Roger Bartra: “He vivido siempre en el lado más incómodo de la historia”
El antropólogo mexicano, homenajeado por la UNAM al cumplir 80 años, recibe a EL PAÍS en su casa al sur de la capital. Referente intelectual para varias generaciones, recuerda sus años de militancia, su pasado y cuenta cómo percibe el presente
Roger Bartra (Ciudad de México, 1942) escarba en sus publicaciones, en las cartas que escribió a sus padres, y reflexiona sobre una de las palabras que más repite en sus libros: melancolía. Escribe sobre ella en la música, en la cultura y en el nacionalismo. Le preocupan los terrenos fangosos que deja el populismo y se pregunta en qué quedó la izquierda de México, puesto que ya no observa discusiones reflexivas y parece que solo queda el choque directo como salida a lo que antes era diálogo. En su último libro, El mito del hombre lobo (Anagrama), recorre todo lo que rodea a la leyenda del hombre bestia y cómo esa representación está presente en nuestros días.
Pregunta. ¿Cómo percibe la vida y la actualidad a los 80 años?
Respuesta. Cuando me acercaba a los 80 años tomé la decisión, a partir de la sugerencia de un amigo, de escribir unas memorias, una autobiografía intelectual. Eso me puso a pensar en qué significa la vejez para un intelectual, para un escritor y, poco a poco aprovechando el tiempo libre que me proporcionó el encierro de la pandemia fui escribiendo mis memorias intelectuales. Me puse a reflexionar desde esta perspectiva del intelectual, ya viejo, que mira hacia atrás y trata de entender su trayectoria. En realidad en mi caso lo que descubrí son diferentes trayectorias, como lo he dicho alguna vez, me encontré con que había diferentes Bartras y exploré las conexiones entre ellos, traté de entender lo que había hecho no solamente con el propósito de entenderme yo, sino para darle a los lectores una idea de esa obra que yo he realizado durante años y que está llena de rupturas. Yo le llamo mutaciones. El título de mi autobiografía es justamente ese, Mutaciones. Por otro lado, estoy sano, escribiendo todavía, preparando siempre toda clase de planes, pero trato de darle a los lectores y a mí mismo una idea de qué clase de intelectual, de escritor, de antropólogo, e investigador era yo.
P. ¿Cómo viaja a su propia historia?
R. Decidí escarbar en las cartas que yo había escrito, principalmente a mis padres durante muchos años, porque vivíamos en países distintos. Mi madre depositó todas las cartas en un archivo en Cataluña, en la ciudad de Tarrasa y ahí en el archivo municipal están todas las cartas, digitalizadas. Entonces pude aprovechar eso para mirar en las cartas que escribía cuando era joven, tratando de ver cómo eran. Yo nunca escribí un diario, así que me aproveché de las cartas y traté de entender cómo era ese joven marxista, al principio de un marxismo bastante duro, bastante dogmático, que luego se me fue ablandando un poco. Yo fui militante del Partido Comunista durante un cuarto de siglo, o seguramente menos porque se extinguió el partido.
P. ¿Le valieron las cartas para entender el pasado?
R. Llega un momento en que ya encuentro muy pocas cartas. A comienzos de este siglo dejé de hacer ese fluir de cartas muy íntimo, porque además todas están escritas en catalán, que es mi lengua materna, y, por lo tanto tenían un elemento de autenticidad, de ser una cosa directa que me gustó mucho. Entonces cambié la táctica y empecé a aprovecharme de ustedes los periodistas que me entrevistan. Empecé a buscar viejas entrevistas para ver qué es lo que decía, qué pensaba... Como lo estamos haciendo ahora: estoy expresando lo que pienso en este momento, pero a lo mejor dentro de cinco años, si todavía estoy vivo, voy a pensar diferente, y entonces en lugar de cartas, voy a aprovechar las entrevistas.
P. Pero la entrevista no refleja su vida personal como lo hacen las cartas.
R. Claro, ahí hay una descompensación, porque la mayoría de las entrevistas -no todas-, pero muchas, son en tono político, y aunque mi trabajo fundamental no es la política, es la antropología y mis investigaciones antropológicas, mis posiciones políticas y mis libros de política han generado mucho interés, han hecho ruido, y han llamado más la atención que mi estudio sobre los mitos del salvaje, del hombre lobo, que es el caso del último libro que he publicado. Pero lo que sí descubrí al reflexionar sobre el pasado, es que la política para mí ha sido muy importante. Cuando el Partido Comunista se convirtió en el Partido Socialista Unificado de México, el PSUM, y se unió a otras fuerzas, yo dejé de militar y decidí ser un intelectual independiente. De todos modos la política es un virus que me ha entrado, y desde ese tiempo he escrito constantemente de temas políticos.
P. ¿Hay varios Bartras entonces?
R. Hay varios. Hay un Bartra marxista dogmático, el Bartra que empieza a buscar dentro del marxismo aspectos poco ortodoxos, el Bartra que descubre los temas de la identidad y todavía utiliza el marxismo, pero ya menos, y trabaja más con Max Weber, con Durkheim, con Tocqueville, para citar tres que me han influido mucho. Entonces, hay una especie de cadena con cambios o mutaciones fuertes que a la distancia pueden verse como un Bartra que está contradiciendo al de hace cinco o 10 años, desde luego, porque hay cambios importantes en mis ideas políticas.
P. Alguna vez leí que de niño tuvo un episodio que le hizo obsesionarse, o por lo menos interesarse, con la búsqueda de la verdad.
R. Bueno, llegué a eso cuando leí unas líneas en un libro de mi madre, que era escritora, novelista y periodista, en donde relata que yo había visto una película en tres dimensiones. Yo tendría unos 12 años y le pregunté cuál sería la cuarta dimensión, y ella escribe que yo le respondí: esa dimensión debe ser la verdad. Una ocurrencia de niño, supongo. No recuerdo exactamente cómo fue, pero sí recuerdo que de niño y en la pubertad tomé la decisión un poco necia de solo leer libros que relatasen hechos reales y verdaderos. Eran básicamente libros de viajes, de aventuras de exploradores... Una especie de obsesión por la verdad. Por suerte después volví a la ficción, pero se quedó la idea de que es necesario encontrar la verdad. Esa puede ser una idea muy peligrosa, porque si uno se aferra a una verdad, se puede convertir fácilmente es un dogma. Eso es un lado peligroso.
P. ¿Qué parte conserva del marxismo?
R. Sigo pensando que para entender el funcionamiento del capitalismo, aunque ha cambiado mucho desde el siglo XIX, el marxismo es fundamental. Aunque las conclusiones a las que llegó Marx de que la evolución del capitalismo conllevaba una contradicción que generaba su separación, revolución y socialismo son totalmente equivocadas. Esas contradicciones en parte existen, pero hay muchas otras. Pero el funcionamiento básico del capitalismo, los mecanismos de explotación, sí están bien explicados por el marxismo.
P. ¿Cómo fueron aquellos días en los que tuvo acercamientos con grupos guerrilleros?
R. Tenía unos 18 años, y en esa época estaba fresca la explosión de la revolución cubana que influía mucho. Todavía no entraba en una degeneración dogmática y despótica, como desgraciadamente sucedió, pero coincidía con una explosión de la contracultura, de la cual yo participé activamente porque en esos años, a comienzos de los 60, en un viaje a Nueva York me ligué al movimiento Beatnik. Los Beatnik eran realmente escritores formidables como Ginsberg, Kerouac, pero además todo ese paquete contracultural se asociaba al amor libre, el uso intelectual y ritual de drogas, principalmente la marihuana y, todo eso iba junto con el marxismo, la revolución cubana, la nueva izquierda que empezaba a aparecer. Visto a la distancia, parece curioso que puedan coexistir la revolución cubana, la marihuana, el amor libre y la lucha feminista que también empieza a tomar forma. Todo eso fue realmente muy importante y me influyó a tomar la decisión, junto con un grupo de amigos de la escuela de antropología, de asociarnos al grupo político de Rubén Jaramillo, un dirigente campesino de Morelos, que nos envió a auspiciar un levantamiento armado en la Costa Grande de Guerrero. No es que nosotros fuésemos armados, nos fuimos sin armas, desde luego no éramos parte de un movimiento guerrillero, pero sí fuimos a alentar a que los campesinos lo hiciesen, tomasen las armas. De hecho el propio Jaramillo ya se había levantado antes, había tenido problemas, había sido perseguido y uno o dos años después de esto que estoy narrando Rubén Jaramillo y casi toda su familia fueron asesinados por el gobierno de López Mateos de la manera más brutal. Su esposa estaba embarazada, una cosa realmente terrible.
P. ¿Se levantaron los campesinos?
R. No, no se levantaron. Nos recibieron muy bien, hablaron pestes del Gobierno. Los Gobiernos de Guerrero han sido realmente desastrosos, desde aquella época hasta hoy en día. Comprendían bien la situación, pero no se alzaron en armas, ni nosotros teníamos los canales. Era una cosa ingenua y utópica. Recorríamos las calles de Arcelia con nuestro auto y con un altavoz, llamando a una reunión que fue un pequeño meeting al que acudieron campesinos. Estaban más o menos organizados, eran cercanos al movimiento de Jaramillo, y ahí en un acto abierto arengábamos a los campesinos y los llamábamos a levantarse en armas. Cuando terminamos y regresamos a Chilpancingo los diarios locales anunciaban que el Ejército estaba buscando a unos guerrilleros extraños que habían llegado al pueblo de Arcelia. Éramos nosotros. Por suerte no nos encontraron. Fuimos verdaderamente imprudentes. Fue una locura, una cosa muy infantil y muy temeraria, que por suerte no acabó con nuestros huesos en la cárcel.
P. Le escuché decir que en Venezuela descubrió el valor de la democracia. ¿Cómo fue eso?
R. Yo me fui de México en 1967. No encontraba trabajo, no había perspectivas... Para alguien de izquierda, México era un país inhóspito y me fui a Venezuela. Unos amigos me consiguieron un empleo dando clases en la Universidad de Los Andes, en Mérida, cerca de la frontera con Colombia. Me contrataron como profesor, ahí pasé dos años. Me di cuenta que Venezuela, a diferencia de México, era un país democrático. Con la caída del régimen dictatorial de Pérez Jiménez se instauró una democracia representativa, con diferentes partidos, libertad de expresión... Más o menos como funcionan hoy las democracias, pero eso era algo que un marxista no podía entender porque la teoría dogmática decía que en los países capitalistas atrasados como México, o Venezuela en el subdesarrollo, no podía haber democracia. Y que la democracia que existía en los países capitalistas desarrollados en realidad era falsa porque servía para ocultar la explotación de clase. Llego a Venezuela y veo que funciona un sistema democrático, y se me cae el esquema de un país atrasado y dominado por imperialismo, por las grandes compañías petroleras inglesas y norteamericanas. Era Venezuela y no obstante funcionaba una democracia como la de Estados Unidos, como la de Francia. Eso, claro, me sorprendió.
P. ¿Y va de la mano populismo y democracia?
R. Esta idea de la socialdemocracia y el populismo tiene mucho que ver con México, porque en México hay una tradición populista antigua que arranca desde Lázaro Cárdenas. Tiene expresiones derechistas en la mayor parte del tiempo, pero izquierdizantes en el caso de los grupos cardenistas dentro del PRI. En fin, una larga tradición. En cambio, no hay una tradición socialdemócrata en México.
P. Usted ha vivido siempre en el lado incómodo de la historia.
R. En el lado más incómodo de la historia, porque efectivamente, durante todo el período priista, yo fui claramente opositor, crítico. Mi actuación, mis libros, mis ensayos, todos tenían una crítica fuerte al nacionalismo revolucionario, a la dictadura del PRI. Cuando hay transición a la democracia, ocurre una sorpresa en México, porque nosotros en la izquierda, herederos del 68, creíamos que había despertado en la sociedad mexicana cierto apetito por la democracia. Estábamos convencidos de que la democracia iba a llegar por la izquierda y cuando se acerca el fin del siglo XX... ¡oh sorpresa!, la democracia llega por la derecha. Eso fue un trago amargo para todos nosotros. Yo militaba en la izquierda, la conocía por dentro bien y ya me daba cuenta de que eso no funcionaba del todo, pero no nos habíamos dado cuenta de que había habido una mutación en la derecha del PAN.
P. ¿Ahora en México hay izquierda?
R. Yo creo que hoy en día la izquierda está básicamente dispersa en la sociedad, grupitos de intelectuales, sectores de clase media, algunos sectores obreros, grupos de campesinos, completamente desconectados y dispersos. En Morena nada, el Gobierno que tenemos es un Gobierno de derechas. No hay alternativas de izquierda, nos enfrentamos a las próximas elecciones con dos bloques de derecha.
P. ¿Cómo se puede escapar del fanatismo?
R. El problema es que es un fanatismo que tiene una base más bien emocional y no racional. En México el esquema que hay en Europa nunca existió realmente. No hay asidero de tipo más o menos racional, y entonces lo que ha quedado es un fondo emotivo en el cual echan raíces los dirigentes. Pasa algo similar con la derecha, que en México tenía un elemento cohesionador que era la parte religiosa. Como el marxismo, también se ha desmoronado. La derecha se volvió en una buena parte moderna avanzada y abandonó esos dogmas religiosos, pero no ha desarrollado una racionalidad moderna de nuevo tipo. Entonces estamos en una especie de desierto peligroso, eso es lo que más me preocupa. Yo que me considero una persona racional, y acostumbrada a pensar, a analizar a la sociedad, escribo un libro como Regreso a la Jaula de la melancolía y me encuentro con que no hay la menor discusión al respecto. Yo no sé qué pasa, pero cuando publicábamos ensayos y libros hace 50 años atrás, inmediatamente ocurrían mesas redondas, había discusión, y eso no hay ahora. Eso lo generaba principalmente la izquierda en aquella época, había muchísimo debate por cualquier cosa, por la cuestión agraria, los modos de producción, el nacionalismo. Ahora no se discute gran cosa y hay muy buenos libros que han salido, por lo menos 10 o 15 buenos libros. Yo los leo y me interesan mucho, pero no veo que haya espacios para una discusión mínimamente racional, porque no hay ese espacio de izquierda. Ahora hay bastantes intelectuales, hay prensa libre, hay todo eso, los historialistas escriben, dicen montones de ideas, pero no hay una discusión real, hay muchas emociones, pero no hay razonamiento, incluso en sectores cercanos, buenos amigos míos, que han quedado del lado gubernamental. La única posibilidad que surge cuando nos encontramos parece ser el pleito, el enojo, no la conversación ni la discusión.
P. A los 80 años. ¿Todo tiempo pasado fue mejor?
R. No, yo definitivamente siento que vivimos mejores tiempos, soy muy crítico a todo esto que estaba expresando, lo creo realmente, pero si yo me transporto a mi pasado, no hay comparación, vivimos mucho mejor ahora.
En términos políticos, vivimos mejor porque hay democracia. Cuando yo era estudiante y muchos años después, todos los periódicos estaban controlados por el Gobierno, no había pluralidad de opiniones en prácticamente nada y cuando la había les cortaban la cabeza. Había muy pocas expresiones, ahora eso es un universo completamente diferente, así que desde la perspectiva política con todos sus peligros, yo siento que el pasado era muy malo. Vivir en la época de Díaz Ordaz, de López Mateos o de Echeverría, era mucho peor que vivir en la época del “peje”.
Ahora desde el punto de vista intelectual, cultural, en aquella época había una intelectualidad poco numerosa, estaba organizada en torno a un grupo que le llamaban injustamente la mafia, porque el término mafia no se puede aplicar los intelectuales. Era el grupo de Carlos Fuentes, Octavio Paz... Fuera de eso, prácticamente nada. Hoy en día hay una intelectualidad diversificada, ramificada, diferentes grupos, mucho más numerosa. Entonces, es mucho más cómodo vivir en este ambiente, es más rico.
Económicamente, bueno, ni hablar, en aquella época la enorme masa de los mexicanos, el 80% vivía sumida en la miseria. Hoy es la mitad, eso es una gran diferencia y digamos que ya estamos en un país de clase media en buena medida.
P. En días recientes ha recibido un homenaje por sus 80 años en la UNAM. ¿Le gustan los homenajes?
R. A mí en general los homenajes me ponen muy nervioso, no puedo decir que me gusten propiamente. Y tampoco le veo mucho mérito a cumplir 80 años, a diferencia de cuando cumples 78, o ahora que voy a cumplir 81. Pero desde luego sí me siento contento que mi universidad en donde he trabajado más de medio siglo me reconozca. No siempre ha sido así, hay que decirlo, pero en general ha sido un espacio de gran libertad en el que me he desarrollado y me siento ahí realmente cómodo. Yo tuve la oportunidad de irme a alguna universidad norteamericana ganando muchísimo más, por ejemplo en Yale. Pero nunca acepté porque los campus norteamericanos siempre me parecieron demasiado cerrados, demasiado académicos, en cambio el espacio universitario mexicano es mucho más caótico, desde luego tiene menos recursos, pero es más libre. Uno se siente realmente muy libre aquí y eso se lo reconozco mucho a la universidad.
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