Kassandra Frederique: “La guerra contra las drogas es una mentira”
La directora de Drug Policy Alliance, una de las voces más progresistas en el debate sobre las drogas en Estados Unidos, celebra el intento de Colombia de legalizar la cocaína y empuja un nuevo diálogo entre la Casa Blanca y los Gobiernos latinoamericanos
Kassandra Frederique ha sido una de las voces más influyentes en el debate sobre la legalización de las drogas en Estados Unidos en los últimos años. La directora de la Drug Policy Alliance fue clave en la regulación de la marihuana en Nueva York y ha sido una de las principales críticas de la guerra contra las drogas y del impacto profundo que ha dejado en la sociedad estadounidense y en la relación que Washington ha establecido con México, Colombia y otros países productores. “Las cosas que decían que nos iban a ayudar, no han funcionado. Es una mentira”, afirma la activista. Frederique hace una pausa durante su visita a Ciudad de México, donde fue invitada como una de las ponentes estelares del festival Dromofest, para charlar con EL PAÍS sobre drogas, desde la crisis de sobredosis que se cobra cada año decenas de miles de vidas en su país hasta la iniciativa del Gobierno de Gustavo Petro de legalizar la cocaína. Pero también de todo lo que rodea a ese universo: la lucha contra el racismo, el combate al cambio climático, los problemas de Seguridad y Salud Pública, y los dobles discursos de un modelo cada vez más cuestionado y, a pesar de todo, más vigente que nunca.
Pregunta. Después de cinco décadas, ¿cuál es el legado de la guerra contra las drogas?
Respuesta. Es un legado de destrucción. Estas políticas han destrozado familias, literalmente. Han despedazado la economía de muchos países en todo el mundo. Todo por el interés de unos cuantos y nunca priorizando la salud. Tampoco se puede decir que hay grandes logros en seguridad, porque nuestras comunidades se han vuelto más inseguras y para la gente se ha vuelto imposible acceder a apoyos. Ha sido una guerra extractivista y abusiva.
P. En otras ocasiones, usted ha dicho también que ha sido una mentira. ¿Por qué?
R. La guerra contra las drogas se ha librado bajo la idea de que las drogas estaban destruyendo a nuestras comunidades, pero lo que hemos encontrado es que las políticas que se han aplicado alrededor de las drogas son lo que han destruido a las comunidades. No quiero menospreciar lo que implican las adicciones, pero ese también es un tema difícil de navegar. Las cosas que esta gente nos ofrecía para atajar el problema de las adicciones, las cosas que decían que nos iban a ayudar, no han funcionado. Es una mentira, pero esta gente nunca va a aceptar eso ni buscará otro tipo de soluciones. Por eso siguen mintiendo, a pesar de todas las evidencias que existen.
P. ¿Cuánto ha influido esta guerra en la forma como vemos las drogas?
R. Creo que mucha gente no tiene información sobre las drogas y también pienso que las drogas han sido muy demonizadas, incluso están racializadas en muchas sociedades de diferentes partes del mundo. Mucha de la oferta de narcóticos se sustenta en el miedo, las mentiras y el estigma. No se habla del papel que han desempeñado las drogas en una dimensión recreativa, placentera, de autodescubrimiento o en prácticas culturales o religiosas. Es una visión unidimensional.
P. ¿Qué papel tiene el racismo en esta guerra?
R. Es preocupante. Cuando echas un vistazo a lo que pasa en varias partes, ves que la gente con la piel más oscura, ya sean indígenas o afro, tienden a ser a la que más se encarcela por esta guerra alrededor del mundo, de manera desproporcionada. En Estados Unidos, el tema de la raza está muy presente, pero creo que este fenómeno se replica en todas partes y siempre afecta más a los mismos grupos de personas.
P. Si la guerra ha fracasado tanto, ¿por qué todavía hay gente que la defiende?
R. El argumento principal es que las drogas son malas y que debemos erradicarlas de la faz de la Tierra. No hay otra posibilidad más allá de ese esquema. Es muy unidimensional. No consideran todas las visiones que existen en una sociedad, cuánto tiempo han estado presentes en una sociedad y cuáles son las condiciones que rodean a las personas que en verdad tienen problemas con las drogas.
Cuando hablamos de la política de drogas en Estados Unidos, tenemos que hablar, por ejemplo, de que no tenemos acceso universal a la salud y a la seguridad social. Tenemos que hablar de la discriminación en el mercado inmobiliario para que ciertas minorías no se establezcan en algunas zonas. De la relación de Estados Unidos con los países latinoamericanos. Tenemos que hablar de las relaciones de explotación creadas alrededor de tratados comerciales que abusaron de comunidades para abastecerse de productos como el azúcar, el café, la sal. Y tenemos que hablar de la desigualdad que existe y que es propagada aún más por las políticas estadounidenses.
P. ¿Por qué en su opinión la legalización y la decriminalización de todas las drogas es la solución?
R. No creo que sea toda la solución. Creo que es parte de la solución y una de las cosas más inmediatas a las que podemos aspirar. La criminalización de las drogas detona muchos otros problemas. En Estados Unidos obstaculiza que las personas que las usan puedan recibir ayuda. Entran también en juego variables como la violencia y la corrupción gubernamental. Lo que nosotros defendemos es que las drogas son utilizadas como pretexto para mantener malas políticas y para que nuestros tomadores de decisión puedan ignorar otras cosas en las que se necesitan trabajar. Es más fácil culpar a las drogas. Por eso, lo que nosotros planteamos es por qué no descriminalizar, por qué no regular, por qué no crear nuevas respuestas. Y después, podemos hablar de los problemas reales que tendremos que enfrentar.
P. Estados Unidos tiene una crisis tremenda de sobredosis por el consumo de fentanilo y otros opioides. ¿Eso no cambia el panorama para la legalización?
R. No. De hecho, hace que que el tema de la regulación sea más urgente. La crisis de los opioides en Estados Unidos tiene múltiples capas de análisis. Es un tema de regulación deficiente, de corporatización de la regulación, de falta de acceso a la salud. Lo que estamos viendo es que se suministran drogas envenenadas porque tenemos leyes que prohíben el consumo de heroína y la gente acude a análogos como el fentanilo que contaminan la oferta de otras drogas. Esto también nos enseña que no toda la regulación es igual. Se puede hacer bien o se puede hacer mal.
Cuando escucho el argumento de la crisis de los opioides, mi contrargumento es que antes de esa crisis la gente ya se estaba muriendo y se sigue muriendo. Y no tenemos respuestas. Estamos navegando entre el capitalismo y el prohibicionismo, pero este tema sigue surgiendo. Hay que tener un diálogo sobre cómo afrontar esto de forma diferente.
P. ¿Cuál es el impacto de la política antidrogas de Estados Unidos en Latinoamérica?
R. Es algo que sigo estudiando, pero creo que uno de los puntos clave es cómo muchos acuerdos comerciales condicionaron la financiación y la entrega de ayudas a la erradicación de cultivos y a la militarización de las tareas de Seguridad Pública. Eso ha dañado y conducido a la destrucción de diferentes comunidades. Estados Unidos entrena las fuerzas policiales de otros países, a pesar de que es evidente que a la Policía no lo ha hecho muy bien en Estados Unidos. A pesar de que se ha dado un presupuesto inmenso a las policías alrededor del país, eso no ha impedido que la gente use drogas.
Otro punto crucial es que somos un país de consumidores. La gran demanda de drogas que existe en Estados Unidos influye en los países que son productores. Durante más de 50 años, se ha intentado utilizar la criminalización como una forma de lidiar con la demanda, pero no ha funcionado. Las drogas son cada vez más fáciles conseguir, más potentes y más accesibles. Es algo muy difícil de controlar. La prohibición es una política fallida de control.
P. ¿Qué implicaría un mercado legal de drogas Estados Unidos para los países productores?
R. Creo que esto es algo que los legisladores de Estados Unidos entienden mal y de lo que no se habla lo suficiente. Tenemos que analizar cómo se vería un mercado regulatorio en un contexto mundial. Por ejemplo, los estadounidenses han coqueteado con la idea de prohibir la importación de cannabis y de trasladar toda la producción de marihuana medicinal al mercado nacional. No es poca cosa, ¿cierto? Entonces hay gente que dice: “Nosotros vamos a sembrarla, vamos a hacer todo aquí y va a salir todo genial”. Pero se ignora por completo que desde hace mucho tiempo la marihuana que consumimos viene de otros lugares y que hay familias y economías que pagan un precio muy alto para producirla.
Otro error es que muchos legisladores estadounidenses venden la idea de la regulación a los países latinoamericanos como si fuera la bala de plata, la solución última, para todos los problemas que la guerra contra las drogas ha traído. Por eso, para mí venir a México es una oportunidad. Estados Unidos tiene que ser un ciudadano del mundo en el debate sobre las drogas y no puede basar todas sus políticas en lo que pasa dentro de sus fronteras.
P. Hace poco, el Gobierno de Joe Biden ofreció una amnistía a miles de personas encarceladas por posesión simple de marihuana. Al mismo tiempo, hemos visto cómo se han endurecido los operativos antidrogas y el control de fronteras. ¿No es un doble discurso entre lo que pasa puertas para dentro y lo que pasa hacia afuera?
R. Lo veo como una política incompleta. Biden hizo este anuncio y está muy bien. Aun así, la mayoría de la población penitenciaria de Estados Unidos está dentro por la venta de cannabis y él los dejó en la cárcel. Al mismo tiempo, tienes a gente blanca y rica que está vendiendo marihuana en este momento. Es un crimen federal, ¿no? Pero lo siguen haciendo en este instante. Biden, además, se salió de la línea que traía y se aseguró de que las personas que no son ciudadanas estadounidenses no se pudieran beneficiar de esta amnistía. Entonces, hay gente que sigue siendo detenida y deportada, pero sobre eso el presidente no dijo nada. Tampoco le dijo a los agentes fronterizos y a los cuerpos policiales: “Oigan, creo que no está bien que hagamos esto, hay que dejar de hacerlo”. Entonces, me parece más una respuesta incompleta que un doble discurso.
P. El nuevo Gobierno de Colombia, históricamente el mejor alumno de EE UU en la guerra contra las drogas, ha propuesto la legalización de la cocaína. ¿Cómo impacta esto en el margen de maniobra que tienen los países de América Latina para aplicar su propia política de drogas frente a lo que tradicionalmente ha dictado la Casa Blanca?
R. Me parece que es algo necesario y bienvenido. La política antidrogas estadounidense invisibiliza el daño que hace en Estados Unidos y en otros países. Por eso, el hecho de que Colombia plantee ir en otra dirección me parece algo muy importante y que sienta un precedente para que otros países cuestionen las políticas que han aplicado antes. También nos lleva a un punto en el que podemos empezar a experimentar con diferentes modelos de regulación. Sin embargo, me parece crucial que en este proceso se pueda mantener a las grandes corporaciones al margen.
P. Muchas personas ven la legalización de las drogas un gran negocio. ¿Qué hacer para poner en el centro de esos mercados el bienestar de los usuarios y no los grandes intereses empresariales?
R. No tengo todas las respuestas. He tenido esta conversación con muchísima gente alrededor del mundo porque es muy importante el análisis de cómo regular las drogas. Lo hemos visto con la marihuana, si no tenemos claridad en lo que puede pasar, el capitalismo y las grandes corporaciones se van a comer ese mercado y lo van convertir en una industria como cualquier otra. Lo vemos también con la crisis de la sobredosis, si dejas que el capitalismo se abra paso y se privilegien los intereses de las grandes farmacéuticas, tu regulación es pobre.
Por eso, creo que tenemos que tener un diálogo sobre lo que significa tener una política de drogas. No se trata solo de la regulación de las drogas. Es hablar de modelos de mercado. Es hablar de cambio climático. Es hablar de violencia y salud pública. Para mí, la pregunta es cómo ponemos a la gente en el centro al momento de hablar de todas estas cosas en un mundo donde la regulación de drogas no se interponga con nuestra capacidad de ser participantes de peso en las sociedades en las que vivimos.
P. ¿Cómo se imagina el futuro?
R. Cada vez hay más gente que reconoce que la guerra contra las drogas no está funcionando, pero no creo que hayamos podido convencerlos de qué nosotros sabemos qué hacer a partir de este punto. Me parece que quienes creemos en la regulación de las drogas tenemos que tener una imagen clara del mundo que queremos construir. No se trata de legalizar las drogas y que todo siga igual. El debate sobre la regulación de las drogas debe ser nuestra vía de entrada a muchas cosas más. Y por eso es muchísimo lo que está en juego.
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