuvieran que vivir fuera de México, qué lugar elegirían: Estados Unidos. En esa suerte de funambulismo sigue viviendo México en sus relaciones con el país vecino, ya sean diplomáticas, culturales, migratorias, gastronómicas o comerciales. Aquellos niños de entonces están asistiendo hoy, sin embargo, a una conversación desconocida al menos desde la II Guerra Mundial, en la que el presidente Donald Trump maneja la batuta que está echando por tierra la confianza ganada entre dos naciones cuya historia está jalonada de peleas y acuerdos. Un nuevo paradigma, lo califican los expertos internacionalistas, y se refieren a la intrusión de la política más oportunista en los tratados comerciales que discurrían sin mayores sobresaltos. Trump ya agitó en su primer mandato las columnas que soportaban un entendimiento de décadas, pero la versión actual del mismo presidente está haciendo zozobrar dramáticamente el barco. A pocas jornadas de que se cumplan los 100 días del mandatario en el poder, las aguas están revueltas en el mundo entero, pero México, su primer socio comercial, busca ya soluciones en la economía interna para salvar una crisis que amenaza con cambiar las relaciones binacionales por completo.

La frontera de más de 3.000 kilómetros que separa a ambos países ha sido testigo de guerras territoriales, pero también de múltiples intercambios comerciales y humanos que prosiguen hoy en día con tintes distintos. Lo que antes era fuerza de trabajo ahora son migrantes indeseables para la Administración trumpista, lo mismo con el tráfico de drogas, impulsado antaño para uso de los soldados en conflictos bélicos y ahora convertido en una hidra de mil cabezas que deja miles de víctimas del fentanilo en Estados Unidos y de muertos por violencia en México. “Pero los tratados comerciales conseguidos [el TLCAN en 1994, reconvertido en TMEC en la actualidad, entre México, Estados Unidos y Canadá] dejaban fuera las disputas políticas, que se trataban por separado. ”Eso fue un logro diplomático de México, compartimentar los problemas. Pero ahora la conversación está contaminada y la negociación de los aranceles va en función del fentanilo o de la migración. Son herramientas que movilizan políticamente y eso complica extraordinariamente el asunto”, explica Erika Pani, profesora del Colegio de México. “La historia siempre ha sido compleja entre ambos países y con muchos actores, pero hay que tener claro que esto no se juega solo entre Washington y Ciudad de México”, añade.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha manejado con cautela y rendimiento estos 100 días de una incertidumbre que está lejos de concluir. México ha sorteado los onerosos aranceles que se han impuesto en otras regiones del mundo y por el momento afronta solo los que lastran con un 25% al acero y el aluminio, así como a ciertos productos externos al tratado comercial. El país todavía tiene la cabeza fuera del agua, pero están en la mira las autopartes, el gran problema del gran negocio, el montaje de vehículos y lo que mantiene en México cadenas de producción de las grandes marcas automovilísticas. Se ha previsto un 25% de arancel para estos componentes, que se irá rebajando en la medida en que sean productos estadounidenses en lugar de chinos, por ejemplo. Faltan los criterios para medir eso antes de implantar la tasa. “Si rompes la integración del sector automotriz, rompes la razón de ser del TMEC”, el acuerdo comercial entre los tres países del norte de América, dice la diplomática Martha Bárcena, que fue embajadora mexicana en Estados Unidos los dos últimos años del primer mandato de Trump. Las veleidades del mandatario republicano tienen a México en un sinvivir, un día se levanta con amenazas sobre las exportaciones de tomate y otro con la polémica por el intercambio de agua para la agricultura fronteriza.

Manifestantes en Chicago, Illinois, el 23 de abril de 2025.

Los equipos económicos y diplomáticos no duermen mientras, a la par, se abren curiosas ventanas políticas, como la fama mundial que ha ganado Claudia Sheinbaum con su estrategia de “cabeza fría” para enfrentarse al insaciable magnate de pelo rubio. México entero se apresta a plantar cara al estadounidense siguiendo los dictados de la presidenta, que enarbolan la dignidad y soberanía de su pueblo. La oposición cierra filas contra el peligro del norte y gobernadores de todos los partidos suman apoyos en la gran plaza capitalina para demostrar unidad y fortaleza. Aunque a nadie se le escapa que la asimetría de las relaciones entre ambos países sigue invariable: el sur es el socio débil. “México nos ha protegido hasta cierto punto, pero el TMEC está en terapia intensiva, en realidad han ido cediendo en todo. También es cierto que Trump está siendo más drástico y caótico de lo que esperábamos y está deshaciendo el orden internacional heredado de la II Guerra Mundial y desmantelando la seguridad del comercio mundial”, sostiene Bárcena.

Tan es así, que el Gobierno mexicano quiere recolocar los huevos de la cesta, habida cuenta de que el 83% de sus exportaciones tienen el mismo destino, Estados Unidos, adonde envió mercancías en 2024 por un valor de más de 505.000 millones de dólares. No hay otro país en el mundo que venda más al Tío Sam, ni China ni Canadá. La dependencia parece mutua, pero es desigual y Sheinbaum ha reunido al empresariado nacional en una estrategia que busca aumentar la producción nacional para el mercado propio. México tiene 126 millones de habitantes, no es mal negocio si la producción y el consumo se enfocan a lo doméstico. Pero hay que dar un fuerte viraje para ello. “Frente a ciertas crisis, antes era fácil saber cómo se comportaría Estados Unidos y México tenía una tendencia adaptativa ante las decisiones de allá, pero Trump ha colocado al gobierno en una política reactiva. La presidenta es consciente de que llevamos un siglo de desarrollo de un modelo de cooperación con Estados Unidos y eso no se cambia de un día para otro, pero hay que buscar oportunidades en ese contexto”, afirma Estefanía Cruz Lera, del centro de Investigaciones sobre América del Norte de la UNAM. “Hay que buscar reconstruirse de algún modo y repensar las relaciones a largo plazo”.

El reforzamiento de la soberanía económica mexicana no quiere decir que se deje de lado a Estados Unidos, ni ahora ni nunca, eso parece imposible. Es más, algunos de estos cambios que hoy se están planteando surgen tras las exigencias de Trump, que impone castigos a quienes negocien con otros países más allá de lo que él prescriba, véanse los componentes de los automóviles con China o el petróleo con Venezuela. En México, uno de los grandes cambios en estos 100 días ha venido por el lado de la seguridad, al condicionar Trump los aranceles con el combate al narcotráfico y la presencia de fentanilo en su país. El Gobierno de Sheinbaum ha desplegado toda una nueva estrategia de seguridad distinta a la de su antecesor y los golpes a los capos se suceden a diario. En estos últimos meses se ha detenido a más de 18.000 personas por delitos de alto impacto, se han decomisado 144 toneladas de droga, entre ellas dos millones de pastillas de fentanilo y se han destruido 839 laboratorios clandestinos.

La migración, el otro asunto en el que el republicano exige resultados, supone, sin embargo, un punto de fricción constante, dada la deriva supremacista y de desprecio que muestra la actual Administración estadounidense, en cuyo país viven millones de mexicanos. En este punto es donde Sheinbaum ha alzado un poco la voz, la última vez para ordenar que se cambie la ley que permite a los países extranjeros hacer propaganda política en las televisoras mexicanas, donde la secretaria de Seguridad Kristi Noem ha desplegado toda una campaña racista antimigrantes. Pero no ha contado con el apoyo de la oposición ni de las grandes televisoras, que se enfrentaban a multas millonarias, y ha frenado la iniciativa. A pesar de ello, Sheinbaum se envuelve en la bandera mexicana y obtiene un alto reconocimiento nacional. Los mexicanos son muy nacionalistas y esto no hace más que enardecer sus posiciones. “Estados Unidos está volviendo a utilizar la relación comercial como arma política, y en México apelan al sentimiento nacional. Todo ello se puede llevar entre las patas una relación pragmática para ambos”, dice Cruz Lera.

Captura de un video compartido por el Gobierno de Estados Unidos en televisión mexicana donde la secretaria de Seguridad, Kristi Noem, advierte a los inmigrantes ilegales sobre las consecuencias de no abandonar el país.

Trump ha cambiado el destino común de ambas naciones por el Destino Manifiesto, aquella doctrina política del siglo XIX que acudía a una infusa patente de corso para la expansión territorial de Estados Unidos. México perdió entonces buena parte de su territorio, pero la geopolítica y el tiempo devolvieron las buenas relaciones entre vecinos, que se fundamentaron en un intercambio comercial que se solidifica notablemente en el porfiriato y se quiebra con la Revolución. El general Lázaro Cárdenas y el presidente Roosevelt entablarán después una “relación especial” que, acabada la Guerra Mundial, implantó en las conciencias “la necesidad mutua” que tienen ambos países, aunque siempre será asimétrica, dice la historiadora Pani. “Se hizo evidente que tenían que mantener una relación amable y estable, lejos de los vaivenes políticos”.

Trump ha hecho saltar todo por los aires aludiendo en sus discursos no pocas veces a “aberraciones históricas”, como las califica Bárcena. Cabe recordar el cambio del golfo de México por el golfo de América, o su vuelta al deseo expansionista hacia Canadá, Islandia o el canal de Panamá. “Se ha ido al siglo XIX sin ver los grises de la historia”, añade la diplomática Bárcena, pero tras el telón histórico, laten los intereses económicos e imperialistas de un gobernante que quiere recuperar la grandeza perdida en Estados Unidos, según dice. “El actuar de Trump echará abajo años en los que la población fue cambiando la relación psicológica entre los dos países, de ver a Estados Unidos como un invasor a tratarlo como un socio comercial e inversor”, lamenta Bárcena. Pani opina que “las mecánicas de resolución de conflictos están averiadas en este momento”, pero, aunque muy distintos, son vecinos y están llamados a entenderse. Y añade: “Siempre ha habido una relación de amor y odio. Habrá que ver si esto dura o se queda en llamarada de petate”.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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