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Teresa Paneque, astrónoma: “Las visas unen más parejas que el amor hoy en día”

La divulgadora científica y escritora critica los satélites de Elon Musk, por sus graves interferencias en la observación del espacio

Teresa Paneque
Teresa Paneque en Guadalajara, Estado de Jalisco (México), el pasado 7 de diciembre.Hector Guerrero
Carmen Morán Breña

En junio de este año, una enorme comitiva empresarial, científica y académica acompañó al presidente chileno Gabriel Boric en su gira por Europa. La astrónoma Teresa Paneque, de 27 años, iba con él. Nacida en Madrid por casualidad, esta mujer ha vivido en varios países completando estudios. Ahora le toca Estados Unidos para su investigación posdoctoral. Experta en formación de planetas, ha alcanzado un enorme prestigio divulgando el mundo de las estrellas brillantes y los agujeros negros en las redes sociales y el tiempo que le queda libre lo ha dedica a escribir una colección de libros con idéntico objetivo: El Universo según Carlota (Planeta), que ha presentado en México en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, hace apenas unos días. Su conferencia, llena hasta la bandera, demostró por qué es una gran divulgadora y risueña como ninguna.

Pregunta. Chile tiene sus grandes telescopios y buena cantera de astrónomos. ¿Es por eso?

Respuesta. Sí. Los cielos de Chile son un laboratorio natural y eso se debe, simplemente, a que tenemos un desierto aislado de las comunidades como para tener baja contaminación lumínica y el mar y la cordillera que permiten una atmósfera estable. Además, es de los pocos países donde se puede estudiar directamente astronomía.

P. Se ha casado recientemente.

R. Sí, la ciencia y las visas para moverse de un país a otro propician que la gente se case. Yo tengo una relación muy bonita, pero nos casamos, también, empujados porque yo me moví a Estados Unidos. Creo que las visas unen más parejas que el amor hoy en día.

P. Entre su trabajo, la divulgación científica y escribir libros ¿a qué dedica las horas libres que le quedan?

R. Duermo y cocino, me encanta cocinar. Y ver series basura, de esas de citas a ciegas, de quién se enamora de quién. Seguro que te matan neuronas, pero es que, entre tanta angustia existencial que hay en el mundo, a veces necesito apagar un poquito la cabeza y divertirme con problemas mundanos. Y me encanta cocinar galletas. Cocinar me lleva a mi mamá, a mi infancia. Mi madre toda la vida me mandó el almuerzo casero al colegio. Me emociona que ahora, en Estados Unidos, por fin tengo una casa con horno.

P. ¿Qué opina de esa corriente terraplanista extendida en pleno siglo XXI?

R. Es fuerte. Me es difícil pensar que realmente existe gente que piense en terraplanismo. El terraplanismo puede ser inofensivo, pero están los negacionistas del cambio climático o los antivacunas o quienes eligen tratamientos alternativos que los llevan incluso a la muerte. Entonces es importante desarrollar un pensamiento crítico.

P. No deja de sorprender que eso ocurra en este siglo.

R. Hay gente hoy en día en muchos lugares que no tiene acceso a una buena educación científica, pero hay muchos de estos discursos negacionistas que vienen de élites intelectuales y yo creo que ahí hay interés económico, egoísmo y una maldad tremenda. Yo separo en mi casa plástico, papel, cartón orgánico, pero da lo mismo, porque cualquier multimillonario se sube en su cohete o su jet privado, le da 30 vueltas al mundo y arruina mi esfuerzo.

P. ¿Elon Musk?

R. Es el enemigo número uno de la astronomía, ese señor, porque con Starlink [su proyecto para poner miles de satélites en órbita] se crea mucha contaminación en el cielo. Los telescopios requieren observar estos puntos brillantes por mucho tiempo y mientras están observando pasa una línea de satélites y quedan rayadas todas las fotos. Como cualquier persona con dinero hoy en día puede lanzar lo que quiera al espacio y todos aplaudimos… ¿y qué pasa con los proyectos que los gobiernos están financiando para la comprensión humana?

P. Los científicos como usted, que divulgan de forma sencilla, se pasan la vida pidiendo perdón a sus colegas, que rápido les acusan de falta de rigor.

R. Nadie ha hablado mal de mi trabajo como divulgadora, pero yo sí me genera mucha ansiedad a mí misma para que todo sea lo más preciso posible.

P. ¿Ese rigor inaccesible no es, a veces, superioridad y la causa de que la ciencia no entre en la sociedad?

R. Yo creo que sí. Mi principal reproche es que [los científicos] no quieran aliarse con la gente de la comunicación, que no estén disponibles para hablar con los medios, porque dicen que les van a tergiversar todo. Ahí sí necesitamos ser un poquito más laxos. Comunicar es una labor institucional y de eso tienen que preocuparse las universidades.

P. No hay planeta B, esta es nuestra nave y hay que cuidarla, dice también.

R. Tengo la certeza estadística de que debe haber algún otro planeta como la Tierra, incluso exactamente igual, con agua líquida, con una atmósfera de oxígeno, quizás con personas, aunque eso es un poco más difícil, porque depende de los caminos evolutivos. Con microorganismos, seguro; con algún tipo de planta, quizás algún crustáceo. Imaginémonos un planeta deshabitado y perfecto para que nosotros fuésemos, ¿cuál es el problema? Que no podemos, porque nos llevaría más de 10.000 vidas. La estrella más cercana está a cuatro años luz.

P. Si fuera posible, ¿qué planeta elegiría?

R. Yo no me iría a ningún lado. A mí no me suben a una nave, tengo pesadillas con eso.

P. ¿Está el cerebro humano preparado biológicamente para entender determinadas cosas o nunca estará suficientemente perfeccionado?

R. Mi respuesta honesta es que en este momento lo estamos haciendo bastante bien. No tenemos una teoría unificada de todo, quizás no exista o nos esté faltando visión para verla, pero hacemos lo mejor que podemos. Creo que todos los ajustes que se hagan son precisiones pequeñas, pero no cambian el mensaje general. Es como la masa de las galletas, le puedes meter chispitas de chocolate, sabor de limón, pero la base es la base.

P. ¿Ha bebido alguna vez una cerveza, se ha fumado un porro?

R. Yo no tomo alcohol, en general. Tiene que ver con el periodo en que mi mamá trabajó en el Centro de Estudios de las Drogas y el Alcohol. No me gusta el gas en las bebidas. Ni cerveza, ni café, soy de chocolate. El azúcar es lo mío, ya sé, es terrible, ese polvito blanco que no es cocaína, pero es azúcar, ay, qué mal me hace, pero sí. Yo soy aburridísima. Bueno, he aprendido a divertirme a mi manera y la gente me quiere como soy: en mis cumpleaños había fruta, no papas fritas.

P. Dice que no son las grandes mujeres las que deben servir de inspiración, sino las del día a día.

R. Quizá estamos equivocando el tiro con poner a esas grandes mujeres, como Marie Curie, como referentes. El camino para ser tan conocida es largo y de repente tenemos una ídola que ha fallecido o que ya no podemos trabajar con ella porque está retirada, por ejemplo. Hay muchas mujeres en los distintos estratos con las que es posible trabajar e inspirarse. Hay que balancear. Si el único fin es llegar a ser Nobel, entonces todo lo que conlleva llegar hasta ese punto va a disuadir de hacer carreras científicas.

P. Magda Carreño, escritora española exiliada en México, decía que detrás de una gran mujer siempre hay un hombre que ha tratado de impedirlo.

R. El entorno ha sido muy masculino para mí, en la universidad nunca tuve una profesora, eran todos hombres, eso te hace sentir que no perteneces. Y en las relaciones con mis anteriores parejas yo tenía la impresión de que se sentían amenazados por mí. Es parte de un sistema machista. Hay un dolor en el ego masculino cuando están con una mujer que aparece en portadas, que tiene seguidores.

P. Dice que no se enamoró de las estrellas, que no tiene esa épica.

R. La épica es muy diferente entre hombres y mujeres, yo creo que tiene que ver con el exitismo masculino. A los compañeros hombres nunca los oía decir que no sabían, nunca se les veía angustiados, nunca los vi dudando. En cambio, yo tenía inseguridad y sentía que no podía decirlo, porque para ellos todo era éxito. Estamos en un entorno donde las voces más altas son siempre masculinas.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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