Ir al contenido
_
_
_
_

El Partenón de Arturo ‘El Negro’ Durazo en Zihuatanejo: un monumento a la corrupción y el exceso convertido en atracción turística

El estrambótico complejo, con columnas de más de 15 metros, fue construido por el polémico exjefe de la policía capitalina en el Gobierno priista de José López Portillo. Hoy ha sido reformulado como un foro para eventos culturales

El centro cultural El Partenón, construido originalmente por Arturo ‘El Negro’ Durazo en Zihuatanejo, el 19 de marzo de 2025.Foto: GLADYS SERRANO | Vídeo: EPV

En lo alto de una colina en Zihuatanejo, Guerrero, ubicada estratégicamente para mirar de frente las aguas del Pacífico mexicano, una especie de réplica del Partenón de Atenas sobresale entre otros edificios y la naturaleza. Las decenas de columnas, de más de 15 metros de altura que sostienen la majestuosa estructura, enmarcan los muros imponentes y los pisos de mármol y azulejos con diseños que parecen de otra época, una muy señorial. Dentro, lienzos con escenas afrodisiacas, mesas gigantes de mármol verde, habitaciones inmensas donde solían reposar camas colgantes y espejos en los techos, devuelven el aire de un tiempo de excesos y corrupción. Un tiempo en el que Arturo El Negro Durazo Moreno, autonombrado como general, era uno de los hombres más poderosos de México mientras lideraba a la policía de la capital y era el protegido y amigo predilecto del presidente priista José López Portillo.

El Negro Durazo era un hombre muy poderoso. La llegada de su amigo de la infancia a la presidencia, en 1976, lo encumbró en los círculos más exclusivos de la política y la farándula. La luna de miel entre su principal benefactor y su papel en ascenso como jefe absoluto en las calles del entonces Distrito Federal —y más allá de él— duró lo que dura un sexenio. Su posición le permitió amasar una fortuna cuyo origen se nutrió de las extorsiones que llevaba a cabo entre las filas de su propia corporación, corrupción e influencias para controlar otros negocios ilegales que se encargaba de mantener bajo control, y de los favores que daba y recibía a cambio de dinero o deseos de todo tipo.

Un visitante entre las columnas de El Partenón, en la bahía de Zihuatanejo, en el Estado de Guerrero.

Este ascenso le permitió mostrar sin pudor algunos de los excesos que marcarían su vida. Coleccionaba coches de lujo, o mandaba traer del extranjero motocicletas para la guardia presidencial de López Portillo; agasajaba a sus allegados regalándoles centenarios —monedas conmemorativas de oro— con su nombre grabado, y era conocido entre las mujeres de la época como un hombre “al que no se le podía decir que no”.

Pero la construcción de sus casas fueron sin duda las más notables muestras de sus excesos y corrupción. En más de seis hectáreas de terreno en el sur de Ciudad de México, en la zona del Ajusco, Durazo construyó su primer Partenón. Una residencia con caballeriza, galgódromo, ruedo, canchas de tenis, instalaciones de tiro y grandes lagos artificiales.

Después, en los últimos años de la década de los ochenta, la alcaldía de Zihuatanejo, un municipio ubicado en la costa del Pacífico mexicano, en el suroeste de Guerrero, le otorgó a Durazo y a su esposa, Silvia Garza Sáenz, una licencia de construcción “expedida expresamente exenta de pago de impuestos o derechos algunos, atendiendo a servicios prestados a la comunidad”. En 1981, con una nueva administración local, y tras una revisión sobre los permisos, la propiedad es clausurada, pero a petición del entonces gobernador del Estado, Rubén Figueroa Figueroa, el cierre se cancela de inmediato.

Visitantes recorren el lugar donde se encontraba la alberca y que ahora funciona como escenario para eventos.

A Rodrigo Campos Aburto, 75 años, cronista de la ciudad, se le revuelven en los recuerdos. Es difícil mantener una conversación fluida con él. Campos era parte del ayuntamiento cuando se dio la orden de la clausura del Partenón, y junto con el arquitecto Miguel Farías se encargaron de ir personalmente a poner los sellos del cierre antes de que el gobernador lo revirtiera. “Hubo molestia. En su momento yo dije que era de muy mal gusto, porque contrastaba con la pobreza que hay en la población, era ominoso, a todas luces se veía que era el recurso público que venía de la capital”, dice Farías.

La construcción del complejo no atrajo en su momento demasiada atención y el acceso siempre estuvo restringido. Primero, a los cientos de policías traídos de la capital exclusivamente para tareas de construcción. Y luego, para la clase política y del espectáculo que, según los testimonios de la época, llegaban en helicópteros y coches de lujo a las fiestas donde se servía de todo.

Campos recuerda vívidamente cuando un día, un estruendo sacudió al pueblo: la barda perimetral de la construcción se había caído. “No tardaron mucho en volverla a levantar”, precisa. El cronista también ha relatado las veces en las que los pobladores se encontraron por las calles a Sara Garza, envuelta en túnicas blancas o en su automóvil convertible, cargando pequeños estuches de los que públicamente y sin pudor esnifaba cocaína. O aquella vez, cuando varios flamingos escaparon de la mansión y fueron a dar a la bahía. De las versiones sobre si tenían un león y si habían muerto personas después de fiestas colosales, no puede confirmar nada, pero acepta que es parte de las leyendas que se cuentan sobre el Partenón.

Visitantes junto a una de las mesas originales de la casa, hechas de mármol color verde, el 19 de marzo pasado.

La propiedad se recorre en pocos minutos, pero el impacto permanece durante más tiempo. Es inevitable escuchar a los visitantes susurrar y conversar sobre los mitos y leyendas: un padre le cuenta a su hijo que Durazo quitó una de las puertas del acceso al Bosque de Chapultepec para que fuera la reja de entrada; o un anciano que relata, entre risas, a sus nietos adolescentes sobre la supuesta existencia de un túnel que el jefe de policía mandó a construir como una ruta de escape hasta la playa en caso de que un operativo o su esposa “le cayera encima”.

A unos metros de distancia, una pareja, con celulares en mano, conversa sobre la jaula de leones reconvertida en bodega, mientras espera sentada cerca del escenario para retratar una de las puestas de sol más impresionantes de Zihuatanejo.

El síndrome de ‘hubris’

Todas estas descripciones, según la artista Virginia Colwell, encajan a la perfección en el síndrome de hubris del amigo “predilecto y prepotente” de López Portillo, irónicamente una palabra de origen griego, que define un trastorno caracterizado por un ego desmedido y desprecio por los demás. Colwell, quien construyó su proyecto artístico Capricho Enfático al sumergirse en los archivos del FBI de su padre, Jack Colwell —uno de los agentes que capturó a Durazo en Puerto Rico en 1984—, ve en el Partenón analogías con, por ejemplo, la hacienda Nápoles de Pablo Escobar, en Colombia, reconvertida en parque temático, que evidencia la fastuosidad del exceso de dinero, corrupción y poder.

Dibujo del Partenón.

Colwell explica que al leer los archivos de su padre, se podía notar cómo les sorprendía a los agentes que lo vigilaban que la gente que trabajaba con él lo llamara “su excelencia” y que actuara casi como un rey. Esto también se tradujo a productos de la cultura popular, cómics sobre su vida, canciones en forma de corrido o cumbia, que recitaban epopeyas inalcanzables. “Hombre de temple de acero. Franco, cabal y sincero. Velar por el pueblo, su preocupación”, canta Macario Sandoval. “Seis años trabajé. Duro, duro, duro, Durazo. Soy poli de primera y para morder soy generalazo”, canta La Tropa Loca.

“Antes de su restauración era un símbolo muy visible desde la bahía. No solo como estructura y retrato de su posición, sino también como un símbolo de ruina que podría representar política e históricamente la decadencia de sus tiempos. Él es un payaso con muchísimo poder, un poder macabro que se enmarcó en crímenes como la masacre en el río Tula. El Partenón fue uno de los principales símbolos de todas esas contradicciones sobre la figura de Durazo”, añade Colwell.

Centro cultural Partenón de Arturo ‘El Negro’ Durazo

De las ruinas al recinto cultural

“Al Partenón, Durazo lo aprovechó muy poco, antes de caer en desgracia”, recuerda Campos Aburto, una de las personas que más sabe sobre este lugar. Repudia, por ejemplo, el hecho de que el presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal lo nombrara doctor honoris causa, sin tener estudios académicos que lo sustentaran.

Aunque desde 1989 el comité local del PRI en Zihuatanejo organizó una toma simbólica del Partenón —con el argumento de que ese espacio debía de ser del pueblo—, y tras ser expedido un decreto expropiatorio del inmueble, no fue sino hasta 2022, después de años de litigio en los que la familia de Durazo pedía que le devolvieran los derechos de propiedad, cuando finalmente se firmó un convenio de comodato entre el gobierno municipal y el estatal, para convertir al Partenón en un centro cultural.

Antes de finalizar las obras, durante los años de olvido, el complejo fue vandalizado y varias piezas fueron sustraídas. Una de ellas, la que permanecía en el centro de la construcción, como si se tratara de la pieza más emblemática del lugar, era la de un fauno gigantesco que miraba hacia el Pacífico. Los encargados del lugar, la secretaría de Turismo del municipio, han agregado que, como si se tratara de alguna extraña “fijación”, la mayoría de las esculturas dañadas fueron las de figuras de mujeres. La leyenda de actos incomprensibles continuó aún después de superados los años de esplendor del lugar.

Tras dos años de trabajos de remodelación, en noviembre de 2024, el Partenón fue inaugurado y convertido finalmente en uno de los atractivos turísticos más emblemáticos del municipio, que actualmente recibe entre 600 y 700 personas cada día. Algunas de ellas asisten con sus mejores ropas para tomarse fotografías; alumnos de escuelas suben a tomarse los retratos oficiales para su graduación; parejas se juran amor eterno en medio de un atardecer de frente a las escalinatas, y de fondo, en el tiempo y el espacio, todavía resuenan esos ecos de tiempos pasados, donde una clase política y social disfrutaba del exceso y la corrupción entre columnas griegas frente al mar.

En la entrada del Partenón aún se conservan las esculturas originales que daban la bienvenida a la casa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_