Claudia Sheinbaum, la científica ecologista que hereda el legado político de López Obrador
El mayor reto de la exjefa de Gobierno de Ciudad de México como candidata presidencial de Morena será llenar el vacío que deja el carismático líder y crear su propio espacio político en el movimiento izquierdista
Claudia Sheinbaum (Ciudad de México, 61 años) se ha convertido desde este día en la heredera del movimiento político construido por Andrés Manuel López Obrador a lo largo de tres décadas. La exjefa de Gobierno de la capital ha ganado la encuesta de Morena y es ya la candidata del oficialismo para plantar cara a la oposición en las urnas en 2024 y suceder al mandatario en la presidencia de la República el próximo sexenio si triunfa. Su victoria en el proceso interno de Morena es la consumación de un resultado anunciado desde hace meses por prácticamente todas las encuestas. Sheinbaum cargará sobre los hombros la responsabilidad de dar sentido a la ausencia del líder espiritual de la izquierda, quien ha asegurado que se retirará de la vida pública al concluir su mandato, en septiembre de 2024, y se recluirá en su rancho, renunciando a toda participación en la política. López Obrador, adepto a comunicar mediante gestos y símbolos, será recordado por muchas razones. Una de ellas, sin duda, haber abierto la puerta a que, por primera vez, una mujer sea presidenta de México.
A lo largo de su gestión al frente de Ciudad de México (2018-2023), y especialmente durante los meses que ha durado su campaña interna, los críticos de Sheinbaum han puesto en duda su independencia de López Obrador, y han dicho que prácticamente ha sido una correa de transmisión de los anhelos del líder. La exmandataria, una científica con dos posgrados, ha dicho que esas críticas son falsedades más bien misóginas. “A ver, ¿una mujer no puede? ¿Debe tener atrás a un hombre que le diga cómo hacer las cosas?”, declaró al periodista Arturo Cano para el libro Claudia Sheinbaum: presidenta (Grijalbo, 2022). En realidad, el reto político inmediato y quizá más importante de Sheinbaum, más que convivir con la sombra del carismático líder, será ocupar el vacío que este deja y crear su propio lugar en el movimiento izquierdista, tras recibir de López Obrador el “bastón de mando”.
La historia con el líder
En mayor o menor medida, quienes aspiraban a la candidatura de Morena hicieron campaña a partir de su relación con el dirigente político, la historia de sus vidas militando en la izquierda, cómo colaboraron con el líder, cómo le ayudaron a triunfar en las presidenciales de 2018. Sheinbaum usó el molde de López Obrador para armar una estrategia basada en los mítines multitudinarios y la movilización popular permanente (su último cumpleaños, el 24 de junio, lo pasó en un mitin en Querétaro). La científica sacó provecho y aprendió de su relación de casi 25 años con el dirigente. A diferencia de sus adversarios en la contienda, que militaron en el PRI, ella solo ha tenido a un mentor político: él.
Sheinbaum no solo colaboró como secretaria de Medio Ambiente en el gabinete de López Obrador cuando este fue jefe de Gobierno de Ciudad de México (2000-2005). También se fue a la huelga de 48 días en Paseo de la Reforma tras las elecciones de 2006, en lo que fue el primer intento de López Obrador por ganar la Presidencia, de la mano del PRD. Sus más leales colaboradores y simpatizantes montaron campamento masivo día y noche en la avenida más importante de México, exigiendo que se recontaran los votos de la elección, en la que fue declarado ganador Felipe Calderón (PAN). López Obrador concluyó la protesta con una marcha al Zócalo capitalino, donde fue proclamado por las multitudes “presidente legítimo”. El líder designó un “gabinete” al que encargó tareas de movilización. Sheinbaum tuvo a su cargo la defensa de los recursos naturales de la nación, especialmente del petróleo, uno de los temas más relevantes en la narrativa patriótica del obradorismo.
En 2012 volvió a proponerla López Obrador como colaboradora de su Gobierno en la cartera de Medio Ambiente, si es que ganaba las elecciones. Pero volvió a perder, esta vez ante el PRI, con Enrique Peña Nieto. Tras esa derrota, Sheinbaum retomó su carrera en la academia como investigadora, mientras que López Obrador se dedicó a construir un nuevo partido, que a la postre bautizaría como Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Las historias de cómo Sheinbaum conoció a López Obrador coinciden en dos momentos. El primero se remite a 1999. El líder había dejado la dirigencia del PRD para contender por el gobierno de Ciudad de México pasado un año. Alguna de las reuniones estratégicas tuvo lugar en la casa de Sheinbaum y Carlos Ímaz, que entonces era su esposo y lideraba el partido en la capital. Sheinbaum no ejercía ningún rol en la cúpula del partido, pues estaba dedicada más a su carrera en la academia y al cuidado de sus dos hijos, según recogen el libro de Cano y también el de Jorge Zepeda, La sucesión 2024 (Planeta, 2023). En ese sentido, la presencia de la científica en esas reuniones no era propiamente de toma de decisiones, sino incidental. Pero ello le permitió que López Obrador la conociera y la tuviera presente, lo que dio paso al segundo momento de la historia.
Los dos biógrafos de Sheinbaum recuperan que una vez que López Obrador ganó las elecciones en la capital integró su equipo y pidió a sus colaboradores una recomendación para la cartera de Medio Ambiente. Uno de sus asesores más importantes, José Barberán, le habló de Sheinbaum. El flamante mandatario capitalino quiso tener una reunión personal con ella y la citó en el restaurante del Sanborns de San Ángel.
Ambos pidieron café. La científica cuenta que el encuentro fue breve y casi protocolario. “Me dijo: ‘Yo lo que quiero es que disminuya la contaminación de la ciudad, ¿sabes cómo hacer eso?’. Le dije: ‘Pues creo que sí, con un equipo”. Y a partir de entonces fue que me incorporé al gobierno. Y de ahí establecimos una relación yo creo que de mucha confianza y trabajo”, le contó a Cano. Y luego añadió: “Cuando me invita, lo empiezo a conocer. Es un hombre extraordinario en muchos sentidos. […] Y también está su capacidad de trabajo y su forma de organización por temas, por obras”. Era la primera vez que Sheinbaum aceptaba un cargo como funcionaria pública. Tenía 38 años. Hasta ese momento, su práctica política se había circunscrito a la lucha estudiantil en la UNAM, y su trabajo profesional, a los cubículos.
Luchadora estudiantil y ecologista
La científica es nieta de abuelos judíos que migraron a México e hija de padres que eligieron hacer una carrera científica en la academia. Sheinbaum estudió Física y obtuvo el grado de licenciada con una tesis sobre el uso de estufas de leña en comunidades rurales. Luego estudió la maestría y el doctorado en Ingeniería de Energía también en la UNAM, e hizo una estancia en la Universidad de California, en Estados Unidos. En la UNAM formó parte del movimiento contra un proyecto de reforma universitaria de corte neoliberal y alcanzó un liderazgo importante.
Cuando se casó con Ímaz, se unió al PRD, donde tuvo participación desde las bases, que no en la cúpula, a diferencia de su entonces esposo (hoy están divorciados). Sheinbaum fue engarzando la crianza de sus dos hijos con su formación científica. Zepeda y Cano destacan cómo las preocupaciones académicas de Sheinbaum la fueron conduciendo hacia el ecologismo y la convirtieron en una de las primeras estudiosas del fenómeno del cambio climático.
Fue asesora de la Comisión Nacional para el Ahorro de Energía y de la Comisión Federal de Electricidad, e, internacionalmente, consultora en el Banco Mundial y en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En la década de los noventa participó en la elaboración de metodologías que permitieron a las autoridades de Ciudad de México medir la contaminación, crear un sistema de alerta y establecer medidas de contingencia ambiental. Años más tarde sería la encargada de implementar sus diseños como secretaria en el Gobierno de López Obrador en la capital.
En 2004, dos colaboradores muy cercanos al mandatario, René Bejarano y el propio Ímaz, fueron grabados recibiendo dinero en efectivo de parte del empresario Carlos Ahumada. El suceso, bautizado como el videoescándalo, fue una puesta en escena planeada por adversarios de López Obrador para dañar la imagen de su gobierno. Bejarano e Ímaz aseguraron que el dinero era una aportación legítima para el partido, pero ciertamente lindaba en la ilegalidad. Los dos políticos tomaron distancia de López Obrador para cargar ellos solos con la cruz. Cano cuenta en su libro que Sheinbaum —que “estaba devastada”, según el biógrafo— ofreció también renunciar al gabinete del jefe de Gobierno, pero el líder le dijo que ella no tenía por qué marcharse, y no le dejó irse.
La política y la científica
López Obrador suele decir que a él le importan más los encargos que los cargos. Sus colaboradores de mayor trayectoria entienden que hay un pragmatismo detrás de ese proverbio y que el jefe político mira primero los resultados, la eficacia en la ejecución, antes que las lealtades. López Obrador acogió a Sheinbaum en su primera campaña presidencial, y luego, en su etapa de resistencia civil posterior a 2006, le encomendó la organización de la estructura popular en defensa de los bienes nacionales (las llamadas Adelitas).
Sheinbaum volvió a estar al lado del dirigente en 2012, en su segundo intento —frustrado— de alcanzar la silla presidencial. López Obrador confiesa en su autobiografía Esto soy que en ese momento estuvo a punto de tirar la toalla y retirarse de la política. Pero ver un Zócalo repleto ante sí y escuchar el clamor popular lo hicieron quedarse con miras a un tercer intento. Renunció al PRD y se llevó en desbandada cuadros preponderantes. Volvió a formar su equipo y a delegar tareas. Esta vez, Sheinbaum no tuvo una participación políticamente relevante a su lado. Regresó a la academia a continuar con la investigación científica, dejando de manifiesto que la universidad es su segunda casa, un lugar de acogida, un sitio de reflexión. También era señal de autonomía respecto de los planes del dirigente.
Con todo, fue una pausa momentánea. López Obrador fundó Morena en 2014, que poco a poco fue comiendo terreno al PRD en el espectro político y electoral. Mientras el PRD pactaba y se confundía cada vez más con el PRI y el PAN, Morena asumió el rol del partido político de la izquierda moderna. La nueva formación debía construir cuadros, abarcar el territorio, acercar a los hogares las ideas del obradorismo. Sheinbaum regresó como líder pero también como brigadista de a pie en Ciudad de México.
En 2015, el partido la postuló a la alcaldía de Tlalpan, que ganó. Fue una de las primeras victorias del nuevo movimiento de López Obrador. La entonces alcaldesa dejó el cargo dos años después para ayudar en la nueva campaña presidencial, pero también para construir su propia candidatura a la gubernatura de la capital. El combo fue demoledor. López Obrador generó una fenomenal ola que lo aupó al Palacio Nacional y trajo a su molino las primeras conquistas en los Estados y en el Congreso. Sheinbaum se convirtió en 2018 en la primera mujer electa como jefa de Gobierno de Ciudad de México.
Los retos de una mandataria
Hay una icónica foto que muestra a un López Obrador que le alza la mano en señal de triunfo a Sheinbaum cuando esta rindió protesta como mandataria capitalina. Años de lucha habían rendido frutos. Pero llegar al Gobierno no era el final de la historia. Era el medio. La izquierda obradorista debía demostrar en la administración pública que sus postulados de combate a la corrupción, austeridad republicana y humanismo mexicano (que los pobres deben tener prioridad) eran no solo viables sino redituables para la comunidad.
Sheinbaum debió trabajar en la capital con lo construido en dos décadas de gobiernos de izquierda, desde que en 1997 Cuauhtémoc Cárdenas arrebató al PRI el control de la ciudad. Allí dejaron su impronta también López Obrador y Marcelo Ebrard, que fue gobernante de 2006 a 2012. Ciudad de México fue cuna de la izquierda moderna, al ser el centro de convergencia de múltiples movimientos contestatarios, de los universitarios a los campesinos y los obreros, y donde el obradorismo colocó sus cimientos. La nueva jefa de Gobierno recibió la estafeta para profundizar y expandir lo alcanzado. En su gestión se expandió la red de transporte público de bajas emisiones (el Metrobús, el Trolebús, las ciclovías); se otorgaron miles de becas a estudiantes pobres; se extendió la red de protección a las minorías; se implementó el programa Pilares para llevar a las zonas marginadas sitios de formación extracurricular.
López Obrador solía decir que le daba tranquilidad que Sheinbaum gobernara la capital; que con ella despachando en el Palacio del Ayuntamiento él podía dedicarse de lleno a apagar otros fuegos. Las crisis, sin embargo, no faltaron. La pandemia de covid-19 representó el mayor reto administrativo para el obradorismo. La suma de esfuerzos entre el presidente López Obrador, Ebrard —que ahora como canciller gestionó la importación de vacunas— y Sheinbaum contuvo la expansión de la enfermedad y aminoró los costos económicos y políticos.
En mayo de 2021, cuando la crisis por la pandemia parecía ceder, se desplomó un tramo de la Línea 12 del Metro, que causó la muerte de 27 personas de clase trabajadora. La tragedia golpeaba el corazón del movimiento de López Obrador y tuvo inmediatas consecuencias políticas. Sheinbaum y Ebrard fueron colocados en el banquillo. Ebrard, porque en su gestión se construyó e inauguró la Línea 12; Sheinbaum, porque a su Administración le tocaba darle mantenimiento. El peritaje final concluyó que hubo causas concurrentes que provocaron el desastre: el diseño, la construcción y la supervisión.
Aunque ninguno de los dos políticos estaba exento de responsabilidad en alguna medida, ambos emprendieron una batalla soterrada para deslindarse y cargar en el otro los muertos. La crisis de paso impactó directamente en el Gobierno de López Obrador, padre del movimiento, tutor de Ebrard y Sheinbaum. La política de la austeridad en el gasto público fue puesta en duda, y la oposición —que comenzó a hablar de “austericidios”— sacó ventaja de la tragedia.
Faltaba un mes para las elecciones intermedias, en las que el obradorismo ponía en juego el refrendo. Los resultados demostraron una caída en la aprobación de Morena. En el Congreso federal, el partido de López Obrador perdió la mayoría cualificada que había ganado en la marea de 2018, lo que suponía un obstáculo para sacar adelante las reformas constitucionales. En Ciudad de México ocurrió el peor derrumbe político: Morena perdió el poder en cuatro de las 11 alcaldías que gobernaba, e igualmente entregó posiciones en el Congreso local. Los saldos, por supuesto, se atribuyeron a Sheinbaum, la jefa política del partido en la capital.
La caminata a Palacio Nacional
Sheinbaum ha enfrentado dentro y fuera de Morena un discurso que puso en duda sus capacidades e independencia respecto de López Obrador. Al mismo tiempo, fue señalada como la “favorita” del presidente, la tapada, la elegida por dedazo, precisamente por su supuesta identidad con el líder, sugiriendo que será maleable y que el verdadero gobernante detrás del trono será López Obrador.
Ella se ha rehusado a asumir esa posición de subordinada. Hizo una campaña basada en el discurso feminista, el tiempo de las mujeres para llegar al más alto cargo de México. Y si bien prometió profundizar las políticas del Gobierno de López Obrador —dar centralidad de los pobres, ampliar los programas sociales, apostar al desarrollo de las regiones marginadas y usar el gasto público con disciplina—, también trazó líneas de acción que se distancian del líder, como la transición del Estado hacia las energías limpias y fortalecer el desarrollo científico y tecnológico, dos materias ausentes en la Administración saliente.
Sheinbaum dejó el cargo en Ciudad de México con altos índices de aprobación, según las encuestas. Su hoja de vida, su marcha al lado del gigante de la izquierda, la han llevado al poder y a la historia. Pero, como sucedió en 2018, esto tampoco es el fin, sino el medio. Cuando se retire López Obrador, miles de simpatizantes quedarán huérfanos políticamente. Una parte de la historia nacional no puede comprenderse sin él, está claro. Sheinbaum también es consciente de eso. “Son tantos años de tener una referencia con López Obrador…”, le dijo a Cano. “Pero entiendo lo que dice: él es profundamente consecuente con lo que piensa […]. El planteamiento de que se va a retirar tiene que ver con que él no quiere que se piense que va a estar ahí, siendo una figura tan fuerte, pues, atrás del siguiente presidente o presidenta”. Los sitios en la historia se habitan entre la gloria y la soledad.
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