Leonardo Lomelí, el líder prudente que llegó a rector
Definido como un gran analista forjado en la representación universitaria, el historiador y economista que toma las riendas de la UNAM es un aficionado al cine de oro mexicano
Era 1989 y su primer año como estudiante de Economía en la UNAM. Leonardo Lomelí se colocó sin ningún papel en la mano frente a un auditorio lleno de alumnos y profesores y allí explicó con datos exactos por qué debía ser elegido como representante universitario de su promoción. “Desde entonces, le he visto hacer eso todos estos años”, recuerda su amigo y también economista Ciro Murayama, “tiene una memoria prodigiosa y una capacidad de análisis increíble: Leonardo va a presentar un libro, se lo lee una vez y llega a la presentación, solo cruza las manos y empieza”. Lomelí, que ha sido los últimos ocho años secretario general y mano derecha de Enrique Graue, toma posesión este viernes y lo sustituye como rector de la UNAM, después de toda una vida con una lealtad escogida: su universidad.
Dicen los que le conocen que Lomelí (Ciudad de México, 53 años) es una “criatura universitaria”. Hijo de doña Clarita, maestra de arte en la preparatoria de la UNAM, creció con la universidad como patio de juegos. Cruzaba cada día la ciudad, desde Coyoacán, para asistir a la prepa 9, en Lindavista, donde su madre daba clases y él las recibía. Entró en la facultad de Economía y destacó rápido. El prestigioso profesor José Ayala lo eligió como alumno predilecto y él fue quien lo presentó a quien sería uno de sus grandes maestros, Rolando Cordera. “Es una persona de trato muy fácil. Pepe nos juntaba a comer y platicar, y resultó ser un tipo muy especial, no solo muy brillante, sino culto y preparado, con esa vocación que ya estaba desplegada por la economía política y la historia. Confieso que llamaba la atención ya entonces”, dice a EL PAÍS el reconocido doctor en Economía, que lo nombró su asistente.
En esos años universitarios, Lomelí participó en la Asociación Nacional de Estudiantes de Economía, una organización surgida para reivindicar la posición de los alumnos de las escuelas públicas bajo la presidencia del también economista Carlos Salinas de Gortari. Entre ponencias de un Paul Krugman que se dirigía al estrellato y del premio Nobel Marco Modigliani, Lomelí fue elegido presidente de la asociación. “Era una señal clara de que le gustaba asumir posiciones de liderazgo y de representación estudiantil, un reflejo de su interés por la vida pública y académica”, apunta Gerardo Esquivel, que fue subgobernador del Banco de México y compañero de Lomelí.
Sobre eso, Murayama apostilla: “No era el típico líder estudiantil, no era atleta, no llevaba la melena larga, no era un agitador, era un hombre estudioso que hablaba muy pausadamente, pero que era muy reconocido por su capacidad intelectual entre los estudiantes. Ya era un líder destacado, siempre lo fue”.
Una boda universitaria
Un año antes de terminar Economía, Lomelí empezó también la carrera de Historia. Es en esa especialidad donde elige hacer su maestría y su doctorado, ambos orientados a estudiar la política económica de México, uno de sus principales campos de investigación. “Creo que es lo que más le gusta: cómo fue la política económica de la Revolución, de la reconstrucción, del siglo XIX, ha hecho cosas muy buenas”, dice Cordera, con quien ha escrito cuatro libros. Lomelí tiene otros seis en solitario y nueve en colaboración. El primero, centrado en la historia de Puebla, lo escribió apenas dos años después de terminar la segunda carrera, el último, Estado, economía y sociedad en el México posrevolucionario, lo presenta la próxima semana en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Fue la pasión por la historia y la economía la que le llevó a unir en un café a Cordera con el reconocido historiador Álvaro Matute, en plena huelga universitaria del año 2000. Fue la que le permitía explicar a sus compañeros de Economía, justo antes de meterse en las cantinas, por qué esta iglesia del centro histórico de Ciudad de México está aquí y ese palacio de Puebla, allá. Es esa “envidiable combinación” la que le ha llevado, según su mentor, a tener “los reflejos y las fortalezas, también la paciencia para lidiar con esa cosa tan grande y dispareja que es la UNAM”. En una entrevista con este periódico, una semana antes de salir elegido rector, Lomelí reivindicó a las dos: “Mi formación de economista me da la posibilidad de entender cuáles son los desafíos del presente y mi formación de historiador me hace conocer los antecedentes de la universidad, porque es importante saber de dónde venimos para proyectar mejor hacia dónde queremos ir”.
Nunca quiso Lomelí salir de la UNAM. Cuenta Murayama que su boda parecía “un gran convivio de la universidad”. Estaban los de Química y los de Filosofía, los de Economía e Historia. “Siempre fue una persona rodeada de mucha gente, de muy distintas disciplinas. No era el estudiante que se encerraba en la biblioteca, era muy lector y muy culto, pero muy participante de la vida universitaria”, señala el economista, que apunta: “No era un líder de masas, lo que lo distinguía era el carisma de la inteligencia serena. Eso lo hacía muy atractivo para muchos compañeros y compañeras”.
Es su conocimiento de la historia, pero también del cine de la época de oro. Son las citas a Cantinflas y a Sara García, a Los Olvidados de Luis Buñuel. “Estás conversando con él y siempre se refiere a algún diálogo de alguna vieja película, es un hombre con un ácido sentido del humor”, dice Murayama. “Es un ser muy querible”, apunta también Lorenzo Córdova, expresidente del INE, “de una seriedad impresionante, pero eso no le quita el sentido del humor. Es un hombre de familia, un padre extraordinario. Para nuestra generación, un extraño hombre de cultura”. En ese sentido, apunta Murayama: “Leonardo fue uno de los sabios de mi generación”.
En 2010, con 40 años, se lanzó para ser director de la intensa facultad de Economía contra otros dos profesores que le llevaban 20 años. Ese fue su gran salto. Lo consiguió y fue reelegido. En 2015 buscó ser rector, en la misma elección que Enrique Graue, perdió y se convirtió en secretario general. En estos ocho años es donde, dice, por fin ha conocido a la universidad, donde ha lidiado con los problemas reales de un pequeño país de 400.000 personas, entre universitarios, profesores, investigadores y personal administrativo. Llegar a rector parecía ahora el camino natural.
La última elección
Este año era la cuarta vez que Lomelí se presentaba ante la Junta de Gobierno. Su entrevista fue “maravillosa”, según una persona integrante de esta junta, “contestó absolutamente todo, tiene un diagnóstico completísimo de lo que sucede en la universidad, no solo hace diagnóstico, también deja ver las soluciones”. “Es un hombre que escucha mucho, que reflexiona y contesta”, “tiene una serenidad absoluta, pero es firme”, “cuando fue director de la facultad nunca tuvo un paro, hizo muchísimas cosas, la eficiencia fue mayor”, son algunas de las frases sobre el economista. Sin embargo, la competencia era fuerte. La secretaria de Desarrollo Institucional, Patricia Dávila era la otra gran apuesta de una universidad que nunca ha tenido a una rectora mujer. La junta no llegó a un acuerdo el martes, tampoco el miércoles. Reunidos cada día desde las 10 de la mañana hasta las siete de la tarde, el ascensorista de la torre de la Rectoría supo que el jueves era el día. Venían todos muy arreglados.
Lomelí necesitaba 10 de los 15 votos de la junta. Los consiguió tras varias rondas y posturas muy ajustadas. La Junta recibió feliz, horas después de elegirlo, la noticia de que había escogido a Dávila como su secretaria general. “Tampoco la universidad había tenido nunca una secretaria general”, dice esta misma fuente, que cree que van a ser “el dúo dinámico de la universidad: se van a hacer cosas importantes”.
El nuevo rector hereda una relación problemática que ya conoce: la del presidente. Las críticas de López Obrador a Lomelí no tardaron en llegar: “Este nuevo rector es del grupo que ha dominado en Economía, que nunca se opusieron a la política económica neoliberal que predominó durante 36 años”. “Ahí se equivoca el presidente”, dice Gerardo Esquivel, quien recuerda que el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo, en el que participó en 2008 con Lomelí y Murayama y muchos exsecretarios de Gobierno, “surgió precisamente contra las posturas neoliberales”. En los salones del consejo universitario, en la planta baja de la torre de la Rectoría de la UNAM, con café, jugo y papaya, un grupo de economistas avisaban, antes de que llegaran, de los estragos que iba a causar la gran crisis financiera global.
No creen los que lo conocen que las acusaciones del presidente vayan a afectar a Lomelí. “Es un hombre que sabe discutir, pero de una gran prudencia y tolerancia; en los tiempos que vivimos y en los que vienen, alguien que sepa argumentar sin entrar en pánico, ni en una lógica de confrontación, es muy valioso”, apunta Córdova, que lo define como “un hombre de enorme prudencia, hasta en el trato”. Lomelí dijo a EL PAÍS que le parecía que la tensión con López Obrador era más mediática que práctica y que, pese a sus diatribas, el presidente no había reducido el presupuesto federal del que vive la UNAM.
Murayama recuerda que una de las últimas veces que López Obrador visitó la UNAM fue justo por una invitación del entonces director de la facultad de Economía a presentar uno de sus libros. “Leonardo lo invitó como un diálogo de apertura, sin nunca supeditarse. Es un hombre que puede dialogar con todas las fuerzas políticas, con equidistancia, en un México tan turbulento políticamente. No elude ningún tema, ni las críticas, lo hace desde la tranquilidad: con inteligencia y convicción”.
Todas las personas consultadas reconocen los fuertes perfiles que se presentaron este año a la rectoría. Entre todos los programas, los atributos y fortalezas de los directores de facultad, coordinadores y altos funcionarios que querían sustituir a Graue, Lomelí representa una vida por y para la universidad. Dice Murayama: “Lo recuerdo en 1990 subiendo al tercer piso de la facultad, cargado de libros, siempre con un suéter, con sudor corriendo por la frente, y 30 años después cuando ya era secretario general, subiendo a ese mismo tercer piso, ahora a dar clase, ahora de traje y corbata, pero todavía cargado de libros y con sudor en la frente. Es el mismo: solo unos cuantos años después”.
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