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Columna
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Cancelando a quien cancela. Ameny

La cancelación es un asunto de poder, por eso, cancelados han estado históricamente muchos pueblos y colectividades oprimidas, pero eso es algo que no llama tanto la atención

Cultura de la cancelación en México
Mujeres indígenas mexicanas marchan durante una manifestación para reclamar visibilidad.Sáshenka Gutiérrez (efe)
Yásnaya Elena A. Gil

En una de las múltiples discusiones que he tenido últimamente sobre ese peculiar fenómeno llamado cancelación, una persona me dijo a modo de conclusión: “me niego a aceptar que yo no pueda hablar de ciertos temas solo por el hecho de ser varón y no ser indígena por miedo a ser cancelado”. Para dar contexto, estábamos hablando sobre la participación de ciertos académicos en una discusión sobre el movimiento de mujeres en los países del sur del continente. Por esta y otras discusiones, me parece que hay una sensación en ciertos espacios de que ahora ya no es posible hablar de todos los temas de los que se hablaba antes, que aquello que llaman “políticamente correcto” les está impidiendo ejercer de manera adecuada su libertad de expresión, que analizar un tema que afecta a pueblos o a experiencias identitarias que no son las suyas los pone en riesgo de ser cancelados.

Esta sensación de acecho y de peligro les parece lamentable, sienten que, de pronto, una mordaza les incomoda y les impide hablar libremente de todos los temas de los que les gustaría hablar del modo que mejor les parezca. Pero, ¿qué es exactamente la cancelación? Cancelar a una persona no significa romper las máquinas con las que imprime su periódico ni tampoco encarcelarla porque emitió ciertas opiniones, cancelar significa retirar el apoyo (de múltiples tipos) que se le estaba dando a alguien porque dijo o hizo algo que nos parece inadecuado haya cometido o no un delito. La cancelación tiene un innegable matiz de intensidad, o cantidad, para ser más exactos y también depende de la prominencia de su la voz pública de la persona cancelada. La cancelación es también un asunto de escalas.

Por ejemplo, si un cantante muy conocido a quien admiras mucho y que apoyas de diversas maneras de pronto utiliza la frase racista “no es culpa del indio, sino de quien lo hace compadre” para explicar una anécdota, es posible que ceses tu admiración, te quejes y dejes de seguirle; sin embargo, es muy posible también que esta acción no tenga mayor repercusión, que dicho cantante ni se entere ni se sienta en absoluto cancelado. La cosa cambia si la molestia se replica y miles de sus seguidores se molestan y dejan de seguirle o si su compañía disquera decide retirarle su apoyo porque fue el dueño el que se sintió molesto por dicho comentario. La cancelación es un asunto de poder, por eso, cancelados han estado históricamente muchos pueblos y colectividades oprimidas, pero eso es algo que no llama tanto la atención. Lo que escandaliza es cancelar a quienes han ayudado a cancelar estructuralmente.

Me parece muy interesante la genuina y consternada preocupación de ciertas élites intelectuales y económicas que se quejan de las pocas posibilidades de hablar francamente sin sufrir cancelación. ¿Por qué quienes históricamente han tenido los medios para comunicar sus opiniones y ejercer su libertad de expresión para participar en el debate público sienten tan amenazada ahora su voz y su libertad de opinar? Durante el reparto agrario que surgió de la Revolución Mexicana, los grandes hacendados que habían acaparado inmensas extensiones de tierra, sentían que repartirlas era un acto de injusticia. Si pensamos en la voz mediática como un gran territorio con dueños históricos, todo intento de reparto parece entonces un riesgo; incluso otorgar una pequeña parcela en una esquina de la gran extensión de tierra se lee como una amenaza porque ya la tierra no está íntegra, se le ha dado un mordisco, todo los ojos apuntan hacia allá y se olvidan que poseen aún la mayor parte de las tierras de la hacienda, esa hegemonía se olvida. De ahí, que me parece que estas preocupaciones se enmarcan en un fenómeno más general: la urgente necesidad de defender lo que ya de por sí es hegemónico. En una entrevista reciente que EL PAÍS le hizo a las escritoras María Galindo, Clara Obligado y Arianna Harwicz, Galindo le aclaró a Harwicz, ante el uso figurativo de una frase, que América no había sido descubierta, hecho que molestó a la escritora argentina como lo escribió después en sus espacios digitales. Todo esto me pareció muy simbólico. Más allá de las explicaciones sobre el origen de su molestia, ésta puede acontecer porque ahora, en las grandes extensiones de tierra de la hacienda mediática, se otorgó una pequeña parcela a alguien que puede llegar y hacer este tipo de aclaraciones: América no fue descubierta. Sin su presencia en ese espacio, la aclaración y la molestia subsecuente no habrían existido. Pudo no haber sido molestia, pudo haber sido la celebración de la diversidad de ideas en contraste que un poco de reparto agrario mediático causó.

Todo esto se resume en la frase de Brian Sims: “cuando estás acostumbrado al privilegio, la igualdad se siente como opresión”. Los pequeños logros en la búsqueda de equidad se sienten como amenazas a lo hegemónico que tiene que ser defendido para que nunca deje de serlo. Hay múltiples ejemplos, las personas que se preocupan porque los integrantes de la selección francesa de futbol no tiene suficientes integrantes de piel blanca, las personas que ante la inmigración en países Europeos se sienten amenazadas por la llegada de inmigrantes a sus países o en el peor de los casos esas teorías delirantes del reemplazo que sostienen que la población de piel blanca está en riesgo de desaparecer o que las personas trans borran a las mujeres. Cuando lo hegemónico se siente amenazado, reacciona con mucho enojo, y cuando ese enojo tiene poder, se convierte en violencia radicalizada. Para tratar de entender estos miedos, el proyecto de investigación académica Becoming a Minority, explora de manera muy interesante en ciudades de los Países Bajos, distintos fenómenos que surgen en la vida de personas sin antecedentes migratorios que viven en barrios étnicamente diversos donde ahora todos pertenecen a una minoría.

Regresando al punto, un poco a modo de broma, ante la pregunta de “¿me vas a cancelar porque me puse a opinar negativamente sobre mujeres indígenas siendo un hombre mestizo?”, respondí “¿vas a violar mi libertad de expresión impidiendo que te diga que no es adecuado hacerlo?”. Tienes la libertad de expresar que es culpa del indio, y no de quien lo hace compadre, y tengo la libertad de expresión de decirte que eso es racista. Solo que ahora somos más que antes. Tal vez lo que molesta es que ahora nosotros podemos decírtelo. Tal vez lo que lamentas es que ya no puedes decir lo que solías decir sin ninguna réplica, tal vez, lo que te molesta es la diversidad de las voces. ¿Entonces quién tenía cancelado a quién?

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