La Ola Verde
Que le voy al León y que no es secreto, deseo que sea el primer equipo profesional del milenio que acuerde con los patrocinadores la posibilidad de anunciarlos de manera invisible
Carmen Ornelas y Pedro Félix eligieron como Luna de Miel viajar a un paraíso silente en Colima, costa del mar mal-llamado Pacífico, para contemplar en pareja el bello fenómeno de una inmensa Ola Verde que se revolcaba en la arena ocre con una cronometría muy sincronizada con el latido del corazón… de enamorados. Fue en el primer cuarto de años del siglo XX cuando sus besitos y murmuraciones encendidas ahumaron la habitación tropical en la sensual penumbra que provocan las persianas y las pestañas a media asta… y fue intentando seguirles la huella en la arena sin huellas que los vi de jóvenes y de la mano exactamente 75 años después de su matrimonio feliz que habría de engendrar 10 hijos como enredadera, multiplicados en parejas, nietos y ahora bisnietos que aquella pareja hipnotizada al pie de la Ola Verde no alcanzaría a conocer, tal como no reconocieron que fue su nieto el que esto escribe quien intentó seguirles en la bruma tan íntima de sus paseos por la playa con la que inauguraban su eternidad.
Lo anterior es quizá el primer elemento psicoanalítico que explica una onda filiación por el verde esmeralda como color emblemático de toda una biografía o si acaso les parece mamón el argumento, puedo aludir a que durante algunos años de su juventud mi padre trabajó en una tenería donde los humos amén de drogarle las entendederas, le pintaban el delantal de verde encendido por lo que se acuñó como gentilicio Panzaverdes para todos los nacidos, oriundos o enraizados en la ciudad de León del estado de Guanajuato. No falta quien intuye que el apodo se debe al alto consumo de verdes lechugas, pero eso no es más que una paparrucha (es decir, fake news).
No es por guiño a los fumadores de verde yerba ni como patriótico antecedente del uniforme de la Selección Nacional, pero el Club de Fútbol León juega de verde e insistiré en que su límpida remera sin tanta pinche publicidad es de los uniformes más bellos de ese deporte universal que conocemos como Fútbol, Soccer, Calcio o Balompié. Van de verde como Esperanza y se visten de blanco para visitas como hacen las novias en su boda, los papas en peregrinaje y el Real Madrid (del cual soy auténtico dueño).
El León a secas signó los años mágicos de mi padre disfrazado de Cantinflas cuando le tiraba balones de penal a la Tota Carvajal y se fotografiaba con Costa, Conrado, Arenaza o Bataglia… épocas en blanco y negro que generación tras generación fueron fructificando la vida y economía de León con no pocas fábricas de calzado, restaurantes argentinos y una ebullición orgullosa que llegó incluso hasta mi generación con la magia de Mantegazza, la falsa cabellera de Batocletti, la dupla de sortilegio entre Chepe Chávez y Guillén, la ráfaga izquierda llamada Salomone… o la guillotina de los hermanos Razo, el vuelo sigiloso de la Pantera Rosa sobrino de Cardenal… el autogol inmortal de Concho Rodríguez, que la clavó en propia puerta volando de palomita… la batucada imparable de Tita do Brasil y el mágico desfile de tantas leyendas del balón que no cabrían en esta columna.
Pues hoy se me concedió pisar y posar con mi hermano Luis en pleno pasto sagrado del Nou Camp, cancha inmortal del Club León llamada así por haber sido construida al tiempo que Barcelona izaba su Camp Nou. El cielo paró el tiempo al tiempo en que sentíamos intacto a nuestras espaldas el gol de cabeza de Uwe Seller o la majestad con franja roja al pecho de Teófilo Cubillas en esta misma cancha pero en el Mundial de 1970, o el partidazo interminable entre Bélgica y eso que se llamó URSS en el Mundial de 1986… y las gradas se poblaban con todos nuestros fantasmas y el grito instantáneo de ¡Gol!, confirmó que solo lo efímero permanece para siempre.
Debo a Mauricio Preciado y la gran Peña Esmeralda con 44 miembros distinguidos (uno por cada año del 1944 en que se fundó el glorioso equipo verde) y a sus hermanos el día perfecto de júbilo y evasión pambolera que alivia toda tensión y desánimo. Durante el respetuoso recorrido de las instalaciones donde entrenan los gladiadores y gladiadores el equipo felino, la epifanía inesperada de saludar al Chapito Montes (único Chapito digno de celebrar como persona), el vistazo a los vestidores y sus modernos jacuzzis y luego la melancólica melodía callada de palparle una vez más al alma del estadio ya envejecido, con sus filas de palcos vacíos y el esmalte legendario del césped que conlleva o conjuga el color de la camiseta.
Que le voy al León y que no es secreto; que deseo que sea el primer equipo profesional del milenio que acuerde con los patrocinadores la posibilidad de anunciarlos de manera invisible, precisamente dejando inmaculada la remera verde que sólo debería fardar el escudo imperial con el perfil de un león como rey con ocho estrellas por cada campeonato ganado a empeño y fervor. Ejemplo de resiliencia y decidido fervor de los náufragos de lo que fue la Unión de Curtidores, herederos de la leyenda del San Sebastián (patrono de la ciudad), espumante equipo como cebadina que es la única pócima que nos permite a los leoneses saludar a prójimo con un eructo, conjunto enrevesado como la guacamaya que combina pan con chicharrón y cueritos de cerdo con un pico de gallo o abierta salsa digna de una gambeta enloquecida y neogótica como fachada del Templo Expiatorio donde yacen todas las almas de mis mayores ya difuntos, mis familiares ya nubes que quizá sonrían de lejos al mirar que hoy se celebró en más de 90 minutos con tiempos extra y sin penales la enigmática pasión del mundo entero como un inmenso balón… verde.
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